No es un misterio para nadie que en Chile los grandes empresarios no son precisamente ídolos en popularidad. En contraste a otras naciones donde los dueños de negocios de éxito pueden ser admirados como modelos a seguir, en nuestro país ser parte de la élite dirigencial conlleva un alto costo de cara a la opinión pública. Bien lo saben los patriarcas de las familias Luksic, Matte, Paulmann o Heller, por nombrar algunas.

Si el hombre ha logrado amasar una fortuna, más vale sospechar.

Pero esto que podría sonar a puro resentimiento tiene una raíz social mucho más profunda, tal como explora una editorial de la prestigiosa revista británica de finanzas The Economist, que en su artículo “Apaleando millonarios: ¿por qué los chilenos odian a sus empresarios?“, da cuenta de cuán deteriorada está la imagen del empresariado en nuestro país.

“Aunque los plutócratas son impopulares en muchos lugares, los chilenos parecen ser especialmente suspicaces respecto de los suyos. Suelen decir que 7 familias son las ‘dueñas’ del país, pues en conjunto generan el 17% de su producto interno bruto. La encuesta MORI de 2015 dice que el 59% de los chilenos considera a los empresarios más influyentes que el gobierno, la presidencia, el congreso o los medios; en tanto, Latinobarómetro detectó que sólo 32% de los habitantes del país declara confiar en sus empresarios”, explica la publicación.

La revista relata que una muestra clara de este odio se grafica en el incidente vivido por Andrónico Luksic, quien a fines de diciembre y tras obtener una primera victoria legal contra el diputado Gaspar Rivas por llamarle públicamente “criminal” e “hijo de puta”, fue apedreado por una turba de opositores al proyecto hidroeléctrico Alto Maipo, al punto que debió escapar de tribunales escoltado por Gendarmería.

Para The Economist, este tipo de reacciones tiene dos fundamentos.

Juanelo, por Marco Canepa | Usado con autorización
Juanelo, por Marco Canepa | Usado con autorización

El primero es la desigualdad en la distribución de la riqueza. Esto porque pese a que Chile es considerado el país más moderno y avanzado de Latinoamérica, también es el que posee los mayores niveles de disparidad de ingresos de los 35 estados miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), a la cual pertenece.

“Es precisamente porque los chilenos pueden ver cuán rico es su país, con Porsches y Maseratis en algunas zonas, que están tan molestos con la forma en cómo se distribuye la riqueza”, dijo a la revista la directora de Latinobarómetro, Marta Lagos, citando que apenas el 5% de los chilenos cree que la distribución del ingreso en nuestro país es “justa” o “muy justa”.

Pero si la desigualdad cimentó el descontento, son las malas prácticas de los empresarios las que actuaron como detonante. En esto, The Economist cita desde las reuniones de Luksic con los Dávalos-Compagnon -que derivó en el caso Caval- hasta los bullados casos de colusión descubiertos en áreas tan amplias que van desde las farmacéuticas al papel higiénico, pasando por la carne de pollo. Todos en directo desmedro del bolsillo de los chilenos.

“Muchos chilenos piensan que sus empresarios deberían pagar impuestos más altos. Los periodistas en tanto los acusan de ejercer influencias indebidas […] Ese tipo de conexiones han llevado a los chilenos a pensar que las grandes decisiones en su país se realizan en torno a una botella de Carmenere o durante un partido de golf”, añade la revista.

Sin embargo el insulto a la felonía lo coronan incluso las actitudes de algunos de ellos.

“Un desplome en la reputación de los empresarios chilenos llegó sólo una semana antes de la victoria que Luksic obtuvo en tribunales. Durante una cena de Navidad de Asexma, una sociedad de negocios, su director le regaló al ministro de Economía una muñeca sexual inflable para ‘estimular la economía’. Las fotos de estos hombres ya maduros, vestidos de terno, jugueteando junto a una muñeca desnuda confirmó la idea de muchos chilenos de que la élite de los negocios en su país es un Club de Toby sin sensibilidad por las normativas modernas”, critica The Economist.

Eso sí, el artículo concluye con la propia autocrítica de Luksic ante este tipo de situaciones. “Hemos cometido errores… tenemos que ser mucho más rigurosos en cómo nos comportamos”, indicó el empresario en un video donde, si bien se refería a sus negocios, bien podría estar hablando por todos sus colegas.