La buena noticia es que el cambio climático por fin se convirtió en hashtag. La noticia mala, es que llega demasiado tarde para prevenir.

Para la ONU de la guerra fría fue un tema dominante. En 1969, su Secretario General U Thant advirtió, a los países miembros, que les quedaban sólo 10 años para contribuir a solucionar los problemas globales de la humanidad, entre los cuales el de “mejorar el medio ambiente”. De no hacerlo, agregó, “habrán alcanzado proporciones tan escalofriantes que seremos incapaces de controlarlos”

En esa línea, los científicos produjeron informes de miedo. Destacó la investigación del llamado Club de Roma -publicada en 1972 como Los límites del crecimiento-, con una fuerte crítica a la identificación del crecimiento económico con el bienestar social. Con datos durísimos, apuntó a la incapacidad del planeta para enfrentar, más allá del año 2000, las necesidades de una población mundial siempre creciente, que utiliza a tasas aceleradas los recursos naturales, causa daños irreparables al medio ambiente y pone en peligro el equilibrio ecológico global. Rescato el siguiente párrafo:

“En el despertar del progreso científico y tecnológico, han aparecido intolerables brechas sicológicas, políticas y económicas que oponen ‘los que tienen’ a ‘los que no tienen’. El agravamiento de este estado de cosas haría inevitables los estallidos políticos”.

A fines del siglo pasado, ya no se trataba de mejorar el medio ambiente, sino de detener su deterioro acelerado. Bajo el liderazgo de Javier Pérez de Cuéllar, los directivos de la ONU debíamos informar a los gobiernos del sistema sobre la necesidad de iniciar políticas urgentes de largo plazo, pues “lo que está en juego es en extremo importante para toda la raza humana”.

Por lo señalado, ya no caben nuevas advertencias. Poco hicieron los líderes incumbentes, la calamidad llegó y buscar culpables es más tarea de historiadores que de fiscales. Creo, por tanto, que las alternativas actuales se reducen a ese idealismo místico según el cual Dios proveerá, a la resignación estoica de los faquires o al realismo posibilista.

A ese modesto realismo me atengo. Esto implica saber que hay un tiempo para cada cosa y que éste es el de optar, en todos los espacios, por un auténtico mínimo común: elegir representantes políticos ilustrados y sensatos, capaces de entender la necesidad de crear un círculo virtuoso y expansible, orientado a velar porque Chile siga siendo la plataforma de nuestros descendientes.

Ergo, no es hora de privilegiar querellas ideológicas, partidistas, generacionales, étnicas, regionalistas, de opciones sexuales, de jergas incluyentes o de símbolos identitarios, por sobre nuestra común condición terrícola y humana.

No es hora, me parece, de abolir a Chile como república.