La lectura compartida no tiene inicio ni fin. Desde el primer día de vida, los bebés pueden beneficiarse de la conexión afectiva que se logra al compartir un libro, percibiendo el tono de voz de su madre y disfrutando las imágenes. De aquí en adelante, se puede instaurar el hábito, lo que facilita que se prolongue en el tiempo.

Las habilidades de comprensión lectora y de escritura tiene como base el desarrollo del lenguaje oral. Para asegurar que la adquisición de la lecto-escritura sea exitosa, los cimientos se encuentran en la comprensión de lo que escuchamos, el repertorio de vocabulario, el conocimiento del alfabeto, entre otros hitos previos conocidos como “precursores de la lectura”. En otras palabras, las habilidades lingüísticas son una especie de “cuenta de ahorro” que facilitará a los niños luego a leer, a comprender lo que leen y a escribir.

En los primeros años, cuando los bebés y niños pequeños no saben decodificar el código escrito, la lectura se comparte con un adulto significativo. De esta forma, los libros se vuelven una oportunidad para que los adultos puedan ofrecer modelos lingüísticos, favorecer la comprensión del mundo, promuevan el conocimiento de nuevas palabras, la identificación de letras y la reflexión crítica frente a al texto compartido. Para las familias que leen con sus hijos, uno de los momentos favoritos para hacerlo es la hora antes de dormir. Sin embargo, compartir libros puede vincularse a distintas rutinas del día.

La lectura compartida en los primeros años ha mostrado beneficios en diversos ámbitos del desarrollo infantil: matemáticas, habilidades socioemocionales, alfabetización. Los cambios que se producen a nivel cerebral han sido investigados, demostrando que aumenta la actividad neuronal, incrementando las conexiones nerviosas. Esto es conocido como el “efecto Ricitos de Oro”, estudiado por el equipo de John Hutton en el Hospital Infantil de Cincinnati.

Uno de los hallazgos más relevantes es que el cerebro de los niños pequeños cuyos padres les habían leído cuentos, se activaba con más viveza que el otros menores de la misma edad que no tenían esta experiencia. Otras investigaciones han demostrado que la brecha en el conocimiento de vocabulario entre niños con experiencias lectoras tempranas versus aquellos que no las han tenido, puede llegar a ser hasta de cuatro millones de palabras a los cuatro años.

¿Cómo despertar el interés por leer en los niños? La clave es vincularla con el placer. No se recomienda imponer la lectura, sino más bien buscar aquello que se relacione con el interés de los niños. Las opciones van más allá de libros de cuentos; también están los libros informativos, como aquellos de dinosaurios, cuerpo humano o animales; las revistas o incluso, el cómic para los más grandes.

Otra recomendación es convertirse en una “casa lectora”. El ejemplo es lo que más motiva a los niños; que ellos vean a sus padres, abuelos o hermanos mayores leyendo, despierta su interés por explorar la lectura. Entre muchas sugerencias están visitar bibliotecas, vincular libros a variedad de rutinas y enriquecer el ambiente dejando libros a la mano.

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