Termina la serie de Harry Potter. Y lo hace en el momento justo. Debían ser siete películas y al final –mercado obliga- fueron ocho, y los tres protagonistas de la saga ya están demasiado crecidos para seguir interpretando a los jóvenes magos que luchan por vencer a los enviados de las sombras.

Termina bien Harry Potter, mucho mejor que como comenzó hace una década, con dos películas dirigidas por Chris Columbus (realizador de “Mi pobre angelito”) que tenían excesos de perfume hollywoodense.

A partir de la tercera entrega, “Harry Potter y el prisionero de Azkabán” (2004), dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón, la historia adquiere mayor interés cinematográfico y un tono gótico y sombrío, que se irá acrecentando a medida que la figura espectral de Voldemort, el mortal enemigo de Harry, se haga más presente. Serán justamente esa película de Cuarón junto a “Harry Potter y el misterio del príncipe” (2009) los dos puntos más altos, en términos fílmicos, de una saga que se construyó como una espectacular serie por entregas audiovisual, que recuperó clásicos recursos de la narración literaria y reconjugó diversos mitos europeos al son de los efectos especiales del cine para encantar a las generaciones adolescentes del siglo XXI.

Esta última película, “Harry Potter y las reliquias de la muerte – parte 2”, que dura sólo dos horas y es mayormente lóbrega como las anteriores, se aplica a la tarea de cerrar con la mayor claridad e intensidad posible la historia que enfrenta a Harry (Daniel Radcliffe) con el desnarigado Voldemort (Ralph Fiennes).

Saga Harry Potter

Saga Harry Potter

Por exigencias de las cerradas estructuras dramáticas que dominan el cine actual, el guión de Steven Kloves (quien alguna vez realizó la magnífica “Los fabulosos Baker Boys”) se concentra en este cara a cara cósmico, y lo resuelve con eficacia en un formato claramente inspirado en el western. Sin embargo, los mejores momentos de este filme-epílogo son otros, como la sobria escena inicial con el gnomo, el sitio que pone Voldemort al castillo y, en especial, aquélla secuencia en que Harry Potter logra descifrar su propia historia y los vericuetos del destino que lo condujeron a enfrentarse a este duelo de contornos apocalípticos.

Para los fanáticos, la cinta esconde secretos placeres, como la reunión de muchos personajes que aparecieron en películas pasadas y la romántica solución de la amistad entre Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson). Ciertamente, esta sub-trama requería mayor relevancia, así como toda la defensa del castillo de Hogwarts que lidera la sin par profesora McGonagall que encarna la gran Maggie Smith. Así, está entrega final de la serie cumple lo que se le pide como fin de fiesta, pero queda corta en emoción para una historia que, con el correr del tiempo, creció en la pantalla como el relato ejemplar sobre las angustias y fantasías de la juventud de estos tiempos.