La diplomacia de Bolsonaro amenaza con aislar a Brasil ante retroceso del conservadurismo

Jair Bolsonaro denunciaba, al llegar al poder, el alineamiento “ideológico” de la diplomacia brasileña y buscó acercarse a países que encarnaban la ola ultraconservadora que se expandía por el mundo. Dos años después, la ola se revirtió en muchos países y la derrota de Donald Trump en Estados Unidos amenaza con dejar a Brasil aislado en la escena internacional.

Bolsonaro, entre tanto, no ha dado señales de cambiar el rumbo.

El llamado “Trump tropical” fue el último mandatario del G20 en reconocer la victoria del demócrata Joe Biden y respaldó la tesis de que hubo “fraude” en las elecciones norteamericanas, negándose a condenar el ataque contra el Capitolio del 6 de enero, incitado por el presidente republicano.

Uno de sus hijos, el diputado Eduardo Bolsonaro, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores y Defensa de la Cámara, puso el lunes en su perfil de Twitter una foto de Trump. Y el canciller, Ernesto Araújo, afirmó que “la izquierda intenta arruinar a Estados Unidos”.

Esos desplantes apenas sorprendieron.

La política exterior de Bolsonaro reproduce el provocativo discurso antisistema, impregnado de neoliberalismo económico y conservadurismo moral, que maneja en temas como la deforestación, el porte de armas o los derechos reproductivos.

El resultado es que Brasil está o estará en breve más o menos distanciado de sus principales socios comerciales: China, Estados Unidos, la Unión Europea y Argentina.

“Quijotes perturbados”

De China está distanciado por su amenaza de excluir a Huawei de la carrera por el 5G y por sus comentarios despectivos sobre la vacuna contra el coronavirus Coronavac.

Y del futuro gobierno de Biden, así como de algunos países de la Unión Europea, por los récords de deforestación e incendios de la selva amazónica que amenazan la ratificación del acuerdo de libre comercio UE-Mercosur.

Y de Argentina, por la tensión con el gobierno de centroizquierda de Alberto Fernández, que reemplazó al conservador Mauricio Macri. El mes pasado, Bolsonaro afirmó que la legalización del aborto en ese país permitirá que las “vidas de los niños argentinos” sean “segadas” con “la anuencia del Estado”.

Tampoco quedó bien parado tras el debilitamiento del modelo liberal chileno a causa de las protestas sociales y el fracaso de las tentativas de derrocar al gobierno venezolano de Nicolás Maduro.

En una reunión de gabinete en abril, Araújo, en nombre de su cruzada contra el “globalismo”, dijo que estaba convencido de que Brasil tenía las condiciones para sentarse “en la mesa de los cuatro, cinco o seis países que van a definir el nuevo orden mundial” después de la pandemia.

Un proyecto que parece lejano, con más de 200 mil muertos en Brasil (el segundo país con más óbitos por el covid-19, después de Estados Unidos) y que espera aún el inicio de la vacunación.

“Nada de lo que anunciaron, como la renovación, Venezuela, la alianza con Estados Unidos, la liga de la democracia para vencer al comunismo, todas esas tonterías ideológicas, todos esos molinos de viento y esos Quijotes perturbados, nada de eso se hizo”, dijo el diplomático Paulo Roberto de Almeida, destituido en 2019 como director de la Instituto de Investigaciones de Relaciones Internacionales (Ipri), vinculado a la cancillería.

Biden y la UE

Por ahora, Brasil no ha sufrido represalias comerciales, sobre todo de China, que absorbe un tercio de sus exportaciones con su demanda infinita de soja y mineral de hierro.

Pero el sector agropecuario ha expresado en muchos momentos su preocupación, como cuando Bolsonaro amagó con trasladar la embajada de Israel de Tel Aviv a Jerusalén, como hizo Trump, a riesgo de irritar a los países árabes, grandes compradores de carne brasileña.

“La gran cuestión es si Biden y la Unión Europea van a cooperar para presionar a Brasil en la cuestión ambiental. Si eso ocurre, hay un riesgo real para la economía brasileña, porque puede haber boiciot, sanciones económicas”, dice Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales en la Fundación Getulio Vargas (FGV) de Rio de Janeiro.

Según Stuenkel, Bolsonaro mantiene esa “agresividad contra todo el mundo” para “movilizar a su base”, con la mirada puesta en su reelección en 2022.

“Bolsonaro necesita de la política exterior para convencer a su base de que no es un político tradicional”, pues “ya no puede presentarse como la persona que va a terminar con la corrupción o con la vieja política” después de la dimisión del ministro de Justicia y exjuez anticorrupción Sergio Moro y su acercamiento a los partidos políticos tradicionales, agrega.