Hacer frente a esta urgencia requiere de líderes que, además de reconocer la enorme crisis que enfrentamos, puedan implementar acuerdos e innovaciones que nos permitan salir de este camino de destrucción asegurada.
Según un análisis consolidado realizado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la temperatura media global en superficie superó en 1,55° C la media del período 1850-1900 (preindustrial). De este modo, se ratifica que –“en una excepcional concatenación de récords de temperatura”, como aseguró el organismo- la última década ha sido el periodo más cálido jamás registrado.
Lejos de ser un dato random, esta información nos entrega un desafío concreto: si queremos evitar daños irreversibles provocados por la mayor frecuencia de eventos meteorológicos extremos, el aumento del nivel del mar y la pérdida de biodiversidad en todo el mundo, entre tantas otras consecuencias, en 2025 debemos detener -a como dé lugar- esta horrible tendencia.
Nuevos liderazgos y la negación de la crisis climática
En este escenario, el arribo de liderazgos que operan desde una absoluta negación de la crisis climática no es una buena noticia. El inicio de un segundo gobierno de Donald Trump en Estados Unidos es prueba fehaciente de aquello: el mandatario explícitamente ha manifestado su intención de salirse, nuevamente, del Acuerdo de París (tal como ocurrió durante su primer mandato, en 2017) y es de esperar que, como pasó también en la administración Biden, incumpla sus compromisos de financiamiento de la acción climática y reduzca aún más los aportes de Estados Unidos en la materia.
Más allá de las ideologías y razonamientos económicos de uno u otro lado del tablero político, debemos ser capaces de entender que el calentamiento del planeta y sus consecuencias no son un invento o material de ciencia ficción, sino una amenaza real. De hecho, cifras del Banco Mundial dan cuenta que alrededor de 1.200 millones de personas en el mundo se enfrentan a riesgos que podrían alterar su vida por la exposición a, al menos, un peligro climático de importancia crítica (como olas de calor, inundaciones, huracanes y sequías, entre otros).
Según el Reporte 2024 de Global Water Monitor, durante el año pasado 8.700 personas murieron, 40 millones fueron desplazadas y se registraron pérdidas económicas por más 550.000 millones de dólares, solo por desastres naturales relacionados con agua, como las inundaciones en Afganistán, Pakistán y Brasil o el paso de DANA en España.
Más recientemente, 27 personas han resultado muertas y más de 30 aún se encuentran desaparecidas en los incendios -aún no controlados- de California, los que han registrado además millonarios daños: según estimaciones de AccuWeather las pérdidas económicas rondarían los 250.000 o 275.000 millones de dólares, aunque Goldman Sachs prevé que el costo sería aún mayor.
La ciencia por delante
Estos hechos no son aislados -se ha comprobado que la deforestación del Amazonas incide directamente en el clima y la acumulación de recursos hídricos de, por ejemplo, California- y dan cuenta de que la crisis no solo está poniendo en riesgo a millones de vidas humanas en todos los continentes, sino que además tiene un costo cada vez más grande para las economías locales y la mundial.
Hacer frente a esta urgencia requiere de líderes que, además de reconocer la enorme crisis que enfrentamos, puedan implementar acuerdos e innovaciones que nos permitan salir de este camino de destrucción asegurada.
Hoy, más que nunca, es urgente hacer frente a retóricas autoritarias poniendo a la ciencia por delante, apoyándose en la academia y reconociendo el rol de la sociedad civil, con el objetivo de generar soluciones para todos. Hacer frente a la triple crisis -climática, de contaminación y de biodiversidad- no es otra cosa que poner la vida humana por delante de todas las consideraciones, así como cuidar el patrimonio de personas, organizaciones y Estados.