Por donde se mire, las cifras y los datos respecto a Venezuela reflejan que Lula da Silva, actual presidente de Brasil e ícono de la izquierda latinoamericana, mintió descaradamente al decir que la crisis en Venezuela se debía a “una narrativa que acusaba al Gobierno de Maduro de antidemocrático y autoritario.”

5.287 ejecuciones extrajudiciales, supuestamente por “resistencia a la autoridad”. Esa era la cifra que consignaba el informe de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, el año 2019 respecto a la situación en Venezuela. Una cifra que al menos debería generar algo de pudor entre los adeptos latinoamericanos al socialismo del siglo XXI y el proyecto chavista a la hora de llamar demócrata a Maduro.

El éxodo de ciudadanos venezolanos, que también han migrado a Chile, bordea los 7 millones. En 2021, Venezuela estaba detrás de Siria en cuanto a personas desplazadas. Por algo se habla de una crisis de refugiados. En ese entonces, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Filippo Grandi, decía que “uno de cada cuatro niños venezolanos está separado de uno o sus dos padres. Uno de cada tres va a la cama con hambre”.

Aunque Daniel Jadue decía que no había hambre en Venezuela, todas las encuestas, ENCOVI y las realizadas por entidades internacionales como Cáritas y la FAO, indicaban que el militante comunista, al igual que Lula, mentía. La directora para las Américas de Amnistía Internacional, Erika Guevara-Rosas declaraba de forma tajante en 2016: “En Venezuela hay desesperación y hambre”. La situación no ha mejorado del todo.

Según un informe de Naciones Unidas publicado en 2022, en Venezuela 6,5 millones de personas están subalimentadas. O sea, pasan hambre. Eso, aunque Chávez anunció en 2003, con bombos y platillos, la creación de un enorme monstruo burocrático con nombre rimbombante: el Ministerio del Poder Popular para la Alimentación.

Las causas del drama venezolano son variadas. La principal tiene relación con un régimen que es claramente autoritario, estatista y corrupto, donde no impera el estado de derecho ni la libertad económica, sino la inseguridad, la inestabilidad, la miseria y una alta criminalidad bajo la venia del propio gobierno chavista.

Actualmente, en Venezuela hay 26 asesinatos por día según el Observatorio Venezolano de Violencia. Según el balance para 2022 de Insight Crime, Venezuela tiene la mayor tasa de homicidios. Pero este problema se viene arrastrando hace años. En 2010, un artículo de The New York Times se titulaba Venezuela, More deadly than Iraq, wonders why. En este se comparaba el número de civiles muertos por violencia en 2009 tanto en Venezuela como en Irak. A ese nivel.

En Venezuela no hay Estado de Derecho en sentido estricto. Es el último en el ranking regional según el Rule of Law Index. Tanto con Chávez como Maduro, el chavismo ha vulnerado sistemáticamente las normas constitucionales y electorales con tal de preservar el poder. Jueces y magistrados, aún siendo adeptos al proyecto chavista, han salido al exilio por oponerse a la arbitrariedad del poder ejecutivo. El caso de la ex Fiscal general del Ministerio Público, Luisa Ortega, es conocido.

Nada de lo anterior corresponde a prejuicios como ha dicho Lula, sino a hechos concretos producidos por el modelo chavista impulsado por Hugo Chávez en nombre de la Revolución Bolivariana y el socialismo del siglo XXI. No han sido generados por los adversarios como pretende decir el presidente brasileño, sino por el afán de convertir a Venezuela en un estado socialista bajo la denominación de Estado del poder popular. Ese era el objetivo del llamado Plan Simón Bolívar que Chávez impulsó en 2008, a pesar del rechazo de los venezolanos en 2007, con el objetivo de hacerse del control de toda la estructura productiva de Venezuela para crear una economía centralizada y estatizada.

Contrario a lo que dice Lula da Silva, Venezuela sufre los efectos del socialismo del siglo XXI impulsado por Chávez y profundizado por Maduro. Algo que ha significado un evidente proceso de concentración del poder político de parte del chavismo y sus lacayos militares, primero con Chávez y luego con el triunvirato conformado por Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Tareck El Aissami. Todo esto se produjo en forma paralela al proceso de debilitamiento de la sociedad civil, el amedrentamiento a los opositores y la anulación de los actores privados en términos económicos y sociales. Hay que ser hipócrita para desconocer que el cierre de medios de comunicación se hizo habitual desde que gobernaba Chávez.

Tal como ocurre ahí donde el socialismo es aplicado, esto se ha traducido en una economía intervenida por el Estado, con anuncios de precios justos, hartos ceros al ingreso mínimo y ajustes arbitrarios a la moneda, que han generado ineficiencia, escasez, corrupción, clientelismo y una población que depende, en última instancia, del capricho de los gobernantes, burócratas y pelafustanes a cargo de las llamadas misiones y consejos comunales. Estos últimos son el símil de los comités de defensa de la revolución cubanos, el instrumento mediante el cual el Partido comunista cubano controla a la población isleña a través del estómago.

En Venezuela, con tal de tener por el estómago a los ciudadanos, destruyeron a los productores y oferentes privados de alimentos mediante la subvención de las importaciones, un fuerte control cambiario y la estatización de empresas. Todo bajo la excusa de la guerra económica.

La hipocresía de Lula frente al régimen chavista y el desastre que ha generado el socialismo no es la única. En Chile, al interior de la coalición de gobierno hay varios chavistas reconocidos, partiendo por la vocera Camila Vallejos. Es de esperar que la distancia establecida por el presidente Gabriel Boric respecto a la condescendencia de Lula con el régimen dictatorial en Venezuela se mantenga firme, no sólo exigiendo elecciones competitivas y transparentes que permitan mayor pluralismo y libertades, sino el fin de ese fracaso económico y social llamado Revolución Bolivariana inspirada en ese otro fraude llamado Socialismo del siglo XXI. Ahí se pone a prueba la real coherencia del mandatario chileno.

Lee también...
El Negacionismo Viernes 02 Junio, 2023 | 07:10
Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile