Aunque la iniciativa tenga algo de surrealista, por lo imposible que ocurra de verdad, todo lo que sucede en esta obra se apoya muy firme sobre la tierra, porque los protagonistas de La pichanga se juegan a fondo por temas que son vitales.

Nada más ni nada menos, desafían a jugar una pichanga en el Estadio Nacional… al Congreso de Chile, como una forma de enfrentar la corrupción y solucionar los múltiples problemas que afectan a la educación, la seguridad, la salud, el trabajo…

Claro que, ya cansados de tanta indiferencia, para presionar a los parlamentarios, han secuestrado a la selección chilena y exigen jugar este partido informal como condición para liberar a los astros del fútbol.

Este es el terreno elegido por la compañía Ocaso Teatro (“El mote con huesillos (o nuestra bebida nacional)” y el elenco de nueve actores y actrices para mostrar realidades, hechos, testimonios y que registros en los medios de comunicación.

Relato coral

Con la dramaturgia de David Gajardo y la dirección de Rodrigo Aro, La pichanga se presenta como una obra de teatro popular original y bien hecha, graciosa y delirante, con humor, humanidad y capacidad de reflexión.

Lo hace a través de una galería de personajes, definidos en trazos breves en su sicología y motivaciones, tan representativos de la sociedad actual, que incluye a una carabinera vestida con su uniforme que también defiende el derecho a protestar, a movilizarse y ser solidario.

La situación de un hombre joven que requiere de urgente atención médica -y que no la tiene- es la chispa que lleva al accionar radical de este grupo de personas que refleja la decepción ciudadana respecto de las instituciones.

Tanto el autor como el director en la puesta en escena ordenan la acción teatral de modo que el hilo conductor no sea afixiado por lo hiperventilado y dinámico del juego escénico.

Pausas y síntesis, algunas reiteraciones que apoyan el desarrollo de la obra, variados matices emotivos -que van desde la euforia al desaliento momentáneo y a la rabia-, el gesto actoral que acoge la naturalidad y algo de farsa-, el reclamo político y el humano más la fuerte presencia de la mujer forman parte de este relato coral donde todas las personas son importantes y tienen su espacio para expresarse.

Y, por supuesto, con la potente intervención de la música en vivo, compuesta por Tomás Peña y Alejandro Tapia, quien también la interpreta junto a Vladimir González y Martín Becerra,cuyos acordes juveniles, motivadores y de raigambre popular se funden con la caudalosa verbalidad escénica.

Pero quizás lo más relevante del trabajo de estos creadores jóvenes, además de manejar los instrumentos que utilizan en la cuerda del teatro y la comedia popular, sea la mirada madura y sencilla que dan al entorno, incluso con humildad, sin perder de vista la verdad de los personajes.

Anfiteatro Museo Nacional de Bellas Artes. Parque Forestal s/n. Sábado y domingo, 20.00 horas. Entrada a la gorra. Hasta el 30 de Octubre.