Cuando Carlos mira a Lorena no ve el cuerpo de hombre que una vez tuvo. Ni ve a una trabajadora del comercio sexual que durante casi cinco años se empleó en Santiago tras abandonar su natal Bolivia. Lo que Carlos ve es a su ardillita, de paletas y cachetes grandes, la persona con la que todas las noches, cuando se va a dormir, se despide de él con un beso y un buenas noches.

Llevan más de un año juntos, viviendo en Hualpén, en Concepción, donde él la invitó para que lo acompañara y dejar atrás la prostitución en Santiago.

Como en la película Una mujer fantástica, en la que Marina y Orlando están juntos a pesar de lo que piensa el resto, Lorena, de 23 años, y Carlos, de 46, pasean por Lenga, Yumbel, Talcahuano y Lirquén, siempre de la mano, sin importarles lo que digan en voz baja.

“Lo trans se me olvidó, es mi mujer nomás”, asegura Carlos. Están enamorados, eso no lo ocultan.

La historia de Lorena

El día que nació Lorena en Santa Cruz de la Sierra sus padres por fin tuvieron a su hijo. El varón que después de cinco mujeres llegaba a la familia. Sería el último, el concho.

Pero tenía un secreto. “Desde que tengo uso de razón a mí siempre me han gustado los hombres. A mí nunca me han llamado la atención las mujeres. Nunca, nunca, nunca. Sí tenía una admiración, pero de cómo se vestían, cómo eran”, cuenta ella.

En ese tiempo, en que Lorena todavía no era Lorena, ella sólo podía liberar su identidad cuando sus padres y sus hermanas salían. Tomaba las ropas de sus hermanas, un poquito de rímel en las pestañas, otro poquito de maquillaje y a la disco.

Su familia conservadora no iba a aceptar eso, ella lo sabía. “Mi familia igual sospechaba, porque había los rumores de los vecinos que me habían visto en una discoteque gay, que me han visto por aquí o por allá. Que yo era medio afeminado”, recuerda.

Llegó a Iquique apenas terminó la escuela. Ahí trabajó en diversos oficios, como en un cybercafé y en una peluquería. En la última tuvo contacto con una compañera que ya trabajaba en el comercio sexual, quien la persuadió para que se fueran a Santiago a ejercer ese oficio, pues había mejores oportunidades.

En la capital, trabajando por la noche, comenzó su transformación.

El hombre que le cambió la vida

Carlos ha pasado su vida en la zona de Concepción. El menor de dos hermanos, vivió en la población Higueras de Talcahuano cuando niño y estudió en el colegio Salesianos y después en la Universidad del Bío Bío, donde se recibió de técnico en Electrónica. Quiso sacar su título de ingeniero en la disciplina, pero le faltó el dinero para estudiar.

Producto de una relación previa tuvo una hija, que hoy tiene 18 años, con quien no habla demasiado por la mala relación con su madre, confiesa. Aparte de eso no hay mucho más que destacar, excepto por una mujer con la que convivió por dos o tres años, quien era de Talca. Hasta que conoció a Lorena.

La historia va así: Carlos había contratado a una conocida de Lorena en una oportunidad, por lo que tenían a esa persona de amiga en común en Facebook. Ella vio una foto de él en Brasil vistiendo la camiseta de Colo-Colo y le dejó un comentario en la red social: “Yo le dije que a mí me gustaba el Colo, entonces él enganchó”, relata ella.

Carlos asegura que no se demoró en agregarla a su red: “Nos contactamos, nos quedamos de juntar en Valdivia el año pasado, por la noche valdiviana, pero ella se lo perdió”.

Ella no quiso viajar porque la amiga en común no le había comentado cosas buenas de él, puras mentiras por lo que supo después. Sin embargo, él no se rindió. Viajó a Santiago y la contrató. Tres noches juntos, fueron tres días como pareja. En uno de ellos tomaron un tour por el Estadio Monumental.

Él la invitó a vivir juntos en Hualpén, pero ella dudaba. No obstante, tras un par de meses de conversaciones telefónicas se convenció y decidió a viajar al sur. La relación iba bien, llevaban cerca de tres meses, hasta que llegó el Sábado Santo pasado.

Carlos recuerda: “Yo el viernes estaba normal. En la noche me caí, me desvanecí en el baño, pero me levanté. Ella pescó el celular mío, buscó a mi hermano, lo llamó y me llevaron a la clínica. Ahí estaba descompensado: presión y glicemia. Después descubrieron que tenía cálculos vesiculares. No me abandonó ningún día. Cuando desperté la vi al lado a ella llorando. Y pensé: esta persona es especial”.

Los cercanos

El hermano de Carlos nunca ha dicho nada sobre que Lorena es trans. “Lo conozco. Yo sé que mi hermano sabe, que se haga el el leso es otra cosa”, asegura él.

A ella no le gusta que Carlos le mande fotos a su hermano cuando van de vacaciones, porque todavía teme que en realidad él no sepa y que se dé cuenta. En una ocasión Carlos se emocionó cuando él le contestó por WhatsApp algo como: “Qué bonito, merecidas vacaciones. Saludos a Lorena”.

Con sus tías la situación es similar. Él cree que saben, pero no le dicen nada. Simplemente preguntan cómo ha estado ella.

Diferente es el caso de un compañero de trabajo que él considera homofóbico y que no tolera a los homosexuales. Sin embargo, ha sido muy comprensivo, según Carlos, con su relación con Lorena. “Él dice que no (importa), si es tu pareja, que te apoya, te apaña, te da comida, te hace el almuerzo rico… me dice: Me da envidia, yo quiero una mujer como ella”, asegura él.

Carlos tiene unos amigos dueños de una empresa de tours, por lo que viajan mucho con el mismo grupo. En cierta oportunidad fueron junto a Lorena a la fiesta costumbrista de Portezuelo. Una amiga de ellos -de más de sesenta años- estaba muy emocionada de viajar con Lorena, ya que ella era muy cercana a Carlos. Lo trataba como un hijo, por lo que andaba anunciando que Lorena era su nuera.

Esa misma noche él se acercó a su amiga, algo cohibido, pero quería hablar con ella: “Yo le dije: ‘Así como dijiste que es tu nuera, ¿tú sabes lo de ella?’. Ella me dijo: ‘¿Qué cosa? Que es transexual. Ya lo sabía’, me respondió”.

De ahí fue conversando con otros acompañantes y ya todos se habían dado cuenta y nadie se hacía problemas.

Caminando juntos

Van por la calle y no los vencen los cuchicheos. Él es de 46 y ella de 23, él mide un metro sesenta y ocho centímetros, ella un metro setetenta y cinco. Pasean por Concepción o Puerto Montt. Él de pelo entrecano, con barba y con lentes. Ella “cachetona”, de dientes grandes, morena, boliviana y también de lentes. Siempre van juntos de la mano.

A veces él se molesta porque escucha cosas sobre ella. Les pasó en una botillería de su barrio en una ocasión, que alguien salió con un “es maricón”. Encaró a esa persona, pero no estuvo solo porque también la dueña del local -que los conocía- lo apoyó.

Carlos es militante comunista; de hecho es encargado de comunicaciones de la comisión regional del partido. Él asegura que en su partido son abiertos de mente, aunque ocurrió un hecho aislado en la Fiesta de los abrazos de Coronel, con una pelea.

“Una señora tiró una talla de que yo era maricón, entonces otro compañero se levantó y le respondió: ‘A quién le dijiste maricón’. Y empezó ahí. Se paró él, se paró el otro, se empezaron a decir las cosas. Yo sentada, me reía sola cómo peleaban. Y algunos decían: No peleen en medio de la señorita (se ríe). Para mí fue un chiste, sin asunto la pelea. Pero como andaban con copas. A mí no me afecta porque como yo he trabajado en la calle y ahí he recibido insultos, discriminación”, relata Lorena.

Pero son incidentes que no suelen ocurrir. Lo más grave según ella es el tema de la discriminación laboral. Le ha costado encontrar trabajo y durante el año pasado un local de comida la discriminó, pues la iban a contratar hasta que le pidieron el carné y se dieron cuenta de que era trans.

Actualmente se desempeña en un pub por las noches, hasta cerca de las cinco de la mañana, viernes y sábados. A sus jefes no les importa que sea trans y sus compañeros de trabajo no sabían hasta que un amigo de su pareja la delató.

“Los clientes no saben que soy trans. He tenido experiencias de día y de noche, que no se han dado cuenta, hasta que meten mano (se ríe). No se dan cuenta, se ponen a bailar conmigo, se toman su copete, me invitan, tiran la talla”, manifiesta ella.

El futuro

Como pareja se proyectan. En poco tiempo más se vendría una hermana de ella a vivir en su departamento con su hija, ya que tienen una habitación de visitas. Ella está algo nerviosa, porque pese a que sus hermanas y su mamá ya han visto fotos y han hablado con ella después de su transformación, cree que es diferente que la conozcan en persona.

Al único que no le ha dicho es su papá, que se encuentra preso en Bolivia, aunque se comunican por medios ilegales. “Para él va a ser un golpe fuerte, creo, porque yo era el único varón de la familia. No quiero ser otro problema para mi papá. Entonces prefiero que si se entera, que se entere, pero yo no me animo a decirle”, expresa ella.

Tienen pensado ir a visitar a su familia, aunque están preocupados porque Lorena nunca regularizó sus papeles.

Ellos ya han viajado a Puerto Montt y Chiloé y quieren seguir explorando otros lugares.

Además, ella aprendió a cocinar en Chile y ya que trabaja en el pub esporádicamente, el resto del tiempo hace las funciones de dueña de casa. Con sus habilidades, creen que podrían abrir a futuro un negocio de comida.

Ellos afirman que ya están en una etapa de madurez en su relación, en la que quieren seguir viajando, recorriendo ciudades, conociendo juntos otros lugares. Tal vez con menos cuchicheos que antes.