A raíz de la urgencia por la pérdida y/o retraso de aprendizajes en escolares tras el cierre prolongado de escuelas e interrupción de la trayectoria educacional por pandemia, una de las oportunidades que emergen –a nivel global y en Chile– es la implementación de tutorías escolares a gran escala. En especial aquellas que son provistas por instituciones de educación superior y realizadas por estudiantes voluntarios, quienes entregan un servicio pertinente y directo a escolares con intereses académicos, pero con falta de soporte adecuado.  

Ante la oportunidad de institucionalizar esta práctica, es pertinente preguntarse: ¿Quiénes son los principales favorecidos por esta experiencia? En primer lugar, los estudiantes de educación superior que asumen este compromiso ampliarán su formación académica y se encontrarán “cara a cara” con niños o niñas que enfrentan muchas de las fracturas sociales que analizan en sus estudios. En este encuentro, comprenderán las expectativas, las condiciones y barreras que enfrentan millones de escolares en su trayectoria educativa.  

Por supuesto, se benefician los escolares que tienen la posibilidad de conocer y de establecer un vínculo con personas que han recorrido esa trayectoria educativa, que han logrado insertarse en la educación superior y que les entregan este servicio, público y personalizado. Muchos escolares guardarán en su historia recuerdos en primera persona sobre esta experiencia, y sobre cómo fueron capaces de aprender de asuntos que les parecían lejanos. 

Así también, se beneficia la familia y se enriquece el entorno educativo. Apoderados, cuidadores y profesores observan y son testigos de lo que ocurre entre tutor y tutorado. Un espacio de compañía para el escolar, en que recibe atención constante de alguien interesado en que le vaya bien y avance en sus estudios. 

La formación en educación superior también se enriquece. Se amplían espacios, se conecta la academia con los hogares, las escuelas y los territorios. Se concreta la aspiración de una educación integral, porque “mente, corazón y manos” se expresan en decisiones, prácticas y manejo de contingencias.

Finalmente se beneficia la sociedad en su conjunto, pues se moviliza y distribuye capital social no solo desde las instituciones de educación superior hacia los hogares, sino también en forma bilateral. Estos hogares y sus escolares también nutren las aulas de la educación superior. Y para que esto ocurra, autoridades nacionales y locales; líderes académicos; docentes; directores(as) de escuela; padres, apoderados y estudiantes requieren coordinarse por este propósito común.

Desde las universidades, los institutos de educación superior y los centros de formación técnica existe un capital social en vías de convertirse en capital profesional, el que puede organizarse, y guiarse por la evidencia sobre tutorías y sus efectos.

Una investigación interdisciplinaria del Centro de Políticas Públicas UC logró sistematizar efectos de estos programas y reveló que los escolares que reciben tutorías tienden a motivarse más por el estudio, aumentan su asistencia, se comprometen con la tarea, se muestran más optimistas y logran mayor rendimiento. Un círculo virtuoso, en el que los estudiantes voluntarios aprenden en servicio y desarrollan habilidades más allá de su especialización.

Cada persona tiene la capacidad de enseñar y aprender, no necesariamente somos especialistas en enseñar los contenidos curriculares de la escuela, pero con el soporte de agentes especializados e infraestructura, podemos canalizar nuestra intención educativa y convertirla en una experiencia sistemática y efectiva.

Llamamos y motivamos a las distintas instituciones de educación superior a incorporar en sus programas cursos y actividades que permitan a estudiantes terciarios vincularse con escolares de distintas zonas del país. Esperamos que el Ministerio de Educación ponga incentivos adecuados, y otras agencias de la sociedad civil contribuyan con velocidad y recursos para expandir esta experiencia. 

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