Son dóciles, tranquilas, no dan trabajo ni requieren que las saquen a pasear. En Chile, una granja cría tarántulas y las exporta con mucho éxito a países de Europa, Asia y Estados Unidos, donde se venden como exóticas mascotas.

La granja es propiedad de Juan Pablo Orellana, un agrónomo fanático de los documentales de animales que recolecta y cría a “arañas pollito”, como se le llaman en Chile a estas tarántulas grandes y peludas que impactan por su tamaño, pero son inofensivas.

Por un precio individual de entre dos a 25 dólares (más gastos de envío) y con la única obligación de alimentarlas con cucarachas o gusanos vivos una vez por semana, cualquiera puede conseguir y mantener en su casa a una de estas tarántulas, que en el caso de las hembras pueden vivir hasta 25 años.

“No todos pueden mantener un perro o un gato. Las tarántulas son más económicas y no necesitan mayor atención. Además, el mundo ha cambiado y con la tecnología y la televisión por cable la gente descubre este tipo de animales exóticos y los quiere tener en su casa”, cuenta a la AFP el veterinario Juan González.

Cada año, la granja de Orellana exporta unas 30.000 tarántulas, que viajan en avión dentro de unas pequeñas cajas agujereadas y con un certificado oficial hasta su nuevo país de destino.

“Lo más fascinante para mí es salir y encontrar arañas nuevas”, explica Orellana a la AFP, que aparte de recolectar arácnidos en cerros cercanos a Santiago, cría y reproduce las especies más difíciles de encontrar.

Según señala, en Chile sólo once especies de estas tarántulas han sido descritas científicamente, aunque él cuenta ya con más de veinte distintas. En su criadero, hay algunas con el abdomen rojo, de piel cobriza, rosada o rallada, con más o menos pelos.

Un negocio familiar

Tras estudiar Agronomía en la universidad y ver que el negocio crecía a través de foros y ventas por internet, llenando su casa de arañas, Orellana decidió profesionalizar su emprendimiento y crear la empresa Andespiders, que hoy le da trabajo a casi toda su familia.

El criadero ahora está fuera de su casa y a cargo fundamentalmente de mujeres.

“Se necesita mucha mano de obra y muy especializada y yo prefiero que sea femenina, porque (las arañas) son muy frágiles y si se rompen una pata o se dejan caer, pueden morir”, cuenta Orellana.

El proceso de crianza es extenso y debe hacerse con cuidado, alimentándolas con grillos y gusanos y teniendo un especial cuidado con mantenerlas separadas.

“En cautiverio para llegar a un tamaño comercial son de dos años y medio a tres años (de crianza), por lo tanto, no es rentable para especies más baratas, que se venden a menor precio, sino que eso sólo se hace con las especies más caras”, explica Orellana.

“Las arañas tienen que vivir solas, lo llevan en el ADN, no pueden vivir ni en pareja. En el periodo juvenil ya empiezan a pelearse, y hay que separarlas para evitar el canibalismo”, cuenta por su parte el veterinario González, que asesora a Orellana.

Los principales envíos se hacen a Estados Unidos.

“Estados Unidos es cliente mayorista, aunque pide muy poca variedad, le interesa más el volumen que de qué especie es y las cosas técnicas. En Europa, son mucho más técnicos, ellos piden menos cantidad pero mucho surtido de especies”, explica.

En los últimos meses, ha entregado también arañas al Departamento de Tecnología Médica de la Universidad de Antofagasta, que investiga las capacidades anticancerígenas y antibacterianas del veneno de arañas y escorpiones chilenos.

En el criadero dos mujeres con bata blanca, guantes de látex, y mascarilla separaban y envasaban cientos de arañas recién nacidas en unos pequeños recipientes plásticos redondos con dos agujeros para que respiren.

Trabajan a toda máquina en preparar un pedido de 3.000 arañas que viajarán a Alemania en busca de sus nuevos dueños.

Pero hay una que no se vende y que tiene un lugar especial: “Rufina”, una araña peluda, del tamaño de la palma de una mano, de color café, que Orellana le regaló a su esposa cuando comenzaban a ser novios.