Chile ha cambiado, pero ¿lo está haciendo para mejor desde una perspectiva ciudadana? Lamentablemente, las cifras y la academia están entregando algunas luces de alerta que nos indican que no.

Así, el académico Claudio Sapelli sostiene que Chile ha pasado de una situación en que cada generación obtenía un ingreso promedio en su vida superior al de la generación que lo precedía, a la situación inversa, es decir, a que cada generación reciba un ingreso menor a la generación que le precede.

Este quiebre representa un grave retroceso en la expectativa de tener una mejor calidad de vida y explica, de alguna forma, la desesperanza, frustración y falta de confianza que tiene la mayoría de los chilenos frente a su futuro y el de sus hijos, según hemos visto en recientes estudios de opinión.

Parte de las causas de este escenario se deben a que Chile tropezó -no queremos pensar en que cayó definitivamente- en la llamada trampa del ingreso medio, fenómeno que enfrentan los países que transitan hacia el desarrollo pero que caen en la autocomplacencia del éxito y la falta de vigor para mantener el rumbo y aumentar el ritmo de crecimiento de su economía, perdiendo la oportunidad de alcanzar el desarrollo.

Las consecuencias del estallido social, la incertidumbre institucional del debate constitucional, la crisis económica y social derivada por la pandemia, el drama de la inseguridad ciudadana y las malas decisiones (o la falta de ellas) han acrecentado el problema y nos han llevado por mal camino.

Además, en plena discusión de presupuesto, poco se dice sobre modernización del Estado, sobre los programas sociales mal evaluados o la angustiante burocracia del Estado que miles de proyectos deben enfrentar antes de ver la luz.

Pero no todo está perdido. Chile tiene oportunidades de salir de este empantanamiento.

Como escribió Joaquín Lavín en su libro “Las diez tendencias que transformarán Chile”, nunca antes los intereses del mundo, habían estado tan alineados con los intereses de nuestro país.

La lucha contra el cambio climático y el creciente aumento de la electromovilidad, necesitan lo que tenemos en abundancia: cobre, litio y energías limpias como la solar, la eólica o el hidrógeno verde. El mundo necesita a Chile.

Por casi 30 años nuestro país creó las condiciones para que 8 millones de chilenos superaran la pobreza y surgiera una nueva y amplia clase media, situando a Chile como país líder en la región. No cabe duda que este fue un primer tiempo exitoso.

Tenemos que volver a crear las condiciones para crecer y para eso necesitamos al Gobierno convencido y decidido para avanzar en una Agenda de Segundo Tiempo. Una que nos permita recorrer la otra mitad de la senda del desarrollo y del progreso social, que les ofrezca esperanza a los chilenos y donde prime la cultura del mérito, del desarrollo y la igualdad de oportunidades por sobre la cultura de la falta de esfuerzo e innovación.

Este es, precisamente, el acuerdo que nos convoca a todos.

Uno que despierte a Chile del letargo y que logre reinsertarnos en la senda de liderazgo regional que ostentamos por varias décadas. Debemos avanzar en una verdadera agenda pro crecimiento, para incentivar la inversión, el desarrollo de nuevos proyectos que generen empleo y el crecimiento de las pymes.

Debemos desburocratizar la desesperante “permisología” y fortalecer nuestro mercado laboral, fundamental para mejorar los salarios, aumentar la participación laboral femenina y reducir las lagunas previsionales.

Debemos hacer un esfuerzo por mejora la calidad del gasto público, tramitando aquellos proyectos de ley que permitan mejorar la eficiencia de las compras públicas, fortalecer los gobiernos corporativos de las empresas del Estado, y construir un nuevo y mejor empleo público al servicio de las personas.

No hay nada más poderoso que cuando a una idea le llega su hora. No perdamos esta oportunidad y retomemos el rumbo. Chile lo necesita y los chilenos lo merece.