Marcel y van Klaveren son “personajes de otro cuento”, recaídos en un ambiente no solo de otra realidad si no que solo los tolera porque supone le agrega prestigio y aureola de seriedad, pero por eso están pagando el precio de la erosión de lo que fueron.

El caso de los efectos que se producen cuando un individuo que vive en una cierta realidad, a veces muy propia, irrumpe en una sociedad de individuos que viven en otra, ha inspirado a eminentes artistas han utilizado ese argumento para crear grandes obras de nuestra cultura occidental.

Desde luego, el insuperable ejemplo es el de Don Quijote de la Mancha que, con el choque entre su realidad de caballero andante medieval y la prosaica realidad de todos los demás en el mundo de la España Imperial de Felipe II, le inspiró a Miguel de Cervantes una obra absolutamente cumbre de nuestra cultura.

También Luigi Pirandello escala una cumbre con ese tema en su “seis personajes en busca de autor” y hasta el inmenso Shakespeare se hace un maravilloso festín con ese tema en su “Sueño de una noche de verano”.

Personajes de otro cuento en los consejos de gabinete

Nosotros los chilenos, podemos ver los efectos del choque de dos realidades distintas en cada uno de los consejos de gabinete que preside Gabriel Boric en las semanas en que está en el país.

En esa verdadera asamblea, tan inútil como amplia, asisten regularmente dos personajes de “otro cuento”, o sea que viven en una realidad distinta de la de todos sus compañeros de asientos.
Ellos son, naturalmente, el Ministro de Hacienda Mario Marcel y el Ministro de Relaciones Exteriores Alberto van Klaveren.

¿Qué hace allí Mario Marcel?

El primero de ellos ha habitado, durante toda su vida profesional, la realidad de los grandes macroeconomistas expertos en optimizar el funcionamiento de una economía capitalista y de libre empresa, a través de un acertado manejo de la política monetaria.

Hasta hace dos años, el mismo olía a pasillos de Bancos Centrales independientes y autónomos propios de las democracias liberales que caracteriza a nuestra cultura judeo – cristiana – occidental.

¿Qué hace ese personaje, salvo desdibujarse, tratando de implementar una política sensata para esos términos, en medio de un gabinete en que todos sus colegas viven la realidad de economías centralmente dirigidas y sin cabida para la iniciativa privada como pregonan las doctrinas marxistas?

Como es natural, sus propuestas no tienen el apoyo político necesario, puesto que la mayoría de su entorno las mira con indiferencia cuando no con franca hostilidad.

Y ¿no se da cuenta el ministro que en la oposición no tiene espacio de confianza suficiente para facilitarle nuevos recursos a un gobierno sobre endeudado y manejado por un ejecutivo errático, en que actúan partidos inventores de fórmulas para robarle recursos al fisco y que gozan de impunidad, que se dedica a pensionar a delincuentes y da ejemplos diarios de dispendio de recursos?

Por ese camino, el Sr. Marcel está encajonando su futura carrera profesional en dos disyuntivas muy poco aconsejables: o sale del gobierno convertido en un economista de extrema izquierda, o sea de la falange de los que para siempre dos más dos son cinco y por eso son sonados fracasos de gobierno económico, o sale convertido en un macroeconomista desprestigiado al que ya nadie toma en serio.

Ninguna de esas alternativas es deseable para un hombre de la categoría de Marcel. ¿O habrá que decir del antiguo y fenecido Mario Marcel?

El caso de Alberto van Klaveren es todavía peor

Ha edificado su ejemplar carrera en el mundo de la alta diplomacia y de ese Ministerio de Relaciones Exteriores encargado celosamente de guardar políticas de estado en materia internacional.

Esas políticas le dieron otrora a Chile fama de país serio, en que la fuerza de su voz en el ámbito internacional excedía con holgura la importancia geopolítica del país.

Para un hombre de esos antecedentes debe ser un suplicio estar a la cabeza de un ministerio errático que permanentemente sufre los efectos de declaraciones gratuitas con que se aparta de aliados tradicionales y se enlaza con verdaderos “bacalaos” inmundos para el mundo diplomático internacional, como son hoy Cuba o Venezuela.

Pero el peor tormento que sufre van Klaveren es tener que dedicar su ministerio a la preparación de reiteradas giras presidenciales que, después de dos años, hace mucho rato que dejaron de ser interesantes y amables para los países extranjeros.

Esto por tratarse de un joven mandatario con fama de renovador de una democracia decadente, pero que hoy es una figura un tanto patética de alguien que se pasea haciendo floridos discursos llenos de buenas intenciones, que serán rigurosamente desmentidas a su regreso a su patria con declaraciones o actos que contradicen todo lo que dijo más allá de nuestras fronteras.

Así pues, y definitivamente, Marcel y van Klaveren son “personajes de otro cuento”, recaídos en un ambiente no solo de otra realidad si no que solo los tolera porque supone le agrega prestigio y aureola de seriedad, pero por eso están pagando el precio de la erosión de lo que fueron.

Lo que ocurre con ellos invita a meditar sobre el aparente atractivo irresistible de los altos cargos públicos. Pareciera que el imán del auto oficial con chofer y de los subalternos que saludan reverenciosos al llegarse a la oficina, es tan poderoso como para obnubilar al más pintado.

Para quienes somos inmune a ese hechizo, lo que ocurre con Marcel y van Klaveren, es más bien, una tragedia.