Por estos días conmemoramos el 50° aniversario de uno de los capítulos más oscuro de nuestra historia, el Golpe de Estado de 1973. Evento que marcó profundamente a la sociedad chilena, no sólo por el legado de sufrimiento y de violaciones a los Derechos Humanos de las que muchos fueron víctimas, sino también por las profundas divisiones sociales que esos hechos provocaron en la ciudadanía; heridas que aún no cicatrizan pese a los avances en justicia y memoria que se han realizado desde el retorno a la democracia.

A lo largo de estos años hemos aprendido a recordar y honrar a las víctimas, pero muy poco hemos reflexionado sobre cómo sanar y avanzar como nación. Es por ello que, en medio de esta introspección histórica, resaltar la importancia de la educación emocional como un camino hacia la sanación y la construcción de un futuro más resiliente y empático, es fundamental.

Lo anterior resulta particularmente relevante cuando consideramos que el marketing político suele utilizar emociones como la rabia y el miedo para generar aversión y distanciarse del “otro bando”, siendo este el motivo por el cual la única manera de pasar de la división a la colaboración sea por medio de trabajar nuestra educación emocional en el ámbito político, por cuanto esto posibilitará el desarrollo de emociones pro sociales como la gratitud, la bondad, la colaboración y sin duda la compasión, así como la conciencia social sobre el otro y el trabajo colaborativo.

La educación emocional nos enseña a comprender, expresar y gestionar nuestras emociones de manera saludable. Nos brinda las habilidades para empatizar con los demás, resolver conflictos de manera constructiva y tomar decisiones informadas. En un país que ha experimentado tanto dolor y división, la educación emocional puede ser un camino hacia la reconciliación y la construcción de una sociedad más unida.

De esta forma, partiendo de la base que durante la dictadura muchos chilenos vivieron el miedo, la ira, la tristeza y la pérdida en carne propia, le educación emocional nos permite reconocer y procesar estas emociones como paso esencial para sanar y avanzar.

Asimismo, promueve abordar estas situaciones con empatía y respeto, facilitando el diálogo entre personas con diferentes perspectivas y experiencias, lo que es fundamental para construir puentes y superar la división.

En este 50° aniversario del Golpe de Estado en Chile la invitación es a reflexionar sobre nuestro pasado y comprometernos a construir un futuro en el que la educación emocional sea una prioridad.

Tal como nos insistió tantas veces Humberto Maturana, el desafío del país está en trabajar desde la colaboración, el compañerismo, la bondad y el altruismo.

Sólo así lograremos alejarnos de la polarización e instrumentalización actual, transitar hacia una reconciliación real, honrar verdaderamente a los hechos y garantizar que nunca más se repita una tragedia como la que vivimos.

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