El cineasta francés de origen polaco estrena en Cannes “Basado en una historia real”, en la que confirma su maestría como director y explora nuevamente la posesión de un ser humano por otro, los giros de la ficción y el proceso que implica crear un buen relato.

Es difícil disimular el placer que provoca ver una nueva película dirigida por Roman Polanski. Mas aún en su estreno mundial en el Festival de Cannes y con la posibilidad que sea el ultimo que el director realice.

A los 83 anhos de edad, el cineasta francés de origen polaco es un maestro consolidado del arte de filmar, y lo hace con tal elegancia y precisión que la cámara parece fluir como si fuera la batuta de un concierto, en el que esta va escribiendo la melodía y que, en cada nota, envuelve y trasporta al espectador.

“Basado en una historia real” (su titulo original es “D’apres une historie vraie”) es el vigesimosegundo largometraje de Polanski, un cineasta que ha realizado películas tan formidables como “Chinatown” (1974), “El inquilino” (1976), “Tess” (1979) y “El pianista” (Palma de Oro en Cannes 2002), por citar solo cuatro. El cine de Polanski transcurre siempre en una línea delgada entre la realidad y el laberinto mental, entre lo visible y lo que cada personaje imagina y supone desde su propia subjetividad.

Es habitual encontrar también en sus filmes el tema de la identidad en crisis, con la consiguiente aparición de un doble con caracteristicas maléficas, que empuja al protagonista al borde de un acantilado existencial. Desde su brillante película “Perversa luna de hiel” (1992), asimismo, es recurrente en sus películas la reflexión sobre la naturaleza del relato y las fronteras de la ficción, con una acentuada ambigüedad sobre la verdad de los comportamientos que vemos en pantalla.

Desde el comienzo mismo de cada uno de sus filmes, Polanski se apodera de los ojos del espectador y los conduce por un viaje de creciente incomodidad. En el caso “Basado en una historia real”, estrenada hoy en Cannes y co-escrita con el director francés Olivier Assayas, el veterano cineasta nos instala de inmediato en la mirada de Delphine De Vigan (Emmanuelle Seigner), famosa escritora francesa de novelas best sellers, en los que vuelca sus experiencias personales.

En la escena inicial, Delphine recibe, un tanto agobiada, los loas de una larga fila de admiradores que le piden el autógrafo en su más reciente libro. Cada texto que escribe la autora es un éxito; sin embargo, Delphine esta insegura sobre como enfrentar su nuevo libro y está pronta a enfrentar un bloqueo de creatividad. Paralelamente, se cruza en su camisa la bella y misteriosa L (Eva Green), quien se presenta como un fanática del trabajo de la escritora, y en cuyo comportamiento obsesivo parece ocultarse una intención malsana. Transcurridas algunas escenas, queda claro que L es el doble maléfico de Delphine, y que quiere seducirla para tomar su identidad y perpetrar algún tipo de venganza.

Polanski centra completamente la narración en sus dos protagonistas y los convierte en un duelo entre mujeres, o en un concierto a dos voces femeninas y en contrapunto. Donde Delphine es espontánea, informal e influenciable, L luce siempre distante en su discurso, va formalmente vestida de pies a cabeza y no tiene la menor duda de nada. Con esas herramientas, L va ganando espacio en la vida de Delphine, hasta que termina prácticamente controlando todo lo que hace. El asunto pasa a mayores cuando Delphine sufre un accidente y queda a merced de los sospechosos cuidados de su amiga.

La cámara de Polanski guía el relato muy bien acompañada de la música del compositor Alexandre Desplat (que suena en casi todo el filme), y asi construye una sucesión de escenas inquietantes, en las que, por cierto, no todo es exactamente lo que parece. Una vez más, el autor de “El bebe de Rosemary” explora como un ser humano puede vampirizar a otro, memorizar sus palabras hasta apropiarse de ellas, adquirir sus gustos y dominar su manera de relacionarse con el mundo, casi al punto de controlar su existencia completa.

A esta propuesta macabra, Polanski agrega en “Basado en una historia real” una vuelta de tuerca para proyectar su visión de lo que es la creación artística: un juego de espejos en que los artistas se nutren de todo lo que le rodea, aun a costa de destruir al otro e incluso, de arriesgar su propia vida.