Por más que leo y leo opiniones en contra y a favor del intento de cambio de “dictadura” por “régimen militar” no logro dar con el motivo que pudo tener el gobierno para emprender tal cometido. Porque, a fin de cuentas, el Ejecutivo se terminó comprando gratis un conflicto que perfectamente pudo haber evitado. Como lo dice – muy duramente – la reciente editorial del Financial Times sobre Chile, tanto el Ministro de Educación, Harald Beyer, – un tecnócrata – y el Presidente Piñera – un “empresario convertido en Mandatario” – son mayormente desideologizados. ¿Para qué, entonces, embarcarse en esta verdadera batalla ideológica?

El episodio dejó varias lecciones:

1) Demostró que el país enfrenta las viejas divisiones de siempre. Tremenda novedad, dirá el lector, después de lo visto en el homenaje a Miguel Krassnoff. Es más, bien podría afirmarse que porque habíamos sido testigos de lo que ocurrió en las afueras del Club Providencia, era poco aconsejable ponerse a hablar de la necesidad de reemplazar el concepto “dictadura” por el de “régimen militar”.

2) Ratificó que los convencidos de algo no suelen darle validez a los argumentos contrarios a su postura. No hubo manera de disuadir a los que creen firmemente que el período de Augusto Pinochet fue una dictadura que el término “régimen” alude a lo mismo: supone un golpe de Estado, el ejercicio de todos los poderes queda radicado en una sola persona, hay represión y se suprimen de manera permanente los derechos fundamentales de los individuos. Es decir, técnicamente son igual de violentos y sangrientos. De hecho, “régimen” lo usan como sinómino de “dictadura” (i.e., “la Dictadura de Pinochet fue un régimen que duró desde 1973 a 1990”).

3) Quedó claro que la disquisición es netamente chilena. Porque fue la Derecha de nuestro país la que le dio al término “régimen” una connotación más “suave” o “reglamentaria”, hablando de que se interrumpió la democracia vía un “pronunciamiento militar” (expresión de la voluntad de la ciudadanía) y evitando usar los conceptos “dictadura” y “dictador”. O sea, es este sector el renuente a usar estas palabras y no al revés. A tal punto llegaron las argumentaciones que finalmente los expertos dividieron el “gobierno” de Pinochet en varias facetas. El Ministro de Justicia, Teodoro Ribera, por ejemplo, dijo: “El período 1973-1981, desde la perspectiva del lenguaje jurídico, puede ser catalogado como una dictadura, porque es una ruptura constitucional, el establecimiento de un nuevo régimen con prescindencia de las normas anteriores. En 1980 se promulgó una nueva Constitución, impulsada por Augusto Pinochet, que entró en vigencia en 1981” y explicó que desde ese año hasta la vuelta a la democracia hubo un gobierno militar por las nuevas normas constitucionales. “Como gobierno de ruptura institucional consolida una nueva institucionalidad y por lo tanto, surge un nuevo período entre 1981 y la dejación del poder”. Algunos, incluso, esgrimieron que la dictadura empezó en 1974, cuando la junta militar designó a Pinochet Presidente de la República.

4) Descartó que la historia le escriban los vencedores, como tanto se dice. De ser así, el gobierno habría mantenido su postura y no lo hizo.

Me queda la sensación de que el gran error de este episodio fue haber dictaminado el reemplazo de un término por otro. El uso más o menos masivo de “dictadura” – sin que se tilde al que utiliza la palabra de “izquierdista” o algo parecido – es reciente, pero ya se estaba transformando en algo habitual y hasta casi normal. Como la condena a la violación de los derechos humanos.

Habrá que ver cómo sale el gobierno de esta situación incómoda. Se baraja proponer el concepto “régimen militar antidemocrático”, pero todo supone que esto no apagará las inflamadas pasiones en este tema. Por eso, el silencio y la inacción parecen buenas opciones. Mal que mal, así, sin quererlo, parte de la Derecha se ha ido alejando de los juicios más duros de la historia chilena.