Vendió la mayoría de sus pertenencias y todos sus muebles, arrendó su departamento y se fue con una mochila y una carpa hacia la carretera. Actualmente, Jorge Urrea se encuentra en Bolivia tras haber recorrido la patagonia chilena y argentina, para luego cruzar el río de la plata hacia Uruguay, avanzar hacia las playas brasileñas y luego adentrarse nuevamente en el continente hacia Paraguay y el altiplano boliviano.

Toda una travesía que Jorge, trabajador social y artista marcial conocido también como el “El karateca mochilero”, inició en diciembre de 2018 y que está planificada para durar 12 meses. A su regreso, piensa ocupar todo lo aprendido para establecerse como coach y ayudar a otras personas a superar sus propios límites personales.

“Quiero que la gente rompa sus barreras, que la mayoría son mentales, que tengan una mejor calidad de vida, etc. Para eso yo mismo tengo que mejorar y pegarme un salto evolutivo considerable”, explica a BioBioChile.

El viaje lo ha hecho con el mínimo de recursos, buscando ayuda en el camino, trabajos y auspiciadores, aún sin éxito en esto último pese a sus intentos, y clarifica que aunque puso su departamento en arriendo, aún sigue pagándolo, por lo que sólo percibe un máximo de $10.000 mensual desde esta fuente.

Todo lo que estaba dentro (muebles, alfombras, hervidor, horno, y hasta el árbol de navidad) los vendió, mientras que otras cosas las regaló y unas cuantas las dejó con sus padres. “Quedó igual que como yo lo tomé, sin nada. Guardé algo de ropa, armas de karate que no voy a vender nunca, y cosas como accesorios de cocina que no son muy vendibles”.

Mapa aproximado de la travesía, en Google Earth.
Mapa de la travesía trazado en Google Earth. Es aproximado, debido a las limitaciones del programa.

El primer paso

Entonces, partió: “Cerré la puerta de mi departamento el 5 de diciembre… con eco. Fue muy loco, porque fue de la misma forma en que yo llegué. Vacío, por supuesto. Entregué las llaves a la gente que estaba abajo, y me fui”.

Tras pasar unos días donde sus padres y en el dojo (escuela de artes marciales, en este caso Karate) donde entrena, preparándose para la aventura, salió el 18 de diciembre en dirección hacia Collao, comenzó a caminar y a llamar la atención de los conductores.

Pronto se encontró en Valdivia y avanzó hasta Puerto Varas, donde se quedó donde la “Tía Suzi” un “refugio de mochileros”. De ahí partió hacia Cochamó, Puerto Montt, avanzó hacia el objetivo final en territorio nacional: la Carretera Austral.

“Yo pasé la navidad en Cochamó, arriba de la montaña. Fue genial eso, porque había muy poca gente, y los que habíamos estábamos en la misma sintonía. Da lo mismo la navidad por la fecha, el tema es compartir y disfrutar”, expresó. Después avanzó hacia Puelche, puelo y finalmente “Hornopirén donde hay un lugar muy lindo llamado Río Blanco. Hermoso, el agua era celeste, una cosa de locos”, relata.

Siguió avanzando y terminó trabajando como voluntario en un hotel en Chaitén: “Estaba todo mojado, dormí mojado, incluso se me pasó la carpa así que busqué refugio. Alguien me llevó en la ruta y resultó que trabajaba en un hotel. Coonversé con él y luego con el gerente hasta que me dejaron ahí trabajando unos días”.

Pasó también por Coyhaique, Villa Castillo, Puerto Río Tranquilo, el Parque Queulat, e incluso aprovechó de arrendar una bicicleta y subir el volcán Chaitén, para luego bajar a Cochamó y hacia Coyhaique, donde se encontró con un muy mal tiempo.

En Puerto Río conoció las Cavernas de Marmol. “Me quedé por la gente, pensaba quedarme 2 semanas pero pasé más de un mes, porque me encantó”, narra.

La vida junto a la ruta

Normalmente, Jorge duerme en su carpa. “Me despierto a las 6 o 7 de la mañana, ordeno rápidamente las cosas para hacer dedo en la ruta, o si estoy en una estación de servicio trato de conversar con camioneros para que me lleven, dependiendo del tramo que quiera hacer”.

“Como camino bastante, eso también es parte de mi entrenamiento. Yo muchas veces escojo caminar, y que la gente me lleve en la ruta. Así mi cerebro, mi mente, se mueve aunque sea a baja velocidad, y por mientras aprovecho de entrenar”, explica.

En ocasiones también se detiene para entrenar junto a la ruta, haciendo formas, flexiones, trabajo físico y técnicas de bloqueo y desplazamiento. Sin embargo, es más habitual entrenar en los lugares donde se queda a descansar.

Las comidas, idealmente, son tres veces al día. Pero esto no siempre se cumple. “Cuando estoy en la ruta y no tengo claridad de cuando me van a llevar porque son tramos a veces más largos, a veces como una vez al día solamente. Pero lo que no me puede faltar es el agua”.

Primera frontera

El cruce hacia Argentina lo hizo desde Chile Chico, que tiene frontera con el pueblo Los Antiguos, donde pudo participar del Festival de la Cereza. “Justo llegué para eso así que comí mucha cereza, escuchaba bandas, estuvo todo bien divertido”, relata.

Ahí, cerca de la frontera, se vacunó contra el tétano y se puso la primera inyección contra la hepatitis, “pero después no me puse el resto así que valió nada”, se ríe.

Pasó por Perito Moreno, al Portal La Asención, a una reserva nacional argentina gratuita, y ascendió. “Ahí para llegar a la cima, a la meseta, tienes que caminar como 2 días, y yo llegué. Ahí conviví con varios argentinos, fue genial”.

Buenos Aires, Argentina | Jorge Urrea
Buenos Aires, Argentina | Jorge Urrea

El camino, obviamente, no estuvo libre de obstáculos y cambios de planes. Un brote de Hanta Virus en los sectores cercanos a El Bolsón y Bariloche por los que iba a ir le instó a cambiar su idea de irse por el interior, y debió avanzar hasta la costa.

Tocó el Atlántico en Comodoro Rivadavia y avanzó por la costa hacia el norte. Antes, pasó dos noches en Rada Tilly, que recuerda con cariño: “Me gustó mucho porque fue una de las mejores playas. Fue la primera vez que yo acampé en una playa a la intemperie, sin carpa. El clima era muy agradable, el lugar era muy seguro, la gente hacía mucho deporte, era un paisaje”, rememora, destacando también que se le hizo caro el lugar.

De ahí subió por Mar del Plata y luego hacia Buenos Aires, donde “hice amigos entrañables, e incluso se gestó una posible oferta laboral”, cuenta. Desde ahí subió en bus hasta Zarate, siguiendo el consejo de mochilenos argentinos, y cruzó hacia Uruguay nuevamente “a dedo”.

A uno y otro lado del río de la plata

Jorge cuenta como curiosidad que uruguayos y argentinos se ‘pelean’ por la propiedad intelectual del mate y el dulce de leche. “El uruguayo puede ser un poquito más humilde, pero son bastante similares”, acota desde su experiencia, agregando que el característico “ch” al hablar es menos notorio en los uruguayos.

Ingresó a Uruguay por Fray Bentos, fue al sur hacia Dolores y llegó hasta Colonia Sacramento. “Es una ciudad que te proyecta al año 1.600 porque ves castillos, construcciones de ese estilo”, describe, acotando que su casco histórico es Patrimonio de la Humanidad (como el barrio histórico de Valparaíso).

Sacramento, Uruguay | Jorge Urrea
Sacramento, Uruguay | Jorge Urrea

De ahí avanzó hacia Montevideo, donde “seguí el viaje con una chica de Bélgica, que nos hicimos muy amigos y seguimos mochileando juntos. Fue la primera y única vez que he tenido compañía mochileando”.

Avanzó hacia Rocha, Punta del Este, y después hacia las bellas plaays de Chuy, en el límite con Brasil.

En la salud y en la enfermedad

Un tema delicado a considerar cuando se tiene pensado cruzar tantos ecosistemas distintos con poco dinero, viviendo a la interperie y con pocas comodidades, son las enfermedades que uno se pueda encontrar. Especialmente cruzando países, algunos de los cuales tienen exigencias especiales para los turistas, como vacunas necesarias contra ciertos males.

En su camino, Jorge ha pasado por varios resfríos así que toma mucha vitamina C, entrena mucho y toma agua siempre que puede.

Con todo, la experiencia le ha dado la oportunidad de ver su cuerpo enfrentarse a serios desafíos. “Muchas veces me pasa que como estoy en modo sobrevivencia, como cuando me ha tocado estar resfriado en la ruta, increiblemente el cuerpo responde y no te deja enfermarte más. Es muy raro. Claro que, cuando llegas a un lugar tranquilo y sin estrés te baja todo y te vas al carajo”.

Antes de salir de Chile intentó vacunarse contra la Fiebre Amarilla, pero se encontró con que la inyección era muy escasa. Por ello fue que terminó recibiéndola en Argentina, donde le salió de forma grátis y rápida.

También encontró archienemigos, principalmente en Brasil y Paraguay: “Bichos gigantes que parecen de Jurassic Park”, que junto al clima y el desgaste son lo que más complica su viaje.

El dedo más difícil

“Brasil me recibió bastante duro; en general la gente no te suele alzar en la carretera. Es más fácil llegar a una estación de servicio y a veces incluso ahí puede ser difícil”, explica Jorge, agregando que “el brasileño es muy gentil pero tiene mucho miedo”.

Por todos estos factores, pasó más de 2 días en la carretera tratando de recorrer 45 kilómetros, relata. Finalmente, hizo todo ese recorrido a pie. “Llegué casi muriéndome de hambre y tiritando de sed, muy mal. No exagero”.

Terminó siendo llevado desde Río Grande, donde se quedó con un amigo, hasta Pelotas por un grupo de chilenos. En dicha ciudad pasó unas 3 semanas. De ahí avanzó hacia Puerto Alegre y se fue a una ciudad alemana WestFália, lo que se le hizo “muy loco, me costó bastante llegar porque nadie la conocía”.

Ahí dio clases en una secundaria, hablando del mochileo y de la vida.

Y como no podía pasar por Brasil sin visitar las playas, pasó por las de Torres, Santa Catarina, entre otras, acampando en unas 5 de ellas antes de avanzar hacia Paraná, en Foz de Iguazú.

Arsenal

A todos estos problemas se suma la barrera idiomática: “Me hacía entender con español hablándolo lento y claro. Ahí en general entienden”, debido a las raíces comunes con el portugués. Para sortear esta frontera pidió a quienes conocía que le enseñen frases sueltas “de a poco, hasta que me hago de un arsenal de oraciones”.

De esta forma, aprendió que “eu preciso carona” le podía abrir las puertas a los vehículos de las personas que se iba encontrando.

Habiendo hecho un recorrido de miles de kilómetros por latinoamérica, siendo llevado por incontables conductores, extraños, cuyas buenas intenciones no siempre están bien garantizadas, se hace evidente otro obstáculo que el mochilero karateca debe sortear: la seguridad.

Por su entrenamiento, cuenta con un temple y un arsenal de movimientos y aprendizajes que le pueden servir en situaciones extremas, pero no es a prueba de balas. Entonces, ¿cómo se asegura de que llegará vivo a su siguiente destino?.

Para Jorge, en parte es cosa de instinto, “netamente algo visceral”, estando atento a sus propias sospechas, evaluando “si esta persona me despierta confianza”.

“Había personas en Chile que me decían que tenía que desconfiar de todos, porque realmente es peligroso”, relata. Sin embargo, debió alejarse de este tipo de pensamiento o sabía que no llegaría a ningún lado: “Si yo desconfío de todos, me muero, así de sencillo. Me moriría en la ruta porque nadie me llevaría. Si alguien me llevara, yo estaría desconfiando, no me subiría, preguntaría muchas cosas, me terminaría matando solo de alguna forma”, explica.

“Acá el factor confianza es fundamental, y especialmente la confianza en mí mismo, en mi radar, en mis capacidades físicas y mentales, emocionales, espirituales, todo. Entonces yo me pongo en ese plano, y confío, y cuando algo no me huele bien, me voy de ahí”, explica. “Me ha pasado, pocas veces, pero me ha pasado. Todo bien, buena onda, pero yo no me quedo ahí, no me subo a ese auto. Zafo de forma bien diplomática”.

Idiomas mezclados

Tras salir de Brasil, pasó casi un mes y medio en Paraguay, donde se encontró un escenario muy distinto al brasileño, siendo mucho más fácil que los extraños le dejaran subirse a sus vehículos.

“No viene mucho viajero acá, y ellos tampoco tienen la costumbre de salir con la mochila como hacemos en otros países, y eso llama la atención”, detalla Jorge, antes de indicar la segunda barrera idiomática que debió romper: “La primera lengua acá es el guaraní. Más del 85% de la población la habla”.

Aquí se encontró con el “yopará”, un lenguaje que mezcla el guaraní con el español.

Cerro Tres Kandú, Paraguay | Jorge Urrea
Cerro Tres Kandú, Paraguay | Jorge Urrea

A Paraguay entró por la ajetreada Ciudad del Este, donde debió ir forzozamente para renovar su celular luego de que el suyo se quemara en Brasil. Después avanzó hacia Coronel Oviedo, por el Cerro León, por Villarrica, y otros lugares con nombres en guaraní. Siguió hacia el Cerro Tres Kandú en General Garay, que es “el más alto de Paraguay: son 850 metros. De ahí a Asunción, a Capiatá, Areguá, Piedras lisas, y luego hacia Luque, donde está la Conmebol”.

Siguió hasta Santa Rosa, cerca de Concepción, para luego avanzar hacia el Río Paraguay al oeste, a la ciudad San Pedro del Ycuamandiyú, y Asunción para hacerse una endodoncia que no tenía planificada, pero que por fortuna le salió gratuita.

En la capital se quedó viviendo con un japonés por una semana. Resultó que su nuevo amigo también era karateca, por lo que adaptaron el pequeño cuarto en que dormían para poder entrenar en él, como si fuera un dojo improvisado.

Veían videos y analizaban técnicas, aprendiendo el uno del otro, por las diferencias en estilo y en trasfondo que ambos tenían en su propio entrenamiento.

En Paraguay también hizo su debut televisivo y radial, experiencias que repetiría en Bolivia.

Esclavitud actualizada

Para salir de Paraguay y cruzar a Bolivia debió cruzar lo que es conocido localmente como el “Infierno verde”. Kilómetros y kilómetros de selva tropical, caminando al borde de una carretera por la que muy pocos autos pasaban.

Todo esto, rodeado por los mosquitos de Jurassic Park.

Salar de Uyuni | Jorge Urrea
Salar de Uyuni | Jorge Urrea

Ingresó a Bolivia por El Chaco, pasando por Villa Montes, Tarija, Tupiza, Uyuni, y Potosó. En esta ciudad minera, conocida por ser donde antiguamente se fabricaban monedas en la zona y por haber sido la localidad más poblada del mundo conocido cuando las tierras estaban bajo el mando de la Corona Española, se encontró con algo que le marcó: “es como que todavía hubiera esclavitud, pero actualizada. Es muy fuerte”.

Después siguió hacia Sucre y se subió a un camión sobre el cual pasó 17 horas seguidas hasta llegar a Santa Cruz. “El chofer iba comiendo coca así que podía rendir muchas horas sin que le diera sueño”, explica.

El retorno

Tiene estipulado su regreso para diciembre de este año, y ya sabe qué quiere hacer al volver: “Yo no emprendí este viaje sólo por la aventura. Mi objetivo es capacitarme en la ruta como futuro coach desde la práctica, antes de los estudios”.

En este sentido, explica, “se dice que un cinturón negro es un cinturón blanco que nunca desistió: en ese sentido me lo tomo. Yo soy un cinturón blanco en permanente aprendizaje, no puedo renunciar porque si yo renuncio caminando en la ruta, solo, en lugares medio inhóspitos y desérticos, existe la posibilidad de morir. Así me lo metí yo en la cabeza. Si yo renuncio, muero”

“Ahí es donde toda mi enseñanza de más de 20 años entra en juego, y doy la vida caminando cuando es necesario. Después cuando hago karate y, por ejemplo, estoy cansado o me toca un rival muy fuerte, pienso en esto y realmente, la vida, la ruta, la parte salvaje, es mucho más fuerte que esto”.

Con todo, sabe que lo que hace es arriesgado y que puede ser visto incluso de forma extravagante: “Yo lo veo de afuera y pienso ‘este tipo es un loco”

Jorge Urrea sigue buscando llegar a acuerdo con auspiciadores para poder completar su travesía. Por muy buena calidad que tengan, las carpas y sacos se rompen, las zapatillas se gastan, y hasta ahora se ha ganado la vida con distintos trabajos. Si estás interesado en acompañarle, puedes conocer más detalles en su cuenta de Instagram.