Terminar una relación amorosa nos puede producir tanto dolor que muchas veces nos llega a provocar traumas irreparables. Incluso, hay personas que deciden no volverse a enamorar para evitar un nuevo sufrimiento.

Quien ha pasado por experiencias de este tipo, puede entender que cuando sufrimos una pérdida, no queremos repetir, si es posible, nunca más el estado de completa vulnerabilidad en que nos deja. Más aún, si ésta ocurrió en duros términos y finalizó con una discusión monumental. Nada peor que terminar de conocer a una persona con la que compartiste tanto en el momento que todo acaba.

Luego de todo el llanto, la pena, la rabia y la humillación, vienen esas ganas de empezar de nuevo; volver a salir, arreglarse, disfrutar sin pensar en enamorarnos muy pronto. Este mecanismo de defensa generalmente es una decisión que dura el tiempo necesario hasta que nos encontremos en condiciones de encontrar el amor nuevamente.

Hay casos en que las experiencias han sido tan negativas, que se establece el “si no amo, no sufro” como forma de vida. Claro que esto se complica cuando el miedo a volver a amar adquiere proporciones superiores, y si existe una nueva posibilidad de estar en pareja, se cuestionan si es necesario continuar.

La filofobia es conocida como un permanente, inverosímil e infundado miedo al amor, a enamorarse o a estar enamorado. El temor a comprometerse en una relación estable.

Según el psicólogo clínico y docente de Psicología de la Universidad Mayor, Marcelo Bustos, las fobias, en general, han sido entendidas como trastornos de la respuesta ansiosa de las personas frente a diversas situaciones.

En rigor, continúa el profesional, los trastornos de la ansiedad se diagnostican en torno a las dificultades que la reacción ansiosa les trae a las personas que las experimentan en sus desempeños sociales (relaciones de amistad, familiares o laborales).

De hecho, en el caso de las fobias, éstas son reconocidas por las personas que las sufren como absurdas o desmedidas si se considera lo que realmente reviste el evento que genera la ansiedad.

Es por ello que, en este sentido, el carácter de la filofobia podría no corresponder con una fobia específica propiamente tal, ya que los eventos asociados a las situaciones amorosas no son distinguibles de manera tan taxativa, como por ejemplo una araña o un objeto filoso, como en el caso de las fobias más clásicas.

Es importante distinguir también si hay otras variables que puedan estar interviniendo, de manera temporal, como en el caso de eventos traumáticos cercanos en el tiempo o no tratados, que pudieran estar dando origen a las conductas posibles de distinguir como “filofóbicas”.

Entre las características más comunes de una persona que sufre del miedo al amor se encuentran:

El evitamiento: como toda fobia, mientras más se alejen de lo que les causa miedo, mejor. Por ello, no establecen vínculos con otra persona por el temor a volver a sentirse vulnerables y terminar repitiendo una historia dolorosa.

Relaciones sin compromiso: forman lazos predestinados al fracaso con personas que no tienen nada en común con ellos. De esta manera, se predisponen a un pronto término. Es también usual, en este caso, el “amor platónico”, es decir, enamorarse de un imposible para no reconocer sus miedos, asegurando que sí están enamorados, pero lo de ambos no puede ser. Tienden a tener relaciones simultáneas, con el fin de no tener nunca el sentimiento de abandono.

Miedo a la intimidad: si no me involucro más allá, no me dañarán. Suelen mantener relaciones con personas de las que saben que no se enamorarán, huyen de alguien que se haya enamorado de ellos, o eligen parejas que saben que terminarán por dejar la relación por su falta de compromiso.

Además, evitan hablar de sí mismos, para que sus parejas no les conozcan del todo, creando así una barrera entre su relación y su persona.

Una de las causas del miedo al amor es que en nuestra sociedad comúnmente tendemos a idealizar las relaciones, pensando que todo debe suceder tal y como hemos imaginado (y soñado). Si eso no ocurre, creemos que fracasamos y por eso es mejor no volver a estar en pareja.

Uno podría también pensar que las personas que rechazan o se aprobleman en torno al establecimiento de relaciones de pareja están sintiéndose incómodas con los modelos de relación que la sociedad o los sistemas de creencias de los cuales forman parte les propone, agrega Bustos.

Allí particularmente habría que distinguir qué tan fuerte es la adherencia de esa persona a esos modelos y, como en el caso de cualquier situación en la que nos vemos obligados tendemos a sentir rechazo, entonces cómo poder devolver a la persona la capacidad de disfrutar de sus relaciones, sean éstas pasajeras o más duraderas, bajo la garantía que es una elección personal en la que cada uno puede tomar la decisión que sienta más apropiada.

Como cualquier problema, lo fundamental es reconocer que existe, en este caso, un miedo. Aceptando esto se vuelve más fácil al trabajar en la superación.