Después del otorgamiento del Premio Cervantes a Nicanor Parra, me parece que se da la ocasión propicia para inmortalizar en nuestro escudo nacional su premonitoria frase “La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”.
En varias ocasiones, se ha generado polémica por parte de quienes quisieran retirar la frase actual “Por la razón o la fuerza” del escudo patrio, la que, sin duda, no es de las más felices.
Si bien la frase de Parra tampoco lo es, sí ha llegado a ser mucho más realista y reveladora de nuestra identidad como sociedad, ya que retrata fielmente lo que ha imperado en Chile desde del fin de la dictadura en 1990, la colusión permanente de la derecha sostenedora y heredera de tal régimen de facto con la Concertación de centroizquierda que nos habría liberado de aquélla, pero que pronto prefirió dar la espalda a la ciudadanía que la había llevado al triunfo de 1988 y optó por volcarse hacia una transición oscuramente pactada con el dictador derrotado.
Esto dio pie a un nuevo período histórico que debiera pasar a ser conocido como la República Aliancertacionista, donde jamás se ha arribado a la democracia plena, merced a instituciones diseñadas por el régimen de facto (binominal, exigencia de supermayorías, desigual valor del voto entre chilenos, etc., etc., todo ello contenido o simbolizado en la espuria e ilegítima Constitución de 1980), que dejan fuera o eliminan toda competencia y representatividad democrática.
Mientras sigamos viviendo en esta falsa democracia a la que, sucesivamente, sus artífices, partidarios y beneficiarios han dado diversos nombres, motes o apelativos, como “democracia orgánica”, “democracia protegida”, “democracia de los acuerdos”, “gobierno de consenso”, “justicia en la medida de lo posible” y demás denominaciones más o menos impresentables, la señera presencia de la frase “La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas” del galardonado antipoeta en nuestro escudo nacional, puede ser un buen recordatorio de la antítesis que se da entre una democracia sin apellidos y nuestras vacías instituciones, que no cumplen con los estándares mínimos de una democracia en serio.
Rafael Enrique Cárdenas Ortega.
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