Los últimos años en Chile han estado caracterizados por un clamor de parte de la población por mayor libertad, igualdad y justicia. No se trata, aparentemente, sólo del deseo de mejores condiciones económicas, sino de derribar lo que se considera son dogmas, doctrinas e imposiciones que impedirían el libre desarrollo de ciertos sectores sociales.

En definitiva, hay una cierta pretensión de querer producir un cambio cultural, desde lo que se percibe en la actualidad como una sociedad “patriarcal” (cuyo sentido trasciende el mero significado de género que se le atribuye) hacia una cultura que, en términos del gran pensador chileno Humberto Maturana, se calificaría como “matrística”. Bajo esta última acepción del convivir social, no existirían doctrinas ni dogmas, ni tampoco imposiciones, lo cual contribuiría al libre e igualitario desarrollo de cada persona, según sus expectativas y aspiraciones. Ese anhelo, presente fundamentalmente en un sector de la juventud de nuestro país, es lo que, a mi juicio, nos ha llevado a la Convención Constituyente, y a tener un presidente electo con menos de 40 años.

Curiosamente, esa aspiración hacia una sociedad más libre e igualitaria, se tiñe de una profunda contradicción, al exigir, como medio para alcanzar lo anterior, una mayor intervención del Estado, que establezca nuevas imposiciones, normas y restricciones que, de alguna manera, como si se tratara de un acto mágico, produzcan el “cambio” que tanto se desea.

La misma generación que desea dejar atrás el paternalismo social, que no acepta que le digan cómo ordenar sus vidas o cómo conducirse en la sociedad, sí desea tener un papá Estado más poderoso, que intervenga más en la vida privada de las personas. Bajo esa premisa, surgen ideas tales como la de nacionalizar empresas, establecer límites al derecho de propiedad y restringir la libertad de expresión. Evidentemente, tamaña contradicción no pasa desapercibida para nadie. En el fondo, se quiere “matar” al padre, como diría Freud, para, acto seguido, crear sumisión a un padre mucho más poderoso y autoritario, como lo es el Fisco.

¿Por qué menciono todo esto a propósito de los impuestos? Porque, evidentemente, esta contradicción no es ajena a los tributos. La pretensión de mayor libertad e igualdad, rige para todo, menos en el plano económico, en el cual sólo se habla, con escaso fundamento técnico, de aumentar impuestos, de que los que tienen más paguen más, y consignas similares.

Hay un anhelo, que nace y se fundamenta exclusivamente desde la emocionalidad, sin detenerse a reflexionar acerca de los fundamentos que los inspiran, ni mucho menos a hacerse cargo de las consecuencias de lo que se propone. Más aun, se insiste con obstinación en absurdos como el impuesto “a los súper ricos”, a pesar de toda la evidencia comparada disponible que demuestra el fracaso y obsolescencia a nivel mundial de políticas fiscales como esa. Y se intenta, infantilmente, producir un cambio cultural de marca mayor simplemente a través de normas, como si estas últimas cambiaran a las personas.

Es comprensible que se apele a una sociedad más justa, ¿pero se trata de una sociedad más justa realmente para todos o sólo para algunos? Como en muchos ámbitos de la vida, el remedio podría terminar siendo peor que la enfermedad.

Claudio Bustos, abogado socio fundador Bustos Tax & Legal.

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