“No tenemos suficiente para alimentarla”, dice una mujer afgana sobre su nieta, de 18 meses. La menor, Parvana, no tiene fuerzas para moverse de su catre, a pesar de estar vomitando. Su abuela limpia su cuello con una bufanda.

“Sólo tomamos té durante dos o tres días. Ni siquiera tenemos pan”, dice Haji Rizva, quien llevó a Parvana al hospital de Kabul en nombre de su madre, que está en su casa, embarazada.

Según el reportaje de la Radio Pública Nacional (NPR por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos, en diciembre, un informe de la Organización de Naciones Unidas publicó que la mitad de los niños afganos menores de 5 años – aproximadamente 3,1 millones – se enfrentan a malnutrición aguda. La cifra incrementó en un 16% desde julio del 2020.

Un millón de esos niños califica en una condición severa, en la que necesitan comida urgente para sobrevivir.

“El covid aceleró una situación que ya era difícil de manejar”, afirmó Melanie Galvin, jefa de nutrición en Afganistán para Unicef. “Hemos visto un incremento en el último año, incluso en los últimos meses, en la cantidad de niños en necesidad”, agregó.

“Tenemos un gran número de niños con emaciación. Lo puedes llamar hambruna, es sinónimo de hambruna”, declaró.

La brecha entre hambre e inanición es muy delgada, y la débil economía de Afganistán, golpeada por los cierres propios de la pandemia, amenaza a que más familias vivan al límite. Es el caso de Shaista. El mes pasado, en su pequeño hogar en un sector lleno de barro a las afueras de Kabul, hirvió una olla de agua en la estufa a leña para hacerle pensar a su familia que la cena estaba lista.

“Esperen a su padre”, les dice a sus hijos cuando le piden comida. “Luego se quedan dormidos”, cuenta. “Yo lloro por las noches pensando en que no puedo alimentarlos”.

Shaista estima que tiene al rededor de 35 años. Tras una vida que no ha sido fácil, evalúa este como el año más difícil. Su marido fue herido en un accidente, su hijo comenzó a vender leña para apoyar económicamente a la familia, pero no ha vendido mucho. La pandemia llegó y Kabul se cerró por semanas. “El Coronavirus empeoró todo”, dice.

Según un proyecto de “Costos de Guerra” de la Universidad de Brown, Estados Unidos destina aproximadamente 138 billones de dólares desde 2002 para la reconstrucción de Afganistán tras las guerras. Un tercio de ese monto fue perdido por corrupción, pero eso aún deja una cifra importante.

Para Heather Barr, co-directora de la unidad de derechos de las mujeres en Human Rights Watch, la pregunta millonaria es “entonces, ¿por qué los afganos mueren de hambre?”

“La comunidad internacional ha terminado con Agfanisán”, dice Barr, “incluido Estados Unidos. No hay expectación real que se mantengan interesados”.

Niños como Parvana tienen la suerte de ser tratados, pero se enfrentan a un futuro muy incierto. Su abuela, Haji Rizva, dice que cuando lleguen a casa, Parvana comerá lo que ellos comen. Conociendo la dura realidad, significa que no comerán nada en absoluto.