Gobernar el sur exige visión, conocimiento y decisión.

Hace unos días, un barco de la empresa Pesca Chile capturó accidentalmente una ballena jorobada en aguas cercanas a las Islas Orcadas del Sur, dentro del perímetro del Tratado Antártico. Aunque estas islas no pertenecen a la Antártica Chilena, sí forman parte de las reclamaciones de Argentina y del Reino Unido. El incidente tuvo lugar en el marco de operaciones pesqueras autorizadas conforme a la normativa internacional de conservación marina.

Lo inquietante, sin embargo, no fue el accidente en sí —lamentable pero previsible dentro de los márgenes de la actividad oceánica—, sino la reacción institucional posterior. O, más precisamente, lo que esa reacción reveló: los vacíos y desarticulaciones de una política austral que avanza a tientas, sin brújula común ni liderazgo estratégico. Como advirtió Hannah Arendt, “el mayor enemigo del pensamiento no es el error, sino la trivialidad”. Y trivial ha sido, por momentos, la manera en que el Estado chileno ha abordado esta coyuntura: más preocupado de custodiar lo ajeno que de ejercer soberanía sobre lo propio.

Cuando la performance reemplaza a la política pública

No deja de sorprender la agilidad con que ciertas agencias del Estado respondieron ante un evento ocurrido fuera de nuestra jurisdicción, mientras persisten omisiones graves en áreas que comprometen directamente nuestra proyección antártica. ¿Dónde estuvo ese mismo celo cuando se permitió, sin rendición de cuentas, que un tercer Estado impusiera sus condiciones propias por sobre las reinantes en Chile sobre el espacio radioeléctrico en la Base O’Higgins? ¿Se ha designado ya al representante chileno en la Comisión de Conciliación que examina la proyección argentina sobre nuestra plataforma continental? Allí donde se presume maestría, reina la carencia.

La denuncia de SERNAPESCA, amplificada por el INACH y respaldada por centros científicos financiados con recursos públicos, derivó en una ola de condenas digitales. Una vez más, la performance ambiental se impuso sobre la política pública; la “gobernanza de redes sociales” desplazó al análisis técnico, y el impulso reactivo sustituyó a la planificación estratégica. 

Una crisis de capacidades

Cabe entonces preguntarse: si el hecho ocurrió fuera de nuestra jurisdicción efectiva, ¿qué norma nacional resultaba aplicable? ¿Nuestra Ley de Pesca? ¿Nuestro Estatuto Antártico? ¿Tiene Chile una posición definida respecto a las Orcadas del Sur? ¿Se notificó formalmente a Argentina o al Reino Unido? ¿O fuimos simplemente testigos de una improvisación atolondrada, un acto reflejo más propio de la adolescencia institucional que hoy impera en no pocos organismos del Estado?

Estamos, sí, ante una crisis de capacidades. Pero más profundamente, enfrentamos una crisis de ideas. Chile carece hoy de una política oceánica y antártica integral. Nuestra presencia en el sur es errática, intermitente. A menudo más dependiente de generosidades extranjeras que de convicciones nacionales. Y lo que resulta aún más alarmante: muchas de las decisiones se delegan en técnicos cuya solvencia científica no siempre se acompaña de una comprensión cabal de los intereses geopolíticos del territorio que habitan.

Mientras países como Australia o el Reino Unido concentran bajo un mando político unificado sus capacidades logísticas, científicas y de vigilancia satelital, Chile ha confinado su estrategia austral a una liturgia de declaraciones bienintencionadas y simulacros operativos.

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Debemos asumir, sin ambigüedades, que Magallanes no es escenografía ni destino turístico: es el eje logístico, científico y estratégico de nuestra proyección hacia el continente blanco. Y debemos, con la misma claridad, avanzar hacia la creación de una institucionalidad que integre ciencia aplicada, seguridad marítima, desarrollo portuario, vigilancia satelital y proyección geopolítica en un solo mando rector.

El próximo gobierno tiene una oportunidad histórica: transformar al INACH en un verdadero Instituto Polar y Marítimo, con competencias ampliadas, jefatura política robusta y capacidad real de liderazgo en el extremo sur.

Gobernar el sur exige visión, conocimiento y decisión. En un mundo que disputa cada metro cuadrado de los territorios extremos, Chile no puede seguir llegando tarde. No puede seguir refugiándose en un multilateralismo envejecido. Y no puede seguir actuando como quien no sabe si está en medio de una tormenta… o de su propia pubertad.