En el mundo ya existe consenso respecto a las medidas que hay que tomar, en las ciudades, para enfrentar el Covid-19 una vez acabado el confinamiento: ensanchamientos de veredas y ocupar las calles para poder acoger y satisfacer, con distanciamiento social, las necesidades de esparcimiento, ocio, transporte y actividad física. CicloRecreoVía, por su parte, ya plantea la necesidad de habilitar más calles los fines de semana para, así, satisfacer la mayor demanda que habrá por espacios de recreación luego de los efectos de la pandemia sobre la salud física y mental de la población.

¿Qué urgente necesidad, luego de la peor fase de esta pandemia, tendrán en común: los restaurantes para poder volver a funcionar minimizando la probabilidad de contagios de sus comensales; los locales comerciales que arriesgan no poder recibir a más que solo una fracción de sus clientes habituales; los niños y su derecho básico de poder jugar al aire libre; los peatones que requieren guardar una distancia física mínima para desplazarse diariamente al trabajo o a estudiar; los nuevos ciclistas –ex usuarios del transporte público- que necesitarán condiciones seguras y resguardadas para desplazarse por la ciudad y, por último, la población en general que, más aún luego del encierro, requiere más que nunca poder realizar actividad física y recrearse con distanciamiento físico?

Lo que todas estas actividades, aparentemente inconexas entre sí, tendrán en común, es que desde ahora, para poder recuperarse o desarrollarse, necesitarán con real urgencia una condición: necesitarán ESPACIO.

La recuperación física, mental, emocional y económica de la población sólo ocurrirá cuando una gran variedad de actividades urbanas, claves para nuestra calidad de vida y nuestra economía, puedan contar con una mayor disponibilidad de espacio público que permita su desarrollo manteniendo la hoy indispensable distancia física.

Lo clave y maravilloso es que el espacio vital que hoy se requiere no se ganará, como en el pasado erróneamente se hizo, a costa de expropiaciones y de sacrificar áreas verdes, veredas o plazas. La buena noticia es que ahora, el espacio público que las ciudades y sus ciudadanos necesitan se obtendrá a partir de la ocupación parcial o total, temporal o definitiva, de las calles y avenidas, poniendo así fin al equivocado, dañino y por tanto tiempo incuestionado concepto de que las calles son para el uso prácticamente exclusivo por parte del automóvil particular.

Esto ya lo tienen clarísimo en París, Melbourne, Oakland, Milán y decenas de otras importantes ciudades del mundo que están transformando, rediseñando, reutilizando y “cerrando” y destinando sus calles a peatones y ciclistas. Toronto, por su parte, ha cerrado 59 kilómetros de calles para uso exclusivo para peatones y ciclistas; Madrid ha cerrado 36 calles para el mismo fin, sábados y domingos; Ciudad de México ha peatonalizado gran parte de su centro; Bogotá ha implementado 80 kilómetros de ciclovías temporales que ya se anunció pasarán a ser permanentes y Nueva York ha bloqueado calles completas para que cafés y restaurantes puedan ocuparlas.

En todo el planeta ya es prácticamente un consenso que deberá ser bajando a las calles y ocupándolas como se generarán las condiciones -que la pandemia ahora exige- para que una parte importante del sector gastronómico pueda disponer sus mesas con distanciamiento físico; será extendiéndose a la calle como algunos locales comerciales podrán seguir funcionando y atendiendo; será a costa de los estacionamientos en la calle como se podrán ensanchar las veredas de 3 a 6 metros de ancho, para que así los peatones puedan caminar con una mínima separación y, también, será transformando las calles en CicloRecreoVía (cerrando recreativamente decenas de kilómetros de vías por completo al tráfico motorizado los fines de semana y quizás de semana también) como los niños, las familias y la población en general podrá tener un necesario y muy urgente espacio de esparcimiento, ocio y actividad física con distanciamiento físico, algo particularmente relevante e indispensable en tiempos de franco deterioro de la salud física y mental.

La ampliación de los tipos de uso y aprovechamiento de nuestras calles será una de las más profundas, importantes, determinantes y positivas consecuencias de esta pandemia, generando un impacto permanente y sin precedentes para nuestra calidad de vida urbana.
¿El gran damnificado?: el automóvil particular. El automóvil perderá pistas para circular y lugares para estacionar, pero ello no es, en absoluto, una mala noticia. Desde antes de la pandemia ya muchas ciudades estaban en este proceso, pues limitar fuerte y drásticamente el uso del automóvil es un elemento fundamental en el necesario e inaplazable proceso de frenar el cambio climático y de generar una significativa mejora en la calidad de vida urbana.

Lo que ha hecho el COVID-19 es agregar un argumento más que respalda este proceso y que ha acelerado esta necesaria transformación de nuestras ciudades, cuestión clave para el planeta y para que las generaciones futuras vivan en una ciudad que esté más adaptada y pensada en ellos que en los autos.

Como en pandemias pasadas el legado fueron las vacunas y en otras lo fue el alcantarillado, en ésta lo será la recuperación de las calles como un espacio público para todos y el inicio del necesario declive de un error histórico como fue el haber permitido y alentado el masivo uso del automóvil particular en las ciudades.

Salir de la situación actual será difícil, lento y doloroso, pero al menos contamos con algunas opciones a las cuales echar mano. Tenemos al menos un salvavidas a la vista, ha estado siempre allí y son nuestras calles.

Gonzalo Stierling
Director de CicloRecreoVía

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