Boric, con su confesión, mostró que durante años vio al empresario como ese lobo. Ese prejuicio ideológico no desaparece con un cambio de tono; deja cicatrices. Y una economía que busca inversión no puede darse el lujo de exhibirlas.
El presidente Gabriel Boric volvió a instalar una tensión innecesaria con el mundo empresarial. Durante el Encuentro Anual de la Industria 2025, organizado por Sofofa, no solo defendió su gestión económica: confesó que “antes no confiaba en los empresarios”. Una frase aparentemente honesta, pero políticamente torpe, económicamente perjudicial y simbólicamente dañina.
Y es que no se trata de una anécdota. Se trata de la verbalización de un prejuicio que, cuando proviene del jefe de Estado, se convierte en señal de alerta para quienes sostienen la inversión, el empleo y el dinamismo del país.
La reacción empresarial: un síntoma, no un capricho
Es lógico entonces que el presidente de la Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo, José Pakomio, respondiera de inmediato calificando la frase como “desafortunada” y advirtió que genera “espacios hostiles” en un momento donde Chile necesita reconstruir confianzas para reactivar plenamente su economía.
No es menor que Pakomio también cuestionara que Boric hiciera diferenciaciones entre gremios, sugiriendo cercanía con algunos y distancia con otros: un gesto que fragmenta, en vez de unir, a un sector que debe operar sin sospechas políticas.
La molestia del empresariado no es susceptibilidad corporativa. Es consecuencia directa de un mensaje que, en vez de tender puentes, reinstala viejas trincheras ideológicas.
De la sinceridad al agravio: el error político de Boric
Un presidente de la República puede cambiar de opinión; eso es parte de gobernar. Lo grave es admitir que la mirada inicial hacia todo el empresariado fue de desconfianza. Nefasta declaración. Esa generalización -que ignora la diversidad de pymes, emprendimientos regionales, empresas familiares y grandes corporaciones- equivale a condenar a todos por igual bajo un manto de sospecha previa.
La frase atribuida a Winston Churchill cobra aquí una pertinencia incómoda:
“Muchos miran al empresario como el lobo que hay que abatir, otros como la vaca que hay que ordeñar, y muy pocos como el caballo que tira del carro”.
Boric, con su confesión, mostró que durante años vio al empresario como ese lobo. Ese prejuicio ideológico no desaparece con un cambio de tono; deja cicatrices. Y una economía que busca inversión no puede darse el lujo de exhibirlas.
Incoherencia que debilita la credibilidad
El presidente asegura que su gobierno “sentó bases para crecer”, que Chile no está “cayéndose a pedazos” y que la macroeconomía respalda su gestión. Puede que algunos indicadores lo acompañen, pero las cifras no bastan cuando el mensaje político es contradictorio.
Entonces, ¿cómo pedir más inversión si quien la debe promover reconoce que partió desde la desconfianza?; ¿cómo atraer capitales cuando el propio liderazgo admite que históricamente veía al empresariado con recelo?; ¿cómo exigir a las pymes apostar por el riesgo si sienten que se parte desde una mirada moralizadora y no desde un reconocimiento a su rol?
Esta incongruencia no es solo discursiva: erosiona la base misma de la credibilidad presidencial.
Un daño simbólico con efectos reales
La economía no solo se construye con leyes, cifras y permisos. También se construye con clima. Con signos. Con señales. Con gestos y la verdad que estos no suman.
Cuando un presidente declara públicamente que no confiaba en el sector privado, envía un mensaje que cruza fronteras: en Chile, la relación entre Estado y empresa depende de afinidades ideológicas, no de respeto institucional.
Por eso y una vez más, pésima señal…eso de darse gustitos en una posición en la que se encarna a la nación no suma en absoluto, es un acto de irresponsabilidad y capricho, consecuencia de tentaciones ideológicas que deberían estar muy lejos de las políticas de Estado.
Ese mensaje afecta a las grandes inversiones, pero golpea especialmente a las pymes. A esas miles de empresas que dependen de certidumbre, que necesitan un clima donde no se les trate como sospechosas por defecto.
La confesión de Boric no solo remueve viejos prejuicios. Los legitima.
El país no necesita confesiones tardías. Necesita convicción pro-desarrollo.
Nada de esto impide la crítica legítima al empresariado cuando corresponde. Pero otra cosa es partir desde la sospecha, como Maquiavelo, quien sostenía que los hombres son inherentemente egoístas y “malos” por naturaleza, y que un gobernante debe tener esta realidad en cuenta para mantenerse en el poder.
En un país que aspira a recuperar dinamismo, atraer inversión y sostener el empleo, el Presidente de la República no puede permitirse declaraciones que desdibujen el valor del sector privado.
La verdadera valentía política no consiste en admitir prejuicios pasados. Consiste en gobernar sin ellos.
Así las cosas, Chile necesita un liderazgo que comprenda que empresarios, emprendedores y pymes no son lobos ni vacas: son, efectivamente, los caballos que tiran del carro del desarrollo.
Lo que menos necesita el país es que desde La Moneda se les recuerde, una y otra vez, que alguna vez no se les consideró dignos de confianza.
Pésima declaración presidente Boric.
Enviando corrección, espere un momento...
