Dos años después de su primera actuación en nuestro país, y luego de su triunfal debut hace pocos días en el Teatro Colón de Buenos Aires, el cantante mexicano ofreció la noche del miércoles un recital en CorpArtes, donde una vez más confirmó por qué es una de las grandes figuras internacionales de la ópera actual.

Por Joel Poblete

Hoy en día, poder escuchar en vivo a quien para muchos en estos momentos es el mejor tenor del mundo en su repertorio -en este caso, el belcanto italiano, ese estilo que floreció a inicios del siglo XIX gracias a tres maestros: Rossini, Bellini y Donizetti– es un honor y un privilegio. Y si más encima en Chile podemos apreciarlo dos veces en menos de dos años, es un lujo para el ambiente musical local. Es lo que acaba de ocurrir con Javier Camarena.

El tenor mexicano, quien en los últimos años ha tenido un ascenso imparable en los escenarios más prestigiosos del mundo -de las Óperas de Zurich, París y Viena al MET de Nueva York, el Festival de Salzburgo y el Liceu de Barcelona- y ha sido dirigido por algunas de las batutas más eminentes, incluyendo a Zubin Mehta y el fallecido Claudio Abbado, debutó en nuestro país hace dos años con un memorable recital en el Teatro del Lago de Frutillar que coincidió con la histórica final de la Copa América en la que Chile resultó vencedor. En esa ocasión -en la que era sólo su segunda presentación en un país sudamericano- deslumbró con su voz, su estilo de canto y sus prodigiosas notas agudas, pero además encantó a todo el mundo con su sencillez y simpatía.

Solicitado por los principales teatros del mundo, tiene su agenda copada hasta 2020. Y ahora regresó para cantar por primera vez en Santiago, en la segunda parada de su gira sudamericana, pocos días después de un debut triunfal en el mítico Colón de Buenos Aires, ovacionado por el público que llenó el teatro y elogiado sin reservas por la crítica trasandina especializada. Su actuación entre nosotros se realizó la noche de este miércoles en el Centro Cultural de CorpArtes, que en el transcurso de una semana estará recibiendo verdaderas eminencias mundiales de la música, pues además el miércoles 9 actuará ahí el director Daniel Barenboim junto a su West-Eastern Divan Orchestra, y al día siguiente el prestigioso Pinchas Zukerman se presentará junto a la Sinfónica de Chile.

Dos días antes, un atractivo preludio a este concierto fue un interesante ensayo abierto a público el lunes en la mañana en la misma sala de CorpArtes, donde Camarena se mostró distendido y jovial, e incluso aunque el repaso por las distintas piezas que cantaría se extendió por dos horas, después se dio el tiempo de contestar animadamente algunas preguntas del público, que incluía cursos de escolares. Y por supuesto que su encanto y humor estuvieron siempre presentes.

Aunque había bastante público, en el concierto la sala no estuvo totalmente llena como debió haber sido, y el mismo tenor saludó en su entrada bromeando diciendo aquello de “somos los que estamos y estamos los que somos“. Pero eso dio lo mismo, porque de seguro quienes estuvieron ahí no lo olvidarán nunca. Acompañado por el pianista que suele estar junto a él en sus recitales solistas, el talentoso cubano radicado en México Ángel Rodríguez, el mismo con quien actuó hace dos años en su debut en Chile, el tenor ofreció un hermoso y vibrante concierto en el que se superó a sí mismo, en un programa diseñado con inteligencia, sensibilidad y buen gusto, y que además tuvo la generosidad de proponer algo diferente al de su debut en Chile hace dos años, cuando transitó entre la ópera y las canciones populares. De hecho, en el listado de interpretaciones del programa “oficial” -sin contar los “bises” posteriores- sólo se repitió una sola obra, la a estas alturas ineludible “Ah! mes amis”, aria de “La hija del regimiento” de Donizetti que ya es una suerte de “caballito de batalla” del tenor y lo consagró en escenarios como el Teatro Real de Madrid, con su impecable y siempre impresionante desfile de do agudos.

Siempre con la indispensable complicidad con su pianista, Camarena demostró que su arte va más allá de la pirotecnia vocal de quienes sólo esperan sus notables notas agudas, y apostó por iniciar su concierto con un repertorio más sutil y camerístico, abriendo el espectáculo con los Tres Lieder Opus 83 de Beethoven sobre textos de Goethe, y luego con los tres sonetos de Liszt sobre textos de Petrarca. Su acercamiento estilístico a estas páginas quizás podría merecer reparo a más de un “purista“, y la interpretación no estuvo exenta de ocasionales tensiones sonoras y de emisión, además de algunos elementos externos que conspiraron ocasionalmente contra la atmósfera íntima y concentrada que requieren estas piezas, como las sonoras toses de algunos espectadores y un par de infaltables teléfonos celulares que sonaron a pesar de las advertencias previas a la función. Y sin embargo, un inspirado Camarena consiguió conmover con su versión de estas obras donde el romanticismo y la sutileza se expresa a flor de piel. Es un repertorio que el cantante debe seguir explorando y profundizando, pero en el cual claramente tiene mucho que aportar, en la senda de los grandes del pasado.

En este recital el tenor no sólo volvió a exhibir sus cualidades que ya destacáramos en este mismo espacio en su debut hace dos años y que van más allá de los deslumbrantes y generosas notas agudas -la belleza del timbre, la voz de buen volumen y proyección, la sensibilidad del fraseo, la pasión de su entrega vocal-, sino además demostró que su material está evolucionando a paso firme y seguro. A sus 41 años su voz, que siempre ha sido eminentemente lírica, con la flexibilidad y ligereza para las obras de Rossini, por ejemplo, ha ido adquiriendo un peso y color que le ha permitido en los últimos años ir incorporando roles como el Duque de Mantua en “Rigoletto” que debutó este año en el Liceu de Barcelona, y que ya permite vislumbrar a futuro otros personajes. Y no hay que dejar de destacar el aporte fundamental de Rodríguez en el piano, atento, efusivo y sensible, que va mucho más allá de ser el clásico “acompañante” y se permite detalles y matices conmovedores, en particular en los evocadoramente románticos sonetos de Liszt.

Luego del intermedio, y ya pasando a la ópera, muy acertada como transición entre la primera y segunda parte del programa fue “Dies Bildnis ist bezaubernd schön” el aria de Tamino en “La flauta mágica”, cantada con sutileza y encanto. Luego de este inicio con Mozart, el resto del programa estuvo consagrado a la especialidad del intérprete, el belcanto italiano. Y como ya ocurriera en 2015, fue en esta segunda parte donde definitivamente Camarena se notó ya totalmente cómodo y desenvuelto, a pesar de estar abordando un repertorio tremendamente exigente; ¿porque cuántos tenores se atreven a cantar en un concierto, sólo con acompañamiento de piano, un aria tan expuesta como “A te, o cara”, de “I puritani”, de Bellini? En esa página el intérprete no sólo abordó resueltamente las notas agudas, sino además supo expresar la dulzura y el fervor amoroso.

De Rossini, compositor que durante buena parte de su carrera ha sido uno de sus principales estandartes, ofreció un fragmento de un rol que ya dejó de cantar hace dos años: Lindoro en “La italiana en Argel“, cuya aria “Languir per una bella” entregó con delicadeza, resolviendo de buena manera a continuación las agilidades de la sección rápida “Contenta quest’alma”. Y de Donizetti, antes de finalizar el programa “oficial” del concierto con la ya mencionada “Ah! mes amis” y su contagiosa alegría, ofreció una conmovedora versión del recitativo “Tombe degli avi miei” y el aria “Fra poco a me ricovero”, de otro de los nuevos roles de mayor peso vocal que está comenzando a asumir: Edgardo en “Lucia di Lammermoor”, papel que debutará el próximo año en el Teatro Real de Madrid.

Y como era inevitable, una vez más el público cayó rendido ante Camarena, quien en todo momento se mostró simpático, humilde y carismático, aprovechando de bromear y haciendo reír al público siempre que fue posible; a pesar de lo agotador de un recital donde sólo cantó él un número tras otro, sin más pausas que el intermedio, el tenor no dejó de seguir deleitando a la audiencia luego de la parte “oficial“. Fue aclamado con gritos de “bravo” y aplausos de pie, que lo motivaron a ofrecer cinco bises, uno más que en su actuación de 2015 en Frutillar, incluyendo una “exclusiva” para nuestro país: según comentó, el primer número extra que abordó, a pesar de ser una de las arias más célebres para tenor, no lo cantaba ante público hace alrededor de 15 años. Se trataba de otro rol que quizás aborde en un futuro cada vez menos lejano y que aunque no pertenece por ahora a su repertorio, podría quedarle muy bien si sabe esperar el momento correcto: el “Werther” de Jules Massenet, cuyo inmortal “Pourquoi me réveiller?” cantó con melancólica intensidad y abandono lírico, reflejando a la perfección “la inexistencia de la esperanza” a la que se había referido previamente al presentar la pieza.

Los cuatro restantes “bises” fueron entusiasmando cada vez más a la audiencia. En la conocida jota “Te quiero, morena”, de la zarzuela “El trust de los tenorios”, de José Serrano, que ya cantara en Frutillar en 2015, transmitió contagioso entusiasmo, y la pasión romántica regresó con otro clásico, la canción “Júrame”, de su compatriota María Grever, para luego abordar otra página que interpretó previamente en el Teatro del Lago, la popular tonada chilena “Yo vendo unos ojos negros“, que a diferencia de hace dos años ahora incluso contó con el improvisado apoyo del público cantando sonoramente a coro. Y el quinto bis, fue una de las joyas de la noche: otra bellísima canción de María Grever, “Despedida“, en la que Camarena deambuló entre la ternura, el más arrebatador lirismo y la pasión desbordada, con la invaluable complicidad del pianista. Un broche de oro para otro inolvidable paso de este incomparable tenor por tierras chilenas. ¡Ojalá que en el futuro haya muchas otras oportunidades de volver a escucharlo en vivo!

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