En el curso de este mes de Octubre, en Pyongyang, capital de Corea del Norte, se conmemoró el 70 Aniversario de la constitución del actual Partido del Trabajo de Corea, el que se considera oficialmente el Partido gobernante en dicho país.

Sin embargo, la realidad indica que tal afirmación no puede sostenerse, ya que lo que allí existe es la dictadura de una dinastía, propia del período de las monarquías medievales, que impone una cruenta opresión a su pueblo. No es grato decirlo, por que una lucha justa por la liberación nacional y social devino en un resultado completamente indeseable.

Llegar a este punto requirió un largo camino, que tuvo una de sus etapas cruciales en la implementación de un desaforado culto a la personalidad del fundador de la dinastía, Kim Il Sung, el auto proclamado, “sol rojo” y “mariscal de acero” de los millones de coreanos sometidos a su arbitrio.

Es efectivo, que en la lucha por la independencia nacional existió una fuerza partidista. Pero, sometido a la interpretación estalinista de los criterios organizacionales del marxismo-leninismo, ese Partido sucumbió  primero a la centralización del poder en un sólo líder, rodeado de incondicionales sedientos del control exclusivo del Estado, que proclamando la supuesta infalibilidad del precursor, como único dueño de la verdad, implantaron una situación en que el Partido es reducido a una realidad formal, destinada a revestir de una cuota de legitimidad las decisiones de un poder absoluto que no admite límite alguno.

No debió ser así. Los ideales socialistas y revolucionarios que inspiraron en su origen a los movimientos anti coloniales y antiimperialistas, son antagónicos con dictaduras eternizadas, sin sujeción a legalidad alguna. Hacer realidad la justicia social, tenía como ruta posible transformaciones dirigidas a la superación del atraso feudal y los padecimientos de la población, con vistas a niveles sucesivos y crecientes de derechos sociales, pleno ejercicio de las libertades y universalización de las conquistas populares; aquellas que tantos sacrificios ha costado a cada país que las ha alcanzado.

Esa ampliación de derechos y goce de las libertades camina en el sentido contrario a dictaduras crueles y despóticas. No se puede llegar al extremo de usar los peores métodos de coerción y dominio en nombre de pueblos que se sojuzgan. El culto de la personalidad abjura del ideal socialista en cuanto niega la igualdad de todos y todas para participar y decidir sobre la marcha de su país; y reniega de su esencia libertaria al negar el derecho a opinar, a coincidir o discrepar, a publicar, circular, debatir y organizarse con plena libertad de quién ejerza la autoridad o el gobierno.

En definitiva, la pretensión de eternizarse en el poder transformada en teoría política, sirvió para la completa desnaturalización de los esfuerzos destinados a crear una base de desarrollo que acabase con la miseria y el atraso que padecían naciones como Corea, China y Rusia que, luego de siglos de oscurantismo, se encontraban muy lejos de alcanzar niveles de vida mínimamente coherentes con los logros ya alcanzados por la humanidad en la primera parte del siglo XX.

La colectivización forzosa de la agricultura y la industrialización a marcha forzada de Stalin en Rusia; la idea del “gran salto adelante” de Mao en China, y la llamada idea suche de Kim Il Sung en la referida Corea del Norte, intentaron un avance productivo y económico que la base económica y social de sus naciones no podía lograr en tiempos mínimos.

En la supuesta genialidad de los líderes quedó depositada la llave del progreso histórico, lo que se obtuvo como resultado fueron hambrunas que generaron millones de víctimas. Se ocultó el fracaso divinizando a los jerarcas en el poder y negando la democracia. Con ello, tales regímenes provocaron un daño incalculable a la fuerza y legitimidad del ideal socialista al asociarlo con abyectas formas de dominación.

El culto a la personalidad se convirtió en un camino que conduce al fracaso de quienes lo implementan por que niega y rechaza la función de las fuerzas organizadas, sean políticas o sociales; genera apatía y apoliticismo en la sociedad, menoscaba y minimiza el papel de las instituciones del Estado y concluye fatalmente comprimiendo la lucha política a pugnas fraccionales que envenenan y desnaturalizan los grandes dilemas del desarrollo humano, a la mayor o menor “clarividencia” de aquel que ostenta el poder.

Lo más negativo de este fracasado recurso de perpetuación, se sitúa en que esta nefasta experiencia golpeó a la izquierda en su conjunto y no sólo a la vertiente comunista, que reunida en sucesivos Congresos de la Internacional, en los años veinte y treinta, aceptó esta práctica, trágica y fatal de modo que es allí donde está su origen ideológico fundante.

La concentración del poder en un sólo individuo generó abusos, privilegios y corrupción en los países sometidos al fenómeno del culto a la personalidad. Si el jerarca era una especie de Dios en la tierra podía hacer cuanto quisiera y los pueblos debían aceptarlo. El culto busca la perpetuación desde la irracionalidad del fanatismo y desprecia el respaldo de la conciencia social y de la razón que dan los fundamentos objetivos y consistentes.

A poco andar, demostrado que no había líder infalible, ante el desplome de los “saltos adelante” convertidos en saltos al vacío, las multitudes defraudadas se recubrieron con una espesa capa de apatía, indiferencia o cinismo que estos regímenes no lograron derrotar, hasta que parte de ellos simplemente sucumbieron, especialmente, cuando los recursos de la Unión Soviética dejaron de sostenerlos, así le ocurrió el año 89 a Nicolae Ceaucescu en Rumania; en otros casos, se han mantenido extendiendo los métodos policíacos de control de la población.

En el caso de Gadafi, en Libia, la adoración que recibía alimentó en él una megalomanía que le convenció que podía hacer cuanto deseara; por ello, no fue casual que su aparente intransigencia hacia el imperialismo, estuviera respaldada por portentosas cuentas en paraísos fiscales, en especial en Suiza, mostrando que tantos halagos provocan apetitos irrefrenables hacia los depósitos en dólares y un ansioso ardor por una riqueza mal habida. La codicia transformada en dictadura, hizo perder muchas décadas al progreso social y el desarrollo humano, cuya necesidad había llevado a esos jerarcas al control del Estado.

La situación en China ha sido distinta, después del culto a Mao y de las penurias sufridas en el periodo de la “revolución cultural”, se instaló un centro unificado de conducción política que concordó y aplicó el plan de reformas inspiradas por Deng Xiaoping bajo la filosofía política que “no importa el color del gato, sino que lo que importa que este cace ratones”, que se propuso un socialismo abierto al mercado, idea con la que China se ha transformado en una potencia global.

El socialismo como proyecto de sociedad y como fuerza política tiene una identidad esencial, su vocación libertaria y su voluntad de superar las tendencias opresivas de diversa naturaleza que crean desigualdad y sojuzgan al ser humano; por eso, es incompatible con dinastías tiránicas como la que se instauró en territorio coreano y encabeza Kim Jong-un. No verlo así es abandonar por completo el sentido democrático esencial del pensamiento socialista.

Como en esta deformación autoritaria el culto a la personalidad jugó un rol decisivo, hay que denunciar su perverso carácter que, a la postre, bloqueó y entorpeció el despliegue del ideal socialista y su naturaleza democrática provocándole un costo invaluable a su convocatoria global.


No hay líder que pueda proclamarse como poseedor absoluto de la verdad, salvo que esa pretensión se asocie con un afán de poder incompatible con la voluntad democrática del socialismo. Las pugnas personalistas conducen a daños irreparables. El que propicie el culto a la personalidad, instala un rumbo errado en el cerebro mismo del proyecto socialista. Hay que desechar ese camino
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Camilo Escalona Medina
Vicepresidente Nacional
Partido Socialista de Chile