Que el sacrificio de las y los trabajadores de Starbucks no sea en vano. Es tiempo de construir un nuevo trato laboral para la juventud chilena. Y ese tiempo es ahora.
Durante este último viernes de marzo, se cumplirán tres semanas desde que el sindicato de Starbucks Chile se declarara en huelga nacional. Más de 1.200 trabajadores y trabajadoras – en su mayoría jóvenes- mantienen más de 100 sucursales de la cadena funcionando a media máquina, exigiendo algo básico como lo que debiera ser garantizado en cualquier relación laboral: un sueldo justo y condiciones dignas de trabajo.
La consigna que levanta la movilización, “no puede ser que un café valga más que una hora de mi trabajo”, es brutalmente honesta. Resume en una línea la desigualdad que enfrenta nuestra generación en el mercado laboral chileno: salarios bajos, jornadas parciales forzadas, empleos endebles y sin protección.
Precarización normalizada
Para muchos de nosotros, trabajar en cadenas de comida rápida, comercio o call centers no fue una opción de desarrollo profesional, sino una vía de sobrevivencia. Lo sé bien, porque también fui parte de esa juventud que buscaba un ingreso extra para aliviar las tensiones económicas en casa.
Por eso, lo que hoy está en juego en la huelga de Starbucks no es solo una negociación colectiva más, sino una oportunidad para desenmascarar un modelo laboral juvenil que normaliza la precarización bajo el discurso de la “flexibilidad”.
Según el último estudio de Fundación SOL, titulado “Trabajadores jóvenes ante la amenaza de un futuro incierto”, las cifras son alarmantes. La tasa de desempleo juvenil alcanza un 17,4%, muy por sobre el promedio nacional. Solo el 21,5% de quienes tienen empleo cuentan con un trabajo protegido, mientras un 43,4% están insertos en trabajos formales pero inestables, y un 35,2% en la informalidad pura y dura.
La media de ingresos para jóvenes no supera los $450.000, en un país donde solo arrendar una pieza en Santiago puede costar más de la mitad de ese monto.
El panorama es aún más crítico para las mujeres jóvenes: el 43,2% trabaja en el formato de jornada parcial, muchas veces porque deben compatibilizar estudio, trabajo y labores de cuidado. Y aunque su participación laboral ha aumentado de forma lineal desde 2010, sus ingresos siguen siendo más bajos y sus tasas de desempleo más altas.
Ante esto, cabe preguntarnos: ¿Cómo se forja una trayectoria laboral decente si el punto de partida es la inestabilidad, la subcontratación y el abandono institucional? ¿Cómo imaginamos un futuro digno si normalizamos un presente injusto?
Huelga en Starbucks: El trabajo joven también exige dignidad
Pero la huelga de Starbucks ha encendido una luz en medio de la resignación: una juventud organizada, que entiende que no basta con sobrevivir en el sistema, sino que es posible disputarlo. Lo más potente no es solo la movilización, sino el mensaje político que encierra: el trabajo joven también exige dignidad.
Es hora de que el mundo político actúe. No con reacciones tardías ni solo para apaciguar la huelga, sino impulsando una agenda estructural que regule con firmeza el trabajo juvenil. Se requiere una agenda robusta que fortalezca la fiscalización en rubros como el comercio y servicios, que limite el abuso de las jornadas parciales obligatorias; que fomente la formalización con beneficios y garantías reales, y que promueva modelos laborales que compatibilicen estudio, empleo y vida personal, sin sacrificar a la dignidad.
Porque mejorar las condiciones laborales de la juventud no es solo un acto de justicia social. Es una inversión en el presente y futuro del país. Significa apostar por una generación que no vea el trabajo como sinónimo de precariedad, sino como una herramienta de desarrollo humano y colectivo.
Que el sacrificio de las y los trabajadores de Starbucks no sea en vano. Es tiempo de construir un nuevo trato laboral para la juventud chilena. Y ese tiempo es ahora.