Con el walkie-talkie pegado a la oreja, Ahmed percibe la voz de un yihadista de Mosul, pese al crepitar del aparato y advierte a sus camaradas. “¡Chicos! ¡Acaban de enviar dos kamikazes!”.

Este pequeño walkie-talkie es inestimable en la batalla contra los yihadistas por el control de la segunda ciudad de Irak. El servicio de élite antiterrorista iraquí (CTS) se lo quitó la semana pasada a un presunto miembro del grupo Estado Islámico (EI) en Mosul.

Todo el día, los miembros del CTS y el regimiento de Nayaf (nombre de una ciudad del centro del país) escuchan las conversaciones entre los yihadistas de Mosul, el último bastión de la organización extremista sunita en Irak.

Intentan descifrar los códigos del EI y localizar las posiciones de los yihadistas en los barrios cercanos.

“La semana pasada, vimos a un hombre transportar mercancía en una motocicleta por este barrio. Sospechamos que era un miembro del EI”, cuenta el teniente coronel Muntadhar Salem, jefe del regimiento del CTS en Mosul.

Levanta la voz para hacerse oír en medio de los disparos de mortero que resuenan en el barrio de Al Samah, en el este de la ciudad.

“Vi el walkie-talkie sujeto a la camisa y lo agarramos”, añade Salem, que se niega a decir qué fue del hombre, al que llaman Abu Yusef.

“Al otro lado de la línea alguien llamaba: ¡Abu Yusef!, ¡Abu Yusef!, y Abu Yusef no contestaba”, dice, burlándose.

Cuatro semanas después del lanzamiento de la ofensiva para recuperar Mosul, el CTS consiguió avanzar, pero sólo han entrado en la parte este y se tardarán semanas o meses en reconquistar toda la ciudad.

Acentos extranjeros

Por ahora confiscaron cinco walkies-talkies al EI en Mosul y los distribuyeron entre distintos regimientos para vigilar continuamente los movimientos de los yihadistas.

El regimiento de Nayaf se enteró así de la llegada de dos suicidas.

“Creen que van a ir al paraíso y casarse con muchas mujeres”, se mofa el teniente coronel Ali Fadhel, comandante del regimiento de Nayaf, que vigila el walkie-talkie de Abu Yusef.

“No cambiaron de canal, lo que significa que no saben que los escuchamos”, dice.

Dos de sus hombres, Ahmed y Mohamed, se relevan para espiarlos. Con el ceño fruncido, se acuclillan delante de una casa que el CTS convirtió en su base en el barrio de Al Samah.

“Era un acento de Mosul, pero a veces oímos acentos argelinos o marroquíes”, afirma Mohamed.

Una voz murmura en el walkie-talkie: “¿Husam, Husam?”. Parte del tiempo los pasamos escuchando informaciones muy valiosas o intentando no perder la señal, explica.

“En ocasiones revelan en qué barrio se encuentran y qué tipo de ataque usarán (…), cohetes, francotiradores aislados o coches bomba”, enumera.

Ahmed, el que avisó de la llegada de los suicidas, da la posición de los combatientes del EI. “¡Al Qahira! Se hallan entre Al Qahira y Tahrir!”, les dice.

El CTS empieza entonces a disparar con mortero hacia el barrio de Tahrir (nordeste), mientras que Ahmed vuelve a pegar la oreja a su valiosísimo aparato.