El Concierto para violín de Igor Stravinsky es “una gran obra maestra. Es esencia pura del compositor ruso, con bellos temas, intervalos y ritmos extraordinarios, humor y tragedia, modernidad y barroco que se complementan en una armonía eterna”, afirmó Sasha Rozhdestvensky.

El programa del segundo concierto de la temporada internacional de la Orquesta Sinfónica Nacional, continuó con la Obertura “El Murciélago”, de Johann Strauss II, obra con la que se inició el concierto de la temporada de la Sinfónica. La Sinfónica en pleno lució al máximo con la popular y bella obra del compositor austríaco, la opereta más famosa del “rey del vals”, que se define como de carácter liviano y cómico.

El concierto finalizó con la maravillosa “Sinfonía Fantástica” de Hector Berlioz, obra que posee un carácter autobiográfico, basado principalmente en su amor por la actriz inglesa Harriet Smithson, e inspirada en la novela “Confesiones de un inglés comedor de opio”, escrita por Thomas de Quincey.

En la ovacionada interpretación de la impresionante sinfonía del francés Berlioz, los ejecutantes reflejaron, en el escenario del CEAC, lo mágico, bello y extraño del sonido que consigue el autor europeo, que siempre asombra al público de todas las latitudes. Al final, Leonid Grin felicitó a los músicos representantes de las cuatro familias de instrumentos.

Sasha Rozhdestvensky

Hijo del director de orquesta ruso, Gennady Rozhdestvensky, y de la pianista Viktoria Postnikova, Sasha Rozhdestvensky, solista de la obra creció inmerso en el mundo de la música. Con estudios musicales en la Escuela Central de Música de Moscú, continuó en los Conservatorios de Moscú y de París, y en el Royal College of Music de Londres. Desde su actuación en el Carnegie Hall de Nueva York en 1992, participa regularmente como solista con las más grandes orquestas del mundo y ha sido considerado por la crítica como uno de los más talentosos y refinados violinistas de su generación.

El concertino mostró, en particular, el buen manejo instrumental en los movimientos I Tocatta y IV Capriccio, con el sello de Stravinsky, y siempre se acomodó plenamente a la dirección de Grin y exhibiendo cohesión con el conjunto.