Mir Salam, en cuclillas al borde de la carretera principal de Bagram, recoge entre el polvo minúsculas piezas de aparatos electrónicos hechas trizas. "Esto es lo que hacen los estadounidenses: ¡destrozan absolutamente todo!", se indigna.

En torno a este hombre de cuarenta años hay teléfonos militares incompletos, teclados de ordenador rotos, neumáticos reventados, lo que queda de algunas impresoras y otros materiales casi irreconocibles. Todo lo que las tropas estadounidenses ya no necesitan antes de su salida del país.

A pocos kilómetros, el ejército estadounidense está evacuando su gran base aérea en Afganistán, a menudo blanco de ataques en el pasado, dentro de su plan de retirada tras 20 años de presencia militar.

El 1 de junio, un responsable estadounidense aseguraba que la retirada se concretaría en “20 días”.

Bagram, heredada de la ocupación soviética, se sitúa a unos 50 kilómetros de Kabul, y será entregada en estos días a las autoridades afganas tras haber albergado desde 2001 a decenas de miles de soldados occidentales e incluso una prisión secreta.

2.800 reclutas

“Los preparativos para devolver integralmente” el control de la base a las fuerzas de seguridad afganas están en curso, dice el gobernador de Bagram, Lalah Shrin Raufi.

“Hemos empezado a reclutar soldados”, otros vendrán de otras provincias: en total 2.800 hombres van a tomar el relevo, dijo. “Contrataremos a quienes cumplan los criterios”, agregó.

Al dejar sus bases, el ejército estadounidense hace una limpieza exhaustiva. Todo lo que no pueden llevarse “lo queman o lo hacen explotar”, se indigna Mir Salam.

“¡Claro que estoy enfadado! Mataron a nuestros padres y a nuestros hijos en esta guerra. En esta base había muchas cosas nuevas, había material para reconstruir Afganistán 20 veces. Pero destruyeron todo”, agrega.

A su lado, Mohamad Amin concuerda. “Vinieron a reconstruir nuestro país, pero ahora destruyen todo. Hubieran podido darnos todo este material”, lamenta.

Los dos hombres alquilan por 1.000 afganis (12 dólares) al mes un terreno en el que hurgan entre los escombros para buscar metal y piezas en buen estado para revender.

A lo largo de la carretera se alinean otros hangares, algunos igualmente precarios, otros, vigilados por hombres armados. Por ejemplo el de Hajji Noor Rahman, resguardado por una impresionante puerta corrediza. “Todo lo que está en buen estado, la gente lo compra”, dijo.

Miles de empleos perdidos

Dentro, en varias decenas de metros cuadrados, se amontonan sillones de oficina, pantallas de televisión, pesas y otros instrumentos para hacer gimnasia, material médico de primeros auxilios y hasta adornos de Navidad.

Todo lo que forma parte de la vida diaria de una base militar en la que viven, se preparan para el combate y descansan jóvenes soldados y oficiales.

Abdul Basir ha llegado con un amigo desde Kabul y ha encontrado ya seis puertas de metal en buen estado que van a comprar.

Un poco más lejos, un joven rescata un par de botas apenas usadas y otro un oso de peluche y un minibalón de rugby.

“La retirada de las tropas estadounidenses va a tener un impacto negativo en la economía del país y en la de la región de Bagram”, se preocupa el gobernador, admitiendo su pesimismo.

“Su presencia aquí ha dado trabajo a miles y miles de afganos”, desde el mecánico hasta el panadero, explica.

“Me he reunido con empleados de una empresa que suministraba víveres a la base y todos han perdido su empleo”, citó.

Sin embargo, el gobernador asegura que el plan para retomar el control del lugar está listo. “Trabajamos con la policía y el ejército para proteger la base e impedir ataques enemigos”, dijo.

Porque los talibanes no están lejos, dice Hajji Noor Rahman, que recuerda que durante el mes de ramadán, periodo de ayuno y oración de los musulmanes, atacaron una patrulla del ejército en la zona. Por eso, nadie se entretiene en la zona y hay que apresurarse para regresar a casa.