En medio de la alucinante revelación de la serie de delitos perpetrados, principalmente por los altos mandos del ejército, del cuerpo de carabineros, y según lo indican las últimas investigaciones de la fiscalía, también de otras ramas de las FF AA, el ministro de Defensa –Alberto Espina-, llamó a los chilenos a “cuidar nuestro ejército” (¡!)

¿Qué nos quiere decir el ministro? ¿Cuál es el mal que aqueja al ejército y de qué modo nosotros, ciudadanos de a pie, podemos velar por su recuperación? Y si las palabras del ministro aludiesen a una amenaza, más o menos precisa, contra la institución castrense, ¿no sería útil que él mismo la identificase, para que su llamado pudiese ganar fuerza y surtir algún efecto?

Quisiera tener la entera convicción de que, para el ministro de Defensa lo que amenaza a los uniformados, no es el actuar del Ministerio Público ni de los Tribunales de Justicia. Más aún, me parece indispensable confiar en que, para Alberto Espina, la acción de la justicia contra altos mandos y personal subalterno de las FF.AA., no tiene por objeto “brindar al país el infamante espectáculo de un desfile de uniformados ante los tribunales”, como rezaban los lamentos de los responsables “activos y/o pasivos” de los crímenes perpetrados por la dictadura cívico-militar, cuando algún valiente magistrado intentaba luchar contra la impunidad de los criminales.

Ahora bien, sobre lo que no cabe ninguna duda es que es a este ministro de Defensa a quien corresponde el mérito de haber roto la desmoralizante tradición, prolijamente conservada en este ministerio, de “hacer la vista gorda” y ocultar la basura bajo la alfombra. Aunque no resulte grato para muchos de quienes hoy están en la oposición, es necesario admitir que ningún ministro de Defensa del período 1990-2017 (desde Patricio Rojas hasta José Antonio Gómez, -incluidos los ministros del primer gobierno de Piñera-, huelga detallar la lista so pena de herir demasiadas susceptibilidades…), absolutamente ninguno se atrevió a abrir la caja de Pandora militar.

Hans Scott | Agencia Uno
Hans Scott | Agencia Uno

Sean las que fueren, las razones que impidieron a los ex ministros de Defensa, hacer lo que se debía, nada excusa la lenidad con la que se desempeñaron; y como lo cortés no quita lo valiente, es de buena lid aceptar que quien hoy le pone el cascabel civil al gato de campo castrense, no fue ni un activo opositor a Pinochet, ni un detractor del sistema político, económico y social instaurado a partir del golpe de Estado cívico-militar.

Volviendo a la cuestión inicial, me parece que son las propias FF.AA. quienes deben cuidar y proteger su integridad institucional y moral. La ciudadanía, puede y debe, coadyuvar y estimular esa tarea fortaleciendo el poder civil y los valores democráticos sobre las instituciones armadas; pero, las irregularidades administrativas, la arbitrariedad y los delitos cometidos dentro de las instituciones armadas, deben ser sancionados, en primer lugar, por las autoridades de esas instituciones, y cuando ello no ocurre, son dichas instituciones las que claudican ante sus obligaciones primordiales.

Queda, no obstante, por identificar el mal que aqueja a nuestro ejército, para lo cual no se puede sino esbozar una hipótesis, dada la inmensa envergadura del problema.

Descartemos las pistas falsas que, asignando la responsabilidad de los hechos delictuosos exclusivamente a personas debidamente individualizadas, conducen a callejones sin salida que nos alejan de la comprensión del origen, desarrollo y magnitud del mal que queremos identificar.

Desde los exministros de oposición hasta los del primer gobierno de Piñera, absolutamente ninguno se había atrevido a abrir la caja de Pandora militar.
- Gabriel Salinas Álvarez

La conducta delictiva y todas las manifestaciones de corrupción que han minado gravemente la dignidad y socavado la legitimidad de las FF.AA., son causa y a la vez efecto del militarismo; militarismo cuya impronta es perceptible en nuestra sociedad desde los inicios de la República. Se trata de “un vasto conjunto de costumbres, intereses, acciones y pensamientos asociados con la utilización de las armas y con la guerra y que sin embargo trascienden los objetivos puramente militares.” (1)

En la medida en que persisten y aumentan las condiciones favorables a su desarrollo, el militarismo refuerza su auto referencia corporativa en detrimento de las instituciones civiles que representan el interés común. Para lograr aquello, el militarismo “se asigna fines ilimitados; tiende a permear de sí toda la sociedad, a impregnar la industria y el arte, a dar la preminencia a las fuerzas armadas sobre el gobierno; rechaza la cientificidad de toda elección y de su racionalidad y ostenta características de casta y de culto, de autoridad y de fe” (2)

Sin perjuicio de lo anterior, hay que señalar que el militarismo distorsiona la relación fundacional sobre la que se alza la República; relación establecida entre los civiles desarmados y los uniformados detentores del monopolio de la fuerza. El tributo que éstos deben pagar a aquellos, por el formidable privilegio de disponer legalmente de las armas y, por lo tanto, la libertad de ejercer la violencia, es el compromiso de permanecer absolutamente subordinados a la voluntad democráticamente expresada por la mayoría civil de la población.

Es innecesario abundar aquí sobre lo que ha significado para nuestra sociedad el que el militarismo haya puesto, en reiterados momentos de nuestra historia, la sociedad bajo el control de los militares, siendo el episodio abierto con el golpe de Estado de 1973 el más cruento y de más profundas consecuencias en la vida nacional.

Es, en cambio, sumamente necesario, asumir que el militarismo que caracteriza al ejército, no constituye un patrimonio exclusivo de las distintas ramas de las FF.AA. En efecto, amplios sectores de la población adoptan posiciones abierta, o veladamente, militaristas, particularmente en períodos de crisis social y política. Ese militarismo es esencialmente reactivo y expresa el repudio, principalmente, de las masas populares a un estado de cosas en el que la actividad política y el ejercicio de la democracia han sido gravemente desacreditados por la incuria de la clase política y la creciente asimetría en la distribución del ingreso y del acceso a los bienes y servicios indispensables para garantizar una vida digna y segura.

Ese repudio a la clase política y a la corrupción, toma forma en una demanda, cada vez más acentuada, de un cambio en la élite detentora del poder. La oficialidad de las FF.AA. aparece entonces, ante los ojos de parte significativa de los sectores populares, como el personal idóneo para tomar a cargo los “destinos de la patria”, poniendo al servicio de la nación, su “disciplina”, su “profesionalismo”, su “sentido del deber”.

Sebastián Beltrán | Agencia Uno
Sebastián Beltrán | Agencia Uno

Esta representación de los uniformados en el imaginario popular es completada con elementos de la ideología conservadora y clerical de los sectores más arcaicos de la oligarquía nacional. Sectores conservadores que constituyen el “partido del orden” cuyo objetivo fundamental, es llevar a cabo los cambios que deberían significar un retorno “al orden” que supuestamente preexistía a la situación de crisis y de desorden.

A lo largo de su historia, el militarismo se ha convertido en una “concepción del mundo” compuesta por un variopinto mosaico de elementos provenientes de distintas variantes del pensamiento conservador autoritario, del tradicionalismo católico, del “sentido común” y del folklore de los cuarteles. Se trata pues, de un conjunto heterogéneo de ideas que se funden en una especie de “subcultura” cultivada y reproducida en las Escuelas y Academias militares, instituciones que deben garantizar la coherencia y solidez de la ideología castrense, bajo la forma de una doctrina inmune a las influencias “indeseables” provenientes del exterior.

He ahí, imperfectamente enunciada y precariamente esbozada nuestra respuesta acerca del mal que aqueja a nuestro ejército. Queda en suspenso la insoslayable pregunta sobre qué hacer para “cuidarlo”…

Creo que un primer paso a dar es definir cuál es el polo opuesto al militarismo, y a partir de ello comenzar a imaginar los pasos siguientes, en el camino conducente al establecimiento de un equilibrio entre la sociedad de los civiles y las FF.AA.

La antítesis del militarismo que conocemos en Chile, no es un militarismo de signo ideológico opuesto, puesto que ambos tienen una esencia común, difiriendo sólo en la orientación de su accionar. Tampoco el pacifismo es la antítesis del militarismo: “Lo contrario de militarismo es por lo tanto Poder de los civiles y no pacifismo… Lo contrario de pacifismo -amor por la paz-, es en efecto belicosidad, amor por la guerra” (3)

(1) NORBERTO BOBBIO, NICOLA MATTEUCCI Y GIANFRANCO PASQUINO, Diccionario de Política. Siglo XXI Editores, Madrid, Décima edición, 1998.
(2) Ibídem
(3) Ibídem

Gabriel Salinas Álvarez
Doctor en Ciencias Sociales de la Universidad Libre de Bruselas

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