La crianza como batalla

Hace algunos días leí un artículo en el Huffington Post que me dejó bastante mal cuerpo. El artículo, titulado “5 razones por las que la crianza moderna está en crisis” está escrito por Emma Jenner, una niñera (a lo Supernanny) con al menos 20 años de experiencia según ella misma afirma. No obstante, pese a describirse como “especialista en desarrollo y conducta infantil”, en ningún lugar de su propia web menciona ser psicóloga, pedagoga o tener algún tipo de formación universitaria en estas áreas. En su artículo defiende una visión de la crianza y la educación prácticamente opuesta a la que tengo, por lo que voy a tratar de responder punto a punto a algunas de sus afirmaciones.

Al inicio de su artículo, afirma que la crianza moderna está en crisis. Inicialmente puedo estar de acuerdo con ella pero rápidamente me doy cuenta de que hablamos de cosas diferentes. Cuando pienso en la crisis de la crianza pienso en las políticas de conciliación; pienso en los recursos que dedica el estado al fomento de la natalidad; pienso en el retraso en la maternidad; pienso en esos padres que deben trabajar de 08:00 a 20:00 para sacar a su familia adelante mientras su hijo pasa de la escuela a las extraescolares para luego acabar con sus abuelos antes de ver diez minutos a sus padres antes de dormir.

Para mí esto es la actual crisis de la crianza: cuando la sociedad impide el desarrollo normal de la misma. Pero la autora de este artículo tiene una idea bastante distinta a la mía.

Muchos de los padres que acuden a consulta por temas relacionados con la crianza y educación de sus hijos, tras meses o años de problemas, han acabado convirtiendo su casa en un campo de batalla. De algún modo han acabado creyendo que hay que oponerse sistemáticamente a cualquier deseo o preferencia del niño, los cuales interpretan como una forma de imposición, frente a la cual no se debe perder la batalla. Acaban desarrollando un pulso constante contra su hijo que deteriora de una forma muy importante el clima familiar, la relación de pareja y les impide disfrutar de su etapa de crianza. En muchas ocasiones se acaba en este punto por ideas preconcebidas muy erróneas que son las que defiende este artículo.

A los hijos hay que educarlos de un modo respetuoso, ya que el respeto con el que los tratemos desde el nacimiento modelará su respeto futuro hacia los demás. Hay que respetar su individualidad, sus deseos y preferencias, todo ello teniendo en cuenta su momento del desarrollo y enseñándole a vivir en el mundo.
Pero pasemos ya a a ver qué dice este artículo. En el primer punto, la autora afirma que “tenemos miedo a nuestros hijos” y lo ejemplifica del siguiente modo:

Suelo hacer una prueba por las mañanas en la que observo cómo un padre da el desayuno a su hijo. Si el niño dice: “¡Quiero la taza rosa, no la azul!” aunque la madre ya haya echado la leche en la azul, trato de observar con cuidado la reacción de la mamá. La mayoría de las veces, se pone pálida y vierte el contenido en la taza que el niño prefiere antes de que le dé un berrinche. ¡Error! ¿De qué tienes miedo? ¿Quién manda de los dos? Deja que llore si quiere, y vete de ahí para no escuchar el llanto. Pero, por favor, no trabajes de más sólo para agradar al niño. Y, lo más importante, piensa en la lección que le estás enseñando si le das todo lo que quiere sólo por ponerse a llorar.

¿En verdad cree la autora que cambiar de taza es un error?, ¿respetar los derechos y preferencias de un niño es un error? Aquí vemos como la autora tiene un enfoque de la crianza basado en la guerra. Interpreta que el deseo o preferencia del niño es un desafío a la autoridad paterna. “No trabajes de más sólo para agradar al niño” afirma. A mí me gusta más interpretar esta situación como que el niño está aprendiendo a expresar sus deseos, que identifica sus necesidades y las comunica al mundo. Es una oportunidad magnífica para aprender del niño y, siempre que sea posible, ofrecerle la taza que prefiere. ¿Por qué no?, ¿cuál es esa consecuencia tan catastrófica que tiene respetar ese deseo? Parece que decir algo como “Cariño, voy a servir el desayuno, ¿qué taza quieres hoy? sea una cesión inconcebible.

Además, incluso podríamos utilizar esta situación como una experiencia de aprendizaje para nuestros hijos: “De acuerdo, cambiaré la taza si la otra te gusta más, pero de aquí en adelante avísame antes de servir el desayuno”. De este modo estamos enseñando al niño que su opinión es importante, que sus preferencias lo son. Otra opción más en función de la edad del niño sería: “Claro, podemos cambiar de taza pero tendrás que limpiar tú la otra” y permitir que el niño sea quien decida la opción que más le interesa. De cualquiera de estas formas favorecemos que desarrolle un locus de control interno y que, en un futuro, sienta que decisiones importantes respecto a su vida dependen de él: su trabajo, su pareja, su lugar de residencia, etc.

Luego la autora dice que “hemos bajado el listón” respecto a las exigencias que hacemos en cuanto a la educación de los niños. Dice que:

¿Crees que un niño no puede quedarse sentado durante la cena en un restaurante? Nada de eso. ¿Crees que un niño no es capaz de quitar la mesa sin que se lo pidan? De nuevo, no es así. La única razón por la que no se portan bien es porque no les has mostrado cómo hacerlo y porque no esperas que lo hagan. Así de simple. Pon el listón más alto y tu hijo sabrá cómo comportarse.

Me gustaría saber qué entiende la autora por “niño”. ¿Habla de un niño de 2 años, de 8 o de 10? Porque, evidentemente, lo que podemos exigir a un niño está en función del momento del desarrollo en el que se encuentre. También me gustaría saber qué es lo que la autora considera como “portarse bien”. Según el contexto social en el que nos encontremos, “portarse bien” tendrá unos atributos u otros. Pero en lo que no duda la autora es en culpabilizar a unos excesivamente permisivos padres que no han sabido imponerse y han perdido la batalla frente a sus hijos. Una pena.

Cuando habla de subir el listón a los niños, no puedo evitar pensar en el siguiente vídeo:

http://youtu.be/gSedE5sU3uc

Aquí podemos ver a niños norcoreanos realizando unas interpretaciones a la guitarra verdaderamente fuera de lo común. Cualquiera podría pensar que si estos niños del régimen de Kim Jong-un pueden realizar estas interpretaciones, cualquier niño puede. El problema será de sus padres que no son lo suficientemente estrictos como para inculcarles esa disciplina. Por mi lado, se me ponen los pelos de punta al pensar el régimen de entrenamiento al que deben haber sido sometidos para tocar así, cuando muchos de ellos apenas han empezado a andar sin tambalearse.

De ahí, la autora pasa al tan manido tema de la resistencia a la frustración. Afirma:

Los niños también tienen que aprender a ser pacientes. Tienen que aprender a distraerse ellos solos. Tienen que aprender que no toda la comida va a estar siempre caliente y lista en menos de tres minutos y, si es posible, también tienen que aprender a ayudar en la cocina. Los bebés tienen que aprender a tranquilizarse solos; no hay que sentarlos en una silla vibradora cada vez que se pongan quisquillosos. Los niños tienen que aprender a levantarse cuando se caen, en vez de subir los brazos para que mamá y papá les cojan. Enseña a los niños que los atajos pueden servir de ayuda, pero que resulta muy satisfactorio hacer las cosas por la vía lenta.

Nuevamente falla al no decir qué considera por “niños”. Insisto, las diferencias de edad son tremendamente importantes cuando hablamos de estos temas. Dice que los niños tienen que aprender a distraerse solos, que la comida no siempre va a estar “ya”, a ayudar en la cocina, etc. Estoy muy de acuerdo, de hecho todos los niños lo aprenden en un momento u otro, pero para ser honesta, la autora debería decirnos si se refiere a niños de 2 años, de 6 o de 10. Porque la cosa cambia mucho.

Luego pasa a un terreno un poco más fangoso. Dice que los bebés tienen que aprender a tranquilizarse solos. Algo muy en la línea de los planteamientos de Estivill. La autora parece desconocer los efectos que a largo plazo puede tener una exposición temprana en un cerebro en desarrollo a elevados niveles de cortisol (hormona que se segrega en situaciones de estrés). Por otro lado, no conozco ningún niño que no haya aprendido a levantarse después de una caída porque sus padres le hayan cogido en brazos. La calle tampoco está llena de adultos varados en la acera porque sus padres no les enseñaron a levantarse de pequeños. Honestamente, el lenguaje que emplea parece más propio de un campamento militar que de una experta en la infancia.

El artículo se vuelve más delirante si cabe cuando habla de aquellos padres que ponen las necesidades de los hijos por encima de las suyas. Faltaría más. Desde el momento en el que se toma la decisión de ser padre por supuesto debe ser así. Una pareja no puede esperar que su vida siga siendo igual tras el nacimiento de su hijo. Deben comprender (y la mayoría gustosos aceptan) que su vida cambia, su ocio ya no es el mismo, y las actividades que antes hacían pasan temporalmente a un segundo plano. Pensar en lo contrario asusta.
Más adelante afirma:

Cada vez con más frecuencia veo a mamás que se levantan de la cama cada dos por tres para satisfacer los caprichos del niño. O a papás que lo dejan todo y se recorren el zoo de punta a punta y a toda prisa para comprarle a la niña una bebida porque tiene sed. No pasa nada por no levantarte en mitad de la noche para darle otro vaso de agua a tu hijo. No pasa nada si el papá del zoo dice: “Claro que vas a beber agua, pero vamos a tener que esperar hasta llegar a la próxima fuente”.

Al hablar del zoo la autora podría haber elegido muchos ejemplos; podría haber pensado en golosinas, en un pastel o en un juguete. Pero no, la autora toma por ejemplo una necesidad básica que es el agua. En países como el nuestro (refiriéndose a España) en el que cada verano el Ministerio de Sanidad recuerda la importancia de prevenir los golpes de calor, en especial en población sensible (niños, embarazadas y ancianos), resulta una vergonzosa imprudencia siquiera sugerir el demorar la atención de tal necesidad. Da la impresión que es más importante demostrar a ese niño quién es el que manda, por encima de cubrir sus necesidades básicas. Vergonzoso. Imprudente. Y, sobretodo, poco respetuoso.

Cuando la autora dice que “si no empezamos a corregir, y pronto, estos cinco errores graves, los niños que estamos criando crecerán y se convertirán en adultos arrogantes, egoístas, impacientes y maleducados” no aporta ninguna fuente ni ningún estudio prospectivo o de cohortes en el cual se concluya lo que ella afirma. Por mi lado, puedo citar algunos estudios como, por ejemplo, éste de Girón (2003) en el que encuentran una asociación entre el estilo de apego inseguro y ciertas conductas de riesgo para la salud, como el uso de sustancias y la falta de compromiso con cualquier tipo de tratamiento. O, por ejemplo, este de Siegel (2001) en el que se encuentra que los individuos que han desarrollado un estilo de apego seguro, tienen una percepción más positiva de sí mismos, más seguridad y la capacidad para enfrentar los problemas con una estructura más organizada.

Otra de las frases de la autora fue:

Por tanto, pido por favor a todos los padres y cuidadores del mundo que exijan más a los niños. Que esperen más de ellos. Que les hagan partícipes de sus luchas. Que les den menos. Que les pongan retos y que, juntos, les preparemos para que tengan éxito en el mundo real, y no en el mundo protegido que hemos creado para ellos.

Si me lo permitís, a mí también me gustaría hacer un lacrimógeno llamamiento final a los padres: pido por favor a todos los padres y cuidadores que respeten más a los niños. Que esperen mucho de ellos y les ayuden a conseguir sus objetivos de acuerdo a sus capacidades y momento evolutivo. Que estén a su lado. Que les den todo lo que sean capaces de darles. Que les enseñen a respetarse a sí mismos y a los demás y, de este modo, tendrán éxito en el mundo real, y no en un mundo de constante batalla contra ellos como hemos creado.

Alberto Soler Sarrió
Licenciado en Psicología por la Universidad de Valencia, Máster en Psicología Clínica y de la Salud y certificado por EuroPsy como Especialista en Psicoterapia. Este artículo fue publicado originalmente en la página web de Soler.

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