En un barrido que abarcó los primeros quince días de Julio, la Agencia Digital Blacksheep SMC registró en Twitter 336 menciones de la palabra desconfianza contra 3.225 de la palabra confianza.
La confianza -ese estado básico necesario para pensar, planear, invertir, comprometerse; ese aprendizaje mínimo para conseguir vivir- parece temer incluso condenarse con su antónimo, a pesar de que los tweets que lo incluyen toquen el tema de la desconfianza como tono ambiental.
Recogidos por el Departamento de Estudios de Blacksheep, los tweets muestran perlas críticas. Se juntan las palabras desconfianza e incertidumbre y se siente la irritación, la rabia, la molestia, encarando al gobierno.
La confianza, por su parte, se cruza con el amor, con la sinceridad, la credibilidad y un tono mucho más cordial, sin ser menos categórico en sentirla necesaria en todo tipo de relaciones.
Da la sensación de que al hablar de confianza aun hubiera esperanzas de una escucha, una acogida, una vuelta de campana, un golpe de timón que permita evitar lo que las frases de la desconfianza transmiten como una condena al momento político donde no se salva nadie. Ese momento en que parece haber habido un giro -desde el estallido del caso Penta y la desconfianza en los políticos- a una desconfianza más generalizada, esta vez centrada en la responsabilidad del gobierno tras el caso Dávalos. Y sobre todo acerca de la capacidad de la presidencia de revertir esta sensación de barco al garete, de programas en los que no se puede creer completamente, desprovistos de organización, cargados de parches, sin destino claro.
El segundo gobierno de Michelle Bachelet se ha convertido -a diferencia de su primera versión, donde su protagonismo era encantador- en una suerte de mala película que muchos, cada vez más, solo esperan que termine.
Quizás la confianza sea la gran zona herida, el gran sueño agrietado, pero también su reiteración hace pensar que aun es mayoría el que la añora, la anhela y la busca por encima de los corrosivos mensajes de quienes ya están sumidos en la desconfianza y la declaran categóricamente, taxativos e indignados.
¿Cómo se reconstruye la confianza?
Hay quienes dicen que es como un vidrio roto y no tiene remedio. Hay quienes aseguran que solo un gesto de transparencia y sinceridad absoluto, con una intolerancia total a todo tipo de corrupción sin importar de donde venga, acompañados de una gestión eficiente y organizada, podrán restaurar esta necesidad elemental de la población que quiere volver a creer.
La zona oscura es que esta necesidad de creer puede volcarse, en tiempos de liderazgo débil, a cualquier proyecto peregrino y tomar banderas vestidas de censuras e irritación, que prometen limpiar un país sucio y manchado, con ideas absolutas y populistas.
La zona luminosa es que al ver la simple elección de una palabra por otra, los francamente malheridos son mucho menos que los que hablan todavía de la confianza y la piden y buscan y necesitan.
Eso es una oportunidad.
Si lo es incluso para el populismo, con más razón para los que se levanten sólidos y razonables en tiempos en que la confianza vale oro y es el metal precioso con que reconstruir el corazón herido de una nación, más allá de tal o cual reforma.
Dicho en breve, queremos confiar. Y eso no es menor.
Que se aproveche.
Marco Antonio de la Parra
@marcodelaparra
Director Departamento de Estudios Blacksheep.