“Sé que voy a morir”, reveló Maria do Espírito Santo a su hermana Laisa pocos días antes de ser asesinada a fines de mayo junto con su esposo, el ecologista José Claudio Ribeiro, en esta localidad del este de la Amazonia brasileña, lo que provocó la fuga de otros campesinos amenazados que temen por sus vidas.

Laisa Santo fue una de ellas. Junto a su marido José y sus cuatro hijos, esta profesora de 45 años vive desde hace tres semanas en su “escondite” en Maraba. Es la ciudad más próxima al asentamiento rural Praia Alta Piranheira, ubicado en una reserva natural protegida en la población de Nova Ipixuna, estado de Pará (norte), donde tiene una pequeña finca, al igual que tenía su hermana asesinada.

“Bienvenidos a mi escondite”, dijo Laisa entre risas al recibir a periodistas de la AFP. “De repente tuve que dejar mi casa después del asesinato de mi hermana y mi cuñado. No podía quedarme, no tenía cómo, no iba a tener tranquilidad”, explica ahora con un tono melancólico.

Maria do Espírito Santo y José Claudio Ribeiro murieron en el amanecer del 24 de mayo: cada uno recibió dos disparos. El hecho ocurrió en la polvorienta carretera que comunica Praia Alta Piranheira con Nova Ipixuna, tras meses de recibir amenazas de muerte, según allegados.

Ambos vivían del extractivismo forestal y mantenían una férrea campaña contra la tala clandestina de madera y la deforestación.

“La última vez que la amenazaron recuerdo que me llamó desesperada y me dijo: ‘Laissa, yo sé que voy a morir’. Era una muerte anunciada, yo también sabía que en cualquier momento iba a pasar, sólo que nunca estuve preparada”, explicó.

Los asesinos, que llevaban capuchas negras, surgieron de un matorral justo cuando José Claudio bajó la velocidad de su motocicleta para atravesar un puente improvisado, según los pocos datos revelados por la policía.

“Tanto José Claudio como doña María recibieron disparos por el costado izquierdo, que perforaron varios órganos vitales”, precisó a la AFP José Humberto de Melo, director de la comisaría de Conflictos Agrarios de la Policía Civil de Marabá, segunda ciudad del estado de Pará (norte), que coordina las investigaciones.

En el lugar del hecho, Laisa señala dónde encontró a su hermana muerta ese martes. “Llegué a pensar que ella (María) estaba viva, pero al llegar allí vi un pozo de sangre y a los pocos metros un pie, era ella”, narra mientras se seca las lágrimas.

La presidenta Dilma Rousseff ordenó una exhaustiva investigación y envió a funcionarios de la militarizada Fuerza Nacional para dar seguridad a los otros “marcados para morir”.

El fin de semana, en un operativo sorpresa, fueron retiradas dos familias amenazadas de muerte en el mismo asentamiento de Nova Ipixuna y llevadas a un “lugar seguro” y secreto.

Uno grupo de 30 efectivos de la Fuerza Nacional da protección al grupo, que suma unas 10 personas. “Todos están con mucho miedo”, aseguró una fuente cercana al cuerpo de seguridad que confirmó el operativo a la AFP.

Además de los 10 retirados del asentamiento Praia Alta Piranheira por la Fuerza Nacional, otras personas también huyeron dejando todo en busca de seguridad.

Claudiaelise es hermana de José Claudio Ribeiro y por “miedo” ahora vive en Marabá, como Laisa y su familia. Hasta ahora, ninguna de las dos recibió amenazas de muerte.

“Yo quiero volver a nuestro lote; en la ciudad no tengo esa paz que tenía en mi ambiente natural. Yo en la ciudad ya no sería más Laisa, no sé que sería”, expresa esta docente especializada en educación ambiental.

La casa de Laisa queda a pocos metros de la de los esposos Ribeiro, hoy habitada únicamente por Hulk, un perro moribundo y sarnoso que vaga entre los dos pares de botas y tres de sandalias que sus amos dejaron regados en la terraza frontal antes de salir para no volver.

“Hulk, Hulk”, lo llama Laisa, que acompañó a la AFP a visitar Nova Ipixuna. Él, moviendo la cola, va a su encuentro, pero al darse cuenta de que no se trata de José Claudio ni de María, da media vuelta decepcionado y se echa en un rincón para seguir esperando. “El pobre no quiere estar con nadie. Morirá aquí solo”, comenta la mujer, que vuelve a “revivir recuerdos” después de semanas sin pisar aquella propiedad.

“Está todo igual: la ropa secándose, el machete sobre la mesa y claro, la botella de cachaza (alcohol de caña de azúcar), porque a José Claudio le encantaba. Es increíble”, comenta.

La ONG Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), que por décadas ha seguido los conflictos rurales en Brasil, calcula que 800 personas fueron asesinadas por conflictos agrarios sólo en el estado de Pará en los últimos 40 años.

En el caso de José Claudio y Maria aún no hay sospechosos. Sus cuerpos fueron enterrados en el ruinoso cementerio de Maraba dos días después de su muerte. Sobre las sencillas tumbas -dos cruces de madera sin identificar- sólo hay unas flores de plástico colocadas durante el servicio.

“Morir es parte de la vida, pero morir así no lo merece nadie”, zanjó Laisa.