Cirqo, la nueva cinta de Orlando Lübbert (Taxi para tres) relata la historia de dos fusilados (Roberto Farías y Iván Álvarez) que logran sobrevivir y se refugian en un circo. El Cirqo Donozzo, de Don Tirso (Alejandro Trejo).
Una cinta que combina historia reciente, precariedad, realidad mágica y mundos que se han ido extinguiendo: esos de los circos pobres, de gente de ciudades pequeñas, con quioscos con techos de “fonolitas”. Ese mundo donde se rehúye la política para evitar conflictos (en especial en dictadura), pero que, a la hora de optar, se decide por el bien del grupo, de las personas. Donde la solidaridad es lo que salva a las personas, lo que sostiene la vida. Lo que permite sobrevivir y, si es con humor, mucho mejor.
Un humor de la precariedad, sencillo y simple que apela a la complicidad, a reírse de uno y aceptar al otro.
Emotiva, Cirqo tiene una carga melancólica, como si fuera un relato de sanación, que buscará abrir heridas para airear, en un intento de construir o reconstruir una historia para apaciguarse.
Cirqo es realismo mágico a la chilena: precario, melancólico, con tiene momentos felices casi plenos. Donde siempre penan las ausencias, las carencias… Los desaparecidos, donde el humor (negro algunas veces, liviano y popular por lo general) permite hacer llevadera la vida.
Cirqo recrea de manera notable los años 70, los ambientes, el vestuario, las personas de esos años. Con personas “normales”, con físicos normales (salvo, claro, el enano del circo), sin bellezas deslumbrantes, sin exageraciones. Por ejemplo, las manos son de personas que trabajan con ellas. Y así, todo está cuidado (sólo podría mencionar un par de detalles menores, como la malla “Acma” que hay en el puente, que sólo se empezó a usar en Chile a mediados de los 80. Un detalle muy técnico).
Una buena cinta, con personajes entrañables, con grandes actuaciones en las que destacan Alejandro Trejo, Roberto Farías, Daniel Antivilo, Iván Álvarez y Pablo Krögh, que hace un notable “Martínez” (jefe del grupo represor).
