¿Un “tirón de orejas” o un “coscorrón en la cabeza” a un niño que se porta mal, podría causarle problemas psicológicos a futuro?. Ésta es una interrogante común que los padres se formulan a la hora de castigar a sus hijos.

Las instituciones de protección a la infancia muestran su rechazo a este tipo de conductas, lo que en muchos casos es cuesionado por una parte de la sociedad que cree que a los niños se les está “sobreprotegiendo”.

Un ejemplo de esta realidad quedó en evidencia luego del video “Adiós tía Patty” popularizado en 2012. Aquí, una madre ensayaba junto a sus dos hijos una canción de despedida para una de las parvularias del jardín infantil al que asistían sus pequeños. Cuando uno de ellos interrumpió a su madre, ésta reaccionó pegándoles a ambos una “palmada en la cabeza”.

La grabación de este hecho fue subida a Youtube y obtuvo un gran número de visitas, debido a que causó risas entre los cibernautas que lo vieron.

Sin embargo, la Unicef reaccionó de inmediato y calificó la conducta de la mujer como “maltrato infantil”. La psicóloga de la institución, Soledad Larraín, dijo públicamente que se trataba de un acto de violencia, independientemente del contexto en que éste se hubiese dado. Es decir, que no había justificación para el comportamiento que tuvo la madre.

Ante esta situación cabe preguntarse, ¿los castigos físicos ocasionales proferidos contra los niños pueden causar perjuicios psicológicos a futuro y afectar su desarrollo?

Ante esta interrogante, la psicóloga educacional Giulietta Vaccarezza, aseguró que los castigos no son el mejor recurso para modificar una conducta y menos debería ser utilizado para enseñar un comportamiento nuevo.

La especialista agregó que un “tirón de orejas ocasional” o un “pequeño golpe en el trasero”, puede tener un efecto regulatorio inmediato.

Pero aunque esto puede resultar útil para modificar un comportamiento en el mismo momento, dicho cambio nunca generará convencimiento en quien recibe el castigo e incluso podría ser motivo de distanciamiento o ira hacia sus padres.

En este sentido, que el niño se detenga en ese momento no significa que haya aprendido que lo que hizo está malo exista un cambio posterior en su comportamiento.

La especialista explicó que comprende el motivo por los que algunos padres aplican este tipo de castigos: creen que cambiarán de forma rápida la conducta del menor y regular así los comportamientos. Sin embargo, precisó que estos tienen una utilidad mínima para lograr dichos objetivos.

Método de castigo y refuerzo

La psicóloga Giulietta Vaccarezza explicó que el método de “castigo y refuerzo” es útil y menos “invasivo” cuando los padres quieren modificar el comportamiento de los niños. Éste consiste en controlar objetos y situaciones que son evaluadas por las personas como refuerzos o castigos.

Por ejemplo, si el niño no realiza una conducta o expresa comportamiento disruptivos se retirarán los “refuerzos o privilegios” que la persona recibe, como no jugar más videojuegos. O bien, deberá realizar una acción que no quiere hacer, como cortar el pasto de la casa o hacer el aseo en su dormitorio.

Respecto a lo anterior, la profesional agregó que si lo que se desea es modificar algún comportamiento que se considera desajustado, lo primero es tomar conciencia de que la persona que lo emite está en una etapa del desarrollo, lo que muchas veces justifica la aparición de este accionar.

Por ejemplo, los niños de 3 años suelen hacer lo contrario a lo que los padres señalan, por tanto, su comportamiento es adecuado a su etapa del desarrollo, lo que no aplicaría a un adulto, pero si a un adolescente.

La inconsistencia en el discurso de los adultos

El médico Francisco Moraga, integrante de la Sociedad Chilena de Pediatría, coincidió en que la violencia o las agresiones físicas no son educativas, por lo tanto, no cambiarán a futuro la conducta de los niños..

Explicó que la violencia sólo logrará que el niño “se victimice porque lo castigan con golpes o gritos”, pero no aprenderá el “por qué” de lo que hizo está mal. Además, creerá que las agresiones son una manera de resolver conflictos.

Sin embargo, enfatizó que no debe confundirse “el golpecito que se da en la mano del niño para que no meta los deditos en el enchufe”, con otras formas de violencia o agresiones desmedidas y descontroladas por parte de los padres.

El especialista enfatizó que las conductas de los niños deben corregirse de “forma consistente”. Es decir, no debe existir “contradicciones” o “auto desautorizaciones” en el discurso del adulto que está enseñando al niño.

Lo anterior, porque este último perderá las confianza en su grupo familiar si ve que cambian constantemente el contenido de los mensajes que le entregan.

Por ejemplo, si un menor pide a todo momento que el padre le compre algo y éste cede ante la presión -pese a que anteriormente dijo que no- esto puede causar daños a futuro en su comportamiento.

Incluso agregó que estas situaciones constituyen un tipo de violencia “mucho más grave”, por los efectos que provocará a futuro.

Moraga también explicó que es normal que los niños insistan en hacer algo, cuando los adultos les dicen que no. Esta sería una característica propia de los seres humanos, quienes tienden a revelarse ante las negativas: “Eso es lo que nos hace grandes y nos permitió llegar a la luna”, ejemplificó.

El niño tiene “todo el derecho a reclamar por algo que quiere”, pero lo que no sabe es si lo quiere es bueno o no. Por lo tanto, son los padres los que tienen que ser claros en su posición de no permitir ciertas conductas y ser consecuentes en sus órdenes, aunque este llore o patalee.

El profesional también reconoció la importancia de que los especialistas del área de la salud enseñen a los padres a no perder la paciencia ni descontrolarse ante las conductas de sus hijos.

“Un padre no puede ponerse a pelear con el niño, no están a la par. Los padres no son amigos de sus hijos, y por lo tanto, deben ser un ejemplo de confianza y respeto”, precisó.

“Castigos duros y su efecto en la adultez”

Un estudio publicado en la edición de agosto de la revista “Pediatrics” de Estados Unidos, realizó una asociación entre algunos episodios de violencia física que recibieron adultos en su niñez, y los problemas de salud que actualmente los aquejan.

Eso sí, estos hallazgos no prueban que el castigo físico en sí afecte la salud a largo plazo de los niños. “Se trata de una asociación. No podemos afirmar que el castigo provoque los resultados en la salud física”, comentó la investigadora líder, Tracie Afifi, de la Universidad de Manitoba en Winnipeg, Canadá.

El sondeo reveló que más de 34 mil estadounidenses que reconocieron haber recibido en su niñez “una disciplina dura”, presentaban riesgos ligeramente más elevados de obesidad, artritis y enfermedades del corazón.

El estudio definió como “castigo duro” el recibir golpes, bofetadas o empujones, las cuales no constituirían formas de “maltrato infantil” como el abuso sexual, abandono o abuso físico.

Los hallazgos se basan en análisis a 34.226 adultos de Estados Unidos que participaron en un estudio del gobierno en 2004 y 2005. Menos del 4% encajaban con la definición de castigos duros en la niñez. El otro 38% reconoció haber recibido otras formas de “maltrato infantil”.

En general, su tasa de obesidad fue más alta, en comparación con los adultos que no reportaron castigos físicos duros: alrededor del 31%, frente al 26%. También tenían unas tasas más alta de artritis -22.5% frente a 20%- y enfermedad cardíaca -9% versus 7%-.

Sin embargo, la investigación recibió críticas. Uno de los problemas fue la definición de castigo físico “duro”. Ésta se basó en una pregunta: “¿Con qué frecuencia uno de sus padres u otros adultos que vivieran en casa le empujaron, asieron ásperamente, abofetearon o golpearon?”. Pero, el estudio no preguntó específicamente sobre las “nalgadas”, la forma más común de castigo físico en la niñez.

Además una de las personas que acompañó dicha publicación con una editorial, la Dra. Rachel Berger, del Hospital Pediátrico de Pittsburgh, cree que la pregunta no fue bien interpretada por los encuestados. Esto, porque más personas revelaron que fueron víctimas de maltrato severo, antes de que castigo duro. En estos casos es más que común que los consultados digan lo contrario.

“El estudio no observó el castigo físico más leve, los hallazgos no se pueden usar para condenarlo todo, incluso la nalgada ocasional que no fue incluida en las preguntas. Basándose sólo en esto no se puede decir que ahora sabemos que no debemos usar ningún castigo físico”, comentó Berger.

El estudio observó 7 afecciones de salud de la adultez, y halló que el castigo físico duro se vinculaba estadísticamente sólo con tres de ellas.

Incluso así, los vínculos no tenían mucha potencia estadística, precisó Christopher Ferguson, profesor de psicología en la Universidad Internacional Texas A&M, en Laredo.

Aclaró que no es defensor de las nalgadas, pero añadió que “no deseo que los padres que han dado nalgadas a sus hijos se alarmen con esto”.

Ante esto la autora del estudio, Tracie Afifi, se mostró de acuerdo en que los padres no deben sentirse alarmados ni culpables y agregó que “no intentamos culpar a los padres. Pero según la investigación, éstos deben intentar aprender tipos de disciplina no física”. Por ello, recomendó recurrir a los pediatras para pedir consejos.