Recientemente el presidente Milei ha declarado que su país construirá una “base conjunta” con los EEUU en la Patagonia. Esta declaración surgió en el contexto de la visita de la general Richardson, jefa del Comando Sur.

Asimismo, ha señalado que EEUU e Israel son los principales aliados de Argentina. De paso, señaló que con ello se fortalece su demanda de soberanía respecto a la Antártica, y por cierto, respecto a la situación de Malvinas.

En estricto rigor, los anuncios de la presidencia argentina no son nuevos, reiteran pronunciamientos hechos con anterioridad.

Y no son sólo pronunciamientos. El presidente Javier Milei en sus cortos meses de gobierno ya ha visitado un par de veces los EEUU y se apresta a concurrir por tercera vez. También ha visitado Israel, y trasciende su intención de convertirse a la religión judía.

Contrastemos que en ese mismo periodo Milei no ha visitado ningún país latinoamericano. Por lo tanto, las declaraciones mencionadas al inicio sólo tienen la novedad de anunciar “la construcción de una base conjunta”.

Al respecto, y leyendo tanto los comunicados de los EEUU en Buenos Aires, como el de Asuntos Públicos del Comando Sur, vemos que ambos documentos coinciden en destacar en que el objetivo de la visita de la general Richardson era “fomentar el diálogo y la colaboración con el nuevo gobierno y los lideres de la defensa del país”.

La mención a la construcción de una “base conjunta” corresponde solo a una expresión del jefe de Estado transandino. Por cierto, frente a ella, la general Richardson guardó prudente silencio al igual que las autoridades estadounidenses.

Argentina y sus autoridades son soberanas para definir el rumbo de su política exterior. Eso no está en discusión y solo cabe respetar su autodeterminación. La pregunta es por el rumbo y su permanencia.

Constatemos que el año pasado la diplomacia argentina planteó su ingreso a la alianza de los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). El descarte de dicha postura fue una de las primeras medidas adoptadas por la actual diplomacia argentina.

Por otra parte, lo que hoy predomina en Casa Rosada en materia de alianzas preferentes, son sus simpatías por la OTAN. La única explicación que cabe es constatar que en materia de alianzas internacionales Argentina ha experimentado el impacto de sus disensos internos.

Asimismo, el presidente Milei ha señalado que esa “base conjunta” fortalecería sus reclamos de soberanía sobre la Antártica, reconociendo que el fortalecimiento de la austral ciudad de Usuahia mejoraría la posición de Argentina, reconociendo que en este tiempo, el desarrollo del extremo austral de “los hermanos chilenos” lo ponían en ventaja respecto a la conexión con el continente helado.

¿Debemos preocuparnos por estos anuncios?

Partamos por lo último: la proyección y los reclamos de soberanía en la Antártica.

Al respecto, Chile mantiene funcionando desde hace décadas tres bases, operadas por personal científico y de nuestras fuerzas armadas. Para la conexión tenemos un permanente puente aéreo que dispone de un aeropuerto en la base presidente Frei operado por la FACH, abierto a todo el mundo.

Desde el punto de vista naval, existe una constante presencia y patrullaje, que se potenciará cuando en agosto próximo, entre a operar nuestro nuevo rompehielos Almirante Viel, construido íntegramente en Chile, en las maestranzas de Asmar. Se trata de un buque que desplaza 10.500 toneladas y tiene un alcance de 14.000 millas náuticas.

El Tratado Antártico

Pero, por sobre todo, Chile, al igual que Argentina, ha suscrito el Tratado Antártico, que congela todas las reclamaciones hasta el 2048.

Chile y Argentina, en tiempos de democracia, han construido una larga etapa de paz y cooperación, fundamentada en una amplia red de medidas de confianza mutua.

Desde la cuasi guerra en 1978, y especialmente desde que ambos países iniciamos nuestro retorno a la democracia, hemos recorrido un largo y provechoso camino de confianza entre ambos países. Se trata de políticas de estado, que se han mantenido independiente de los avatares de la contingencia.

Y en relación con los EEUU, desde hace décadas Chile mantiene fructíferas y armoniosas relaciones. Si bien en tiempos de guerra fría sufrimos una fuerte injerencia en nuestros asuntos internos, como en su momento lo reconoció el Informe Church del Congreso de los EEUU, con posterioridad las administraciones estadounidenses asumieron una decidida actitud por la recuperación democrática en Chile.

En especial la gestión del embajador Harry G. Barnes fue categórica en respaldar el retorno democrático en Chile a fines de los ochenta del siglo pasado. Desde entonces, varias décadas atrás, esa relación se ha fortalecido y ha brindado mutuos beneficios.

Como señalamos anteriormente, independiente de los distintos cambios políticos que Chile ha experimentado, la buena relación ha perdurado y se ha fortalecido.

Lo anterior no es contradictorio con la universalidad de nuestra política exterior y su compromiso por lograr una gobernanza internacional basada en el respeto al derecho internacional y al multilateralismo. Y por cierto, en un contexto internacional que vive grandes desafíos, empezando por nuestra región latinoamericana.

Al respecto, son notorias las dificultades de gobernabilidad que diversos países enfrentamos. Bien lo dice la CEPAL: economías estancadas generan sociedades insatisfechas, si ello se suma a la existencia de sistemas políticos de poca legitimidad el resultado es obvio.

Chile no escapa a esta situación, por lo cual pensamos que la mejor manera de contribuir a ordenar el barrio es poniendo en orden en primer lugar a nuestra propia casa.

Nuestra Cancillería ha sido clara en torno a todos estos temas, por lo cual solo corresponde apoyarla con sentido nacional. Chile es un país respetuoso de los tratados suscritos y partidario de consolidar la paz y la cooperación en nuestra región en especial.

Por lo mismo, nos alegramos cuando Argentina y el Reino Unido reestablecieron relaciones diplomáticas en 1990, después de la guerra de Malvinas. Especialmente tomamos nota de la declaración transandina de que Argentina proclamó que su reclamo de soberanía se iba a canalizar por vía diplomática.

De este modo, cuando conocemos las declaraciones mencionadas al inicio, recordamos esa vieja enseñanza de que para “bailar un tango, se necesitan dos”.