Hace veinte años, en julio de 2003, el Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO lo inscribió en su afamada Lista de sitios, de “valor patrimonial excepcional”, lo que, para muchos, no tiene en la actualidad.

No viene al caso examinarlo, pues el Comité los evalúa periódicamente. Hay muchas postulaciones y trámites técnicos y reglamentarios, más las respectivas diligencias diplomáticas con sus integrantes. Nada fácil, con tanta competencia y mérito de los propuestos. Se cumplieron estrictamente, pero no todo fue perfecto, y fue necesaria la diplomacia exterior como interior. Valgan algunos recuerdos personales.

Los ascensores

Un experto ecuatoriano convenció a la inolvidable Marta Cruz-Coke, que los viejos ascensores decimonónicos, pero que funcionaban, eran dignos de ser inscritos. Con ella fuimos a entrevistarnos con el entonces alcalde, Hernán Pinto, más Ángel Cabeza, que sería director de la DIBAM. Les acompañaba pues estaba destinado ante la UNESCO. Confiados le expusimos la idea al alcalde. Su respuesta directa fue: “Y para qué sirve esa h…”.

Marta no se rindió y logró convencerlo, y, entonces, se iniciaron innumerables gestiones ante las autoridades competentes.

Chile ya había inscrito el Parque Nacional Rapa-Nui, y las Iglesias de Chiloé, en la que pude participar por estar en mi destino.

Pero una cuidad habitada, era muy diferente. El modelo era Quito, y Lisboa. No faltaron las críticas y opiniones diversas, pero paso a paso se avanzó. El Presidente Ricardo Lagos apoyó. Incontables reuniones, conversaciones, detractores de todo tipo, hasta en la propia Cancillería, fueron sorteadas. No por la idea, sino en la oportunidad y consecuencias, pues poco se sabía de la lista, y de la UNESCO.

Los trámites, estrategias y apoyos

El director del Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco, nos señaló que la postulación sería postergada y que faltaban papeles en inglés o francés, los únicos que se podían utilizar. Un golpe muy fuerte. Como representante improvisé y, enfáticamente, amenacé (sin instrucción alguna) que Chile revisaría su colaboración.

Nos vio decididos y concedió un plazo extra, aceptando la presentación a condición de enmendarla. Se corrigió adecuadamente aunque faltaban los apoyos.

En una reunión previa en París, pues a último momento hubo cambio de sede, actuamos. Luego de empujar y pisar algunos delegados, vi que era imposible interrumpirlos. Había que encontrar otra solución y en las pausas se dispersaban.

Me instalé a la entrada del baño de mujeres y hombres. En algún momento irían. Propuse hablar antes o a la salida, esta última era mi mejor opción. Así, pude conversar con todos los miembros del Comité y solicité su apoyo (confiado que saldrían con las manos limpias). La estratagema los predispuso favorablemente.

El Comité inscribió unánimemente la Ciudad-Puerto de Valparaíso, por “representar una etapa temprana de globalización”, algo poco difundido.

Al conocer a la Presidenta del Comité, ya que asistía la Ministra de Relaciones Exteriores, Soledad Alvear, pedí un cambio en la tabla y Valparaíso se examinó primero.

Posteriormente, el alcalde de la ciudad me honró nombrándome Hijo Ilustre, porque además, fui sorpresivamente sietemesino y nací allí. Le tengo un afecto muy particular a Valparaíso.