Más de 150 escritores, académicos, periodistas, activistas, historiadores e intelectuales de alto calibre de la izquierda global publicaron una carta en la que condenan la intolerancia surgida en su sector, y advierten de sus peligros.

Entre los firmantes se incluyen a Noam Chomsky, Gloria Steinem, Ian Buruma, Mark Lilla, Margaret Atwood, Martin Amis y J.K. Rowling, quienes publicaron la misiva titulada “Una carta sobre la justicia y el debate abierto” en la Harper’s Magazine.

En ésta, advierten del daño que el avance de una censura manifestada en escarnios públicos y represalias profesionales contra las opiniones disidentes o contrarias puede causar en la democracia, siendo instrumentalizado por demágogos de derecha.

“Las fuerzas del iliberalismo están ganando fuerza a través del mundo y tienen un poderoso aliado en Donald Trump, quien representa una real amenaza a la democracia”, alertan, cuando quedan cerca de 4 meses para las elecciones presidenciales de los Estados Unidos.

Los firmantes defienden en su carta que “el intercambio libre de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, está convirtiéndose cada día más restringida. Mientras hemos llegado a esperar eso de la derecha radical, la censura también se está expandiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia hacia puntos de vista opuestos, una moda de vergüenza pública y ostracismo, y la tendencia a disolver asuntos políticos complejos con una cegadora certeza moral”.

Revisa a continuación el texto completo:

Una carta sobre la justicia y el debate abierto

“Nuestras instituciones culturales están enfrentando un momento de juicio. Poderosas protestas por justicia racial y social están llevando a postergadas demandas para reformar la policía, junto con llamados más amplios por mayor igualdad e inclusión a través de nuestra sociedad, no menos importante en educación superior, periodismo, filantropía, y las artes. Pero este ajuste de cuentas también ha identificado un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y tolerancia de las diferencias a favor de conformidad ideológica.

Mientras aplaudimos el primer avance, alzamos nuestras voces contra el segundo. Las fuerzas del iliberalismo están ganando fuerza a través del mundo y tienen un poderoso aliado en Donald Trump, quien representa una real amenaza a la democracia. Pero no hay que permitir que la resistencia se endurezca a sí misma hasta convertirse en su propia marca de dogma o coerción, la cual demágogos de derecha ya están explotando.

La inclusión democrática que queremos debe ser alcanzada sólo si hablamos en contra del clima intolerante que se ha instaurado en ambos lados.

El intercambio libre de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, está convirtiéndose cada día más restringida. Mientras hemos llegado a esperar eso de la derecha radical, la censura también se está expandiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia hacia puntos de vista opuestos, una moda de vergüenza pública y ostracismo, y la tendencia a disolver asuntos políticos complejos con una cegadora certeza moral.

Defendemos el valor de un robusto e incluso cáustico contra-discurso de todas partes. Pero actualmente es demasiado común escuchar llamados para una veloz y severa retribución en respuesta a las transgresiones percibidas del habla y el pensamiento.

Más preocupante incluso es que, líderes institucionales, en un espíritu de control de daños y en pánico, están dando apresurados y desproporcionados castigos en vez de considerar reformas. Editores son despedidos por publicar piezas controvertidas; libros son retirados por presunta falta de autenticidad; periodistas son excluidos de escribir sobre ciertos temas; profesores son investigados por citar obras de literatura en clases; un investigador es despedido por hacer circular un estudio que pasó la revisión de pares; y los líderes de organizaciones son expulsados por lo que son a veces simples errores.

Cuales sean los argumentos en torno a cada incidente particular, el resultado ha sido una constante estrechez de los límites de lo que puede ser dicho sin la amenaza de represalias. Ya estamos pagando el precio en mayor aversión al riesgo entre los escritores, artistas, y periodistas que temen por sus sustentos si se apartan del consenso, o siquiera si no están de acuerdo con suficiente celo.

Este ambiente sofocante finalmente va a dañar a las causas más vitales de nuestro tiempo. La restricción al debate, ya sea por un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente hiere a quienes carecen de poder y vuelve a todos menos capaces de participar democráticamente. La forma de vencer malas ideas es por exposición, argumento, y persuasión, no intentando silenciar o desear que se vayan.

Rechazamos cualquier elección falsa entre justicia y libertad, que no pueden existir la una sin la otra. Como escritores necesitamos una cultura que nos de espacio para la experimentación, para tomar riesgos, e incluso cometer errores. Necesitamos preservar la posibilidad de estar en desacuerdo de buena fe, sin terribles consecuencias profesionales.

Si no vamos a proteger aquello en lo que nuestro trabajo depende, no deberíamos esperar que el público o el estado lo defiendan por nosotros”.