En 1996, el Papa Juan Pablo II admitió que la Iglesia no se oponía al Evolucionismo mientras éste fuese considerado una explicación científica de la naturaleza y no la prueba de cómo se había creado el mundo o el alma humana. La Iglesia consideraba que la teoría de la evolución tenía un sustento empírico, pero seguía adhiriendo al Creacionismo como “la” explicación metafísica. O sea, no se rindió a Darwin, como quisieron hacer ver varios medios.

Sucede que con Juan Pablo II la Iglesia puso fin a un período importante de renovación y de autocuestionamiento que Pontífices anteriores habían llevado a cabo y que dieron origen a la Teología de la Liberación. Se inició así una etapa de gran conservadurismo. Por eso es que esta institución, por más que capta que no está en sintonía con la sociedad, no cede en sus posturas. Se aferra a lo que estima son sus dogmas de fe y no transa frente al divorcio, la anticoncepción, los votos de pobreza de su alta jerarquía, entre otros.

Lo anterior no debiera sorprender si se considera que todo conservador quiere – como lo dice el nombre – “conservar algo”. En términos generales, la idea es mantener un status quo o establishment y evitar el cambio, que trae incertidumbre. Como culturalmente los seres humanos han sido educados para temerle al cambio (se le llama “resistencia” a éste), la sociedad premia a los conservadores porque defienden el sistema y no suponen riesgos. Están a favor del orden. Sin embargo, hay instancias en que el esquema imperante cansa o “no da el ancho” y las mayorías claman por modificaciones. El paradigma ya no satisface y llega el momento de reemplazarlo por uno nuevo.

Al igual que la Iglesia, la UDI aparece como una entidad conservadora que no afloja frente a la aparente asincronía que muestra con los ciudadanos. Tiene sus propios dogmas y cualquier duda que pudiere manifestar en torno a ellos es visto como debilidad y falta de liderazgo. Por eso se opuso en el pasado al fin de los senadores designados, a las reformas constitucionales propuestas en 1995, a que el Presidente pudiera indultar condenados por terrorismo antes de 1990, al divorcio vincular, a la píldora del día después, por nombrar algunos.

Y por eso se muestra contraria hoy a la reforma del sistema binominal. Algunos dicen que es porque este tipo de elección ha beneficiado a la UDI, pero creo que tiene más que ver con que garantiza lo que este partido considera “la estabilidad”. Como entidad conservadora, no es contradictorio que aspire a este propósito. El punto es cómo lo va a hacer para justificar una postura tan difícil. Porque abundan los argumentos en su contra:

1) Se escuda en que sólo el 2% de los chilenos cree que un cambio al binominal es prioridad, pero omite que un 60% estima que debiera cambiarse.

2) Como dijo la diputada Rubilar, en todas aquellas cosas en que la UDI se ha opuesto terminaron con buenos resultados y el mundo “no se acabó”, como vaticinaban. Ahora, en materias valóricas como el divorcio todavía tienen algo que decir, argumentan, porque es muy pronto para saber si la familia se vio afectada por la ley.

3) La UDI no puede seguir apareciendo como un cartel que “pautea” al Presidente. No está en el carácter de éste aceptar sumisión total y renuncia a pasar a la historia como el gran reformista de un statu quo tan criticado. No puede, a la vez, apostar por el quiebre de la Coalición por el Cambio y arriesgar así mantenerse en el poder.

¿Cómo puede este partido sostenerse de manera solitaria cuando la marea le viene en contra? Como mucho es relativo, me parece que un buen argumento sería reflexionar cuánto vale mantener esta actitud. Para esto, cito al biólogo Humberto Maturana: “Poner la atención en lo que se quiere conservar no es oponerse a lo nuevo, no significa quedarse pegado en algo que resulta anticuado. Abordar el cambio desde lo que se quiere conservar es hacerse cargo de cuáles son las cosas que consideramos fundamentales y que deben conservarse bajo cualquier flujo de cambio que haya en las circunstancias que estamos viviendo. Porque es precisamente de esto de lo que va a depender lo que suceda. La pregunta que debemos es si queremos conservar una visión-acción económica, visión-acción ecológica, una visión-acción ética…Tanto en el ámbito interno de la emprsea como en el exterior…Generalmente no nos hacemos la pregunta de qué es lo que quiero conservar porque pensamos que el cambio tiene sentido en sí mismo. Y no es así. El cambio tiene sentido únicamente en relación a lo que se conserva, eso es lo que le da sentido. Por eso hablamos de que lo que importa no es lo que queremos cambiar, sino lo que queremos conservar. Las empresas que perduran son aquéllas que conservan su identidad y han sabido adaptarse a nuevos tiempos sin perder su idiosincrasia”.