El viernes tuve que entrevistar en el noticiero de la tarde a una de las víctimas del sacerdote Fernando Karadima, Juan Carlos Cruz. Esto porque el Arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, le había dado unas declaraciones al diario La Segunda a propósito de rumores y denuncias del propio Cruz de que el cura – condenado a una vida de “oración y penitencia” – estaba saliendo del convento de las Siervas de Jesús y hasta se le había visto en las Termas del Corazón. Monseñor Ezzati dijo: “Por supuesto que puede salir. No está en la cárcel”.

Cuando salí del programa, me encontré con el mensaje de un amigo indignado, primero, por el trato de “usted” a Juan Carlos Cruz y, segundo, porque la entrevista había sido muy dura. Me quedé pensando y decidí dedicar esta columna a aclarar algunos puntos.

Hay verdades que, por consenso de la comunidad, se consideran “absolutas”. Por ejemplo, la violación a los derechos humanos es un delito universal, que no prescribe y que la sociedad rechaza y castiga porque atenta contra lo más elemental del ser humano. Cuando alguien incurre en esta conducta, no hay quien pueda alegar que su actuar tiene alguna defensa.

Por eso es que causó tanta sorpresa el homenaje al ex brigadier Krassnoff, porque por mucho que algunos puedan decir que no lo juzgaron con debido proceso y que actuó en un contexto de guerra, la justicia declaró en 23 oportunidades que era culpable de tortura y desaparición de personas, entre otros delitos. En el caso de Fernando Karadima, es “absoluto”, según la investigación vaticana y la de los tribunales civiles, que cometió abuso sexual contra los querellantes del caso en su contra.

Sin embargo, aún cuando sea verdadero (en los términos explicados) que estaba entrevistando a una víctima, mi rol de periodista me exige de todas maneras mantener la distancia. No puedo tomar partido con quien acepto es víctima porque eso mostraría sólo un lado de la noticia. De ahí que utilice el “pronombre de cortesía”, usted. Eso me convierte en un puente neutro entre el entrevistado y el público que conoce su versión.

Además, confrontar al entrevistado con los argumentos de su contraparte permite poner en práctica el ejercicio de la argumentación, es decir, el entrevistado deberá fundamentar lo que considera valida su punto de vista en oposición a lo que asevera otro. Por eso fue que le cité el fallo vaticano (“(..)se considera oportuno imponer al inculpado de retirarse a una vida de oración y de penitencia, también en reparación de las víctimas de sus abusos. Será preocupación del Arzobispo de Santiago, de acuerdo con la Congregación para la Doctrina de la Fe, evaluar el lugar de residencia, dentro o fuera de la diócesis, de tal modo de evitar absolutamente el contacto con sus ex parroquianos o con miembros de la Unión Sacerdotal o con personas que se hayan dirigido espiritualmente con él”) y le pregunté por qué entendía él que Karadima estaba condenado a la reclusión, si en la condena no se menciona nada al respecto.

También parecía importante desprender de 1) su interpretación de que corresponde el encierro y de 2) su advertencia de recurrir al Papa si fuere necesario, si la actitud de Ezzati y la respuesta similar de Monseñor Contreras (“(..)La CDF no ha pedido al Arzobispo de Santiago ser el ‘carcelero’ de Karadima”) no constituían, entonces, un “desacato” al fallo de la Santa Sede.

En fin. La entrevista le dio a Juan Carlos Cruz la suficiente tribuna para decir que Ezzati es parte de una red de poder que sigue protegiendo a Karadima, que este último debe pagar sus delitos con una reclusión en un lugar permanente y no transitorio como es hasta ahora, que la Iglesia chilena sigue teniendo demasiados gestos para con este sacerdote y que ése no es el espíritu del castigo del Vaticano. Además, que es peligroso que el cura salga porque lo caracteriza un enorme poder de manipulación y porque ha atentado contra niños. Siempre se le abordó con la debida distancia y mostrando al auditor los argumentos de las 2 partes.

Ahora, que piense que Monseñor Ezzati está cometiendo un tremendo error al proyectar comunicacionalmente que la Iglesia chilena tiene una actitud de excesiva “piedad” para con el condenado en desmedro del apoyo que debiera prestar a las víctimas, es otra cosa. No puede el Arzobispo de Santiago decir un viernes que Karadima es libre de salir y luego el sábado ir a visitarlo porque “hay que actuar como Jesús, tendiendo la mano” y esperar que la gente no piense que sigue habiendo una relación estrecha entre la institución y el cuestionado sacerdote. Es pecar de soberbia. Sobre todo en un contexto donde sigue habiendo sospechas no aclaradas de encubrimiento de sus delitos.

Y eso, de seguro, se lo confrontaría al propio Ezzati como sano ejercicio de la argumentación si tuviera que entrevistarlo.