Más de un millón de iugures (grupo étnico que vive en las regiones del noroeste de la República Popular China), están atrapados en los denominados campamentos de reeducación de Xinjiang.

11 horas de “estudio”, tienen que ver con el adoctrinamiento total, además de otros castigos, según el relato de una mujer que fue confinada a uno de esos lugares, acusada de haber criado a una terrorista: su hija.

“Aunque no hay cadenas en esa escuela, las condiciones son extremadamente difíciles. Nos sientan en una aula durante once horas al día. Tomamos clases de chino, de derecho, de política e historia china. Con exámenes todos los viernes. Debíamos memorizar canciones patrióticas y el reglamento interno”.

Es el testimonio de Gulbahar Haitiwaji, sobreviviente de esta especie de reacondicionamiento ideológico forzoso. Las pruebas que pesaron en su contra, como para ir a dar a ese lugar, eran tan escasas como las condiciones de los atrapados en este fuerte.

“Me decían que mi marido era un terrorista y que había criado a niñas terroristas. Yo, como ciudadana china, tenía la responsabilidad, decían. Me acusaron de tener una hija terrorista y de no haberla educado bien”.

Sobre eso último, tenían una fotografía de su hija Gulhumar en una manifestación de la diáspora iugur en la plaza del Trocadero de París.

Pero, ¿cómo fue posible que una madre fuera a dar a ese lugar en tales condiciones? Fue en un viaje a su natal China, sin boleto de retorno.

Volaron, en distintas ocasiones con su marido, quien posee la nacionalidad francesa. Se negó a proporcionar información de las actividades de su etnia en Francia.

“Creo que China me hizo pasar por todo esto para vengarse de mi marido. Porque cuando volvimos juntos a China, en 2012 y 2014, a mi marido, que tiene nacionalidad francesa, se le exigió que facilitara a las autoridades chinas información sobre la comunidad uigur en Francia. Y él se negó a hacerlo”.

Cuando pisó suelo chino, y la vendetta se ejecutó, ella pasó 4 meses en prisión antes de aplicársele la inducción e inyección de fidelidad a su país.

“Vi a muchas jóvenes dejar de menstruar”

En cuestión de horas, Gulbahar Haitiwaji, pasó de una prisión a otra. Las condiciones para el millón de personas de su etnia, contrarios a las políticas chinas, eran extremas.

“No nos alimentaban mejor que en la prisión. Había luces de neón encendidas día y noche y cámaras de vigilancia por todas partes. Las condiciones eran tan malas como en la prisión. Incluso para ir al baño teníamos que cumplir con los horarios”.

Las odas al partido comunista chino, estaban en el menú de la ideología, en plena escasez de adecuada alimentación y de otros derechos fundamentales. En cambio, debían repetir y repetir la gratitud a la nación asiática.

“Todavía las recuerdo muy bien. Antes de cada comida, antes de cada clase, debíamos recitar nuestro agradecimiento a la Gran China, al Partido Comunista Chino y a Xi Jinping”.

Tenían prohibido comunicarse en su lengua nativa, practicar su fe y asimilar, ideológicamente, a punta de repeticiones, que la gran nación se compone de lo que se impone. El testimonio, es uno de los pocos que han salido a la luz desde 2017, cuando se supo de la existencia de estos campos de “reeducación”.

El castigo para las mujeres era “ejemplar”. Muchas de ellas habían viajado a Turquía, lo que representó una afrenta. Otras usaron velo. Incluso, tener familia en el extranjero era parte de lo que se consideraba motivo para una estadía en el sistema reeducativo chino.

Lo peor, fue cuando debieron ir en contra de su propia naturaleza biológica. Las vacunaban supuestamente contra la gripe. Al menos, eso les decía una enfermera.

“Nos hicieron inyecciones dos veces al año. Vi a muchas jóvenes dejar de menstruar. Era muy preocupante porque querían tener hijos más adelante. En aquel momento tuve sospechas, pero no tenía pruebas. Cuando regresé a Francia me enteré de que habían revelado la existencia de esterilizaciones masivas en Xinjiang”.

En la entrevista, publicada por el medio asociado de BioBiochile, RFI, se relata también que el investigador Adrien Zenz ya había dado cuenta de la situación aplicada en varias dosis a las mujeres de la etnia Iugur. Se trataba de una campaña de esterilización a sus mujeres, por ser consideradas “máquinas de hacer bebés”.

Haitiwaji, confirma en una sola frase a la hora de responder si fueron sometidas a la esterilización forzada: “Por supuesto que sí”.

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El 23 de diciembre de 2018, me trasladaron del campo de reeducación a una segunda prisión. Me pusieron cadenas en los pies, esposas en las muñecas y una capucha en la cabeza. Allí pensé que me iban a ejecutar. Después de 30 minutos de viaje, llegamos a la prisión. Me quitaron la capucha y me afeitaron el pelo. Estaba desesperada porque sentía que nunca saldría de esa pesadilla. Mi situación había empeorado.
- Gulbahar Haitiwaji. Víctima en campo de reeducación chino.

Desde su encierro en 2018, fue la diplomacia francesa la que consiguió sacarla de ese lugar. El Ministerio de Asuntos Exteriores se hizo cargo de presionar para su liberación. Un año bastó para conocer lo que hoy relata, incluso en un libro. “Gritar tu verdad”.

Quería revelar lo que eran estos campos a todo el mundo. Nada de lo que cuento es exagerado. Sólo digo lo que he vivido. Algún día, la verdad saldrá a la luz y espero que mi libro ayude a la causa uigur.

Le preocupan su madre y hermanos que aún viven en Iugur. El único acceso a contactarlos es la aplicación WeChat. Lo hace una vez cada 7 días, cuando se cumple un ciclo de respiro con alivio al saber que no han caído en el campo de reeducación, como cientos de miles de sus similares.