Es una pregunta que a veces se nos viene a la mente, y que cuando aparece, comienza a vivir en nuestras cabezas como si fuera un poderoso virus que se instala, apoderándose de una idea insistente.

Primero que todo podríamos partir definiendo a la música basados en el concepto básico de la Real Academia, como un conjunto de melodías, ritmos y armonías, que combinados dentro de los compaces forman una composición agradable al oído… ¡Pero no!, esta vez caminemos sin conceptos para estructurar al mundo, apelemos directamente al sentimiento, pues eso es lo que a muchos nos puede producir la música, una explosión de emociones y sensaciones, ya sea de ira, alegría, euforia, melancolía o miedo, entre otros.

¿No les ha pasado alguna vez que escuchan aquella canción que los transporta directamente a la infancia?, o quizás han despertado escuchando esa composición que los recarga de energía para comenzar una nueva jornada. Realmente existen melodías que logran atrapar a las personas, como el clásico Hallelujah de Leonard Cohen, que desde las interpretaciones de Jeff Buckley hasta las de Myles Kennedy, logra llevar a un trance de paz a quienes se detienen a disfrutar sus suaves cambios melódicos.

De hecho, según estudios realizados alrededor del mundo, la música puede afectarnos en distintos niveles, incluso aumentando el nivel de ansiedad y exitación, tal como demostró una investigación llevada a cabo en 2006 en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en México.

Pero en un nivel más personal, la belleza de la música es algo que de verdad te puede poner los pelos de punta o hacer que tus ojos se cierren involuntariamente para perderse en una fantasía. Un catalizador de emociones desde la perspectiva del oyente, y un recipiente de sentimientos desde las partituras del autor, tal como lo plasmado por Eddie Vedder en la canción Better Man, recordando la complicada relación entre su madre y su padrastro.

Sin embargo es preocupante ver que cada día nos acostumbramos más a la música plástica y envasada, que más allá de generar impacto en el interior de las personas, se convierte en un material desechable.

Recuerdo cuando años atras llegó la moda del “Axe” en nuestro país, que si bien no duró mucho, se expandió viralmente sonando una y otra vez en radio y televisión. En aquel tiempo era común escuchar discusiones en pro y en contra de dichos ritmos, que pasaron al olvido y que realmente sólo se quedaron en eso, en ritmos que no llegaron a convertirse en algo muy trascendente, en un estilo, en un golpe que deja una marca.

Lo anterior quizás se pueda repetir en el caso del Reggeton, pero no el de finales de los noventa, sino el que llegó en el último tiempo a nuestro país, una moda que ha durado bastante tiempo afirmándose de ritmos pegajosos que se acompañan de letras autoplagiadas y muchas veces carentes de contenido. Si bien no podemos meter a todos en el mismo saco, hay muchísimos “Titos Bambinos” o “Daddys Yankees” que intentan vender un producto más que crear una obra que llegue a generar emociones más profundas.

Un estudio de la UNIACC y Adimark realizado en 2008 con jóvenes santiaguinos , arrojó entre sus resultados que el 48% de los encuestados preferían dicha moda.

Otro caso que no podemos olvidar es de “Pop y Rock de productoras”, que se basa en composiciones hechas para vender, entregadas a un artista a elección del sello discográfico. ¿Se acuerdan de la moda de las “Boy Band”?, pues tuvieron su tiempo de gloria, y se agradece el aporte a la historia, pero fueron víctimas del las productoras, viviendo un sueño con fecha de caducidad.

Todas estas avalanchas de nuevos ritmos impulsados por los medios de comunicación quizás han ayudado un poco a anestesiar el oído quienes no se han dado el tiempo para detenerse a buscar un momento de reflexión en las melodías.

En todo caso, no es que la música actual sea mala, de hecho hay demasiadas bandas y artistas talentosos como Markéta Irglová, Arcade Fire, Explosions in The Sky o incluso la gran ganadora de los Grammy, Adele.

El problema es que si bien podemos cerrar los ojos para escuchar con atención, pareciera que también lo estamos haciendo con los oidos, sin dejar que las melodías entren en lo profundo de nuestro cerebro e “infecten” agradablemente el cuerpo.

Y me pregunto, ¿Será que realmente estamos perdiendo la capacidad de sentir las composiciones?. No es que tengamos la obligación de perdernos en melodías de Bach, hipnotizarnos con un a capella de Björk, ponernos melancólicos con las canciones de Glen Hansard o rompernos la cabeza con las letras de Tool, es sólo que tenemos la oportunidad de abrir la mente y los oidos, para que se conviertan en “ojos” que aprecien la belleza musical.

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Gerson Guzmán es Periodista y Guitarrista. Actualmente se desempeña como editor de BioBioChile y de BioBioMusica. Durante los últimos 13 años ha participado en distintos proyectos musicales, entre ellos su actual banda de rock, Black Circle.|@GersonGuzmanD

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