Desde el mes de mayo, como hito histórico en estado de pandemia en Chile, comenzó un proceso llamado “Vuelta a la Patria”, dentro del contexto de repatriación para los inmigrantes venezolanos en Chile.

Por Andrea Aravena Toledo

Geógrafa y Licenciada en Geografía, Maestría (c) Gestión Medioambiental del Desarrollo Urbano

El día 02 de mayo, Jorge Arreaza (Canciller de Venezuela) escribió un mensaje por Twiter indicando lo siguiente: “Informamos que por instrucciones del Pdte @NicolasMaduro, a partir de la semana entrante organizaremos operativos especiales del #PlanVueltaALaPatria a través de @LAConviasa y vías terrestres, para facilitar el retorno de miles de compatriotas desde países de América del Sur”. (Visto en Twiter cuenta de Jorge Arreaza M (https://url2.cl/Y2Rdt)

Foto de Andrea Aravena Toledo (c)
Foto de Andrea Aravena Toledo (c)

De esta manera, toda la comunidad venezolana que estaba fuera de su país, tenía la oportunidad de regresar a su país. El 04 de mayo comenzó en Chile el intento de “Vuelta a la Patria”.

Todo comenzó con un grupo de 15 personas en las puertas de la embajada de Venezuela, en calle Bustos 2021 en la comuna de Providencia, pidiendo información sobre como regresar a su país. Ese grupo comenzó a pernoctar fuera de la puerta de la embajada, eran personas en situación de calle, que ya no tenía recursos para sostenerse en Chile y necesitaban ayuda urgente.

Ya en la tercera semana de estar en Bustos, las 15 personas pasaron a ser 30, 50, hasta 300 venezolanos… para llegar a un total aproximado de 600 personas. Ante esta situación, empezaron a llegar donativos para que pudieran pasar las heladas noches con algunas carpas y colchones. Comenzaron a instalarse mesas y barreras papales, ya que todos los días llegaban grandes donativos de alimentos preparados, una camioneta con café, bidones de aguas, entre otros, lo que generó que esas personas no sólo estuvieran en las afueras del gran portón de la embajada- custodiada día y noche por carabineros- sino a todo lo largo de la calle.

Las semanas pasaban, el número de población aumentaba y desde la Iglesia “La Anunciación” (ubicada en Plaza Pedro de Valdivia, cercana a la embajada), personas independientes, conformaron un equipo de cuatro personas que comenzó una labor de ayuda solidaria y humanitaria para apoyar a las personas que estaban durmiendo en la calle. En circunstancias donde durante mayo se registraron bajas temperaturas y hubo lluvia.

Foto de Andrea Aravena Toledo (c)
Foto de Andrea Aravena Toledo (c)

El equipo conformado para ayuda gestionó la habilitación del Galpón de la Iglesia de la Anunciacion, ubicado en la calle Benvenuto Cellini, al costado de la parroquia, con la misión inicial de ir desalojando la calle Bustos y poder colaborar con el bienestar de la población en estado de intensa demanda y protesta social afuera de la embajada.

Con el pasar los días, se recrudeció la situación sanitaria, se tomaron medidas -dentro de las indicaciones del Ministerio y de autoeducación- para evitar contagios de Covid 19, como habilitar espacios separados para las mujeres, niños y ancianos, limpieza permanentes y etc.

El aumento de los venezolanos en las afueras de la Embajada y la nula respuesta de ésta, sumado a la gran cantidad de donativos en ropa y alimentación, más algunos indicios de contagios provocó una suerte de descontrol y que el municipio, finalmente, movilizara recursos internos y habilitará colegios como albergues como son el Colegio Lastarria y los Liceos 7, Jorge Alessandri y Juan Pablo Duarte.

Un país poco inclusivo y solidario

Este proceso, que aún no termina, ha mostrado dos hechos importantes: el primero, “la visibilización” de una comunidad que, arrancando de un país en crisis profunda, recurre a otro para sobrevivir y, al no lograrlo, pide el regreso a su patria, debido a las condiciones que marcaron el 2019 – 2020 por la crisis social y el covid 19. Es importante considerar que la gran mayoría de las personas que llegaron a la embajada eran venezolanos que llevaban 1 año aproximadamente en Chile, que con la crisis de octubre del 2019, no lograron insertarse laboralmente. A lo anterior se suma la dificultad para adaptarse a un país con una cultura desigual que, en muchos casos, va desde un clasismo tolerable a lo xenófobo, dentro de contextos laborales principalmente.

Foto de Andrea Aravena Toledo (c)
Foto de Andrea Aravena Toledo (c)

Chile ha mostrado ser un país al que le cuesta la inclusión, la solidaridad sin ser asistencialista. Mucha “ayuda”, en algunos casos, es el deshacerse de cosas que ya no les sirve. En dependencias de la iglesia se veía una sala y patio con bolsas de ropa hasta el techo para la comunidad, pero en muchas de ellas hay: trajes de baño, sandalias, ropa manchada, floreros, etc. Por lo que la solidaridad o el acto de “dar” también se ha transformado, para algunos, en una forma de botar lo inservible para alguien que supuestamente lo necesita.

Foto de Andrea Aravena Toledo (c)
Foto de Andrea Aravena Toledo (c)

La pregunta que surge es ¿cómo están mirando esos “donantes solidarios” a quiénes están necesitados?

El segundo hecho tiene relación a la creencia y el símbolo. Estos conceptos fueron expresados por la comunidad a través de un proceso donde la solidaridad y la ayuda impulsaron un cambio de conciencia en muchas personas en estado de catástrofe sanitaria. La creencia se traduce, para estos venezolanos, en la fuerza que “la Patria” significa para su comunidad. Y la religión, que simboliza para ellos la protección y la esperanza que se tradujo en la fortaleza, día y noche, para esperar respuesta a las afueras de la puerta de la embajada de Venezuela. El segundo concepto, el símbolo, ha sido su bandera que flamea en la puerta de la embajada en calle Bustos que, en conjunto con el himno popular no nacional (Llamado Venezuela), juntó a este amplio grupo de venezolanos en sus diferencias. En esa convivencia, en el pasar de los días, cantaban con el alma un canto donde desahogaban sus emociones. Un canto colectivo necesario no poder comunicar aquello íntimo que sentían.

Foto de Andrea Aravena Toledo (c)
Foto de Andrea Aravena Toledo (c)

Han pasado 7 semanas, y el portón de Bustos pasó de ser una puerta al retorno, una oportunidad, a una lenta espera con desilusión y un sin respuesta a todo lo movilizado, para transformarse hoy en un lugar donde no hay nadie afuera. Aún varias familias y muchas personas solas están a la deriva, a la espera de una mínima respuesta. Hoy no es igual que el 04 de mayo. Hoy la comunidad, separada en albergues, sólo espera… y ya no tienen la misma fuerza. ¿Qué pasó? La comunidad que pide, que no tuvo oportunidad de surgir – las 600 personas- ha sentido una acogida que no había tenido por parte de Chile, bajo el contexto de una pandemia y muchos están muy contenidos y agradecidos. El equipo que comenzó con la ayuda en Bustos sigue trabajando en los alberges que recibieron a la comunidad venezolana que estaba en la calle.

La ayuda sigue, pero respuestas de la embajada hasta el día de hoy no hay nada.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile