Hace un año entró en vigencia la Ley Karin, una norma que marca un antes y un después en la defensa de la dignidad de las personas en sus espacios de trabajo.

Esta ley no solo representa un avance jurídico, sino también un llamado profundo a construir ambientes laborales más humanos, donde el respeto y la fraternidad sean la base de toda relación. Nos recuerda que nadie debe vivir con miedo ni experimentar maltrato o abuso en su entorno laboral.

La historia de Karin Salgado, cuyo nombre lleva esta ley, nos conmueve y nos interpela. No solo por lo que vivió, sino porque también nos recuerda el dolor de tantos que han sufrido en silencio. A ella y a todas las víctimas de acoso laboral las recordamos con respeto, y con el compromiso de que su sufrimiento no haya sido en vano. Que nunca más tengamos que lamentar una vida marcada por el miedo y la humillación en el entorno laboral.

Hago un llamado ético, cristiano, para erradicar absolutamente la violencia en todos los niveles. El acoso y el maltrato no tienen cabida en ninguna comunidad, menos aún en el lugar donde desplegamos nuestros talentos, destrezas y habilidades, con las cuales servimos a la sociedad. El trabajo debe ser un espacio de encuentro, colaboración y crecimiento. Un lugar donde cada persona pueda expresar lo mejor de sí, con la certeza de ser respetada y valorada.

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Ley Karin: un desafío ético que nos toca a todos

Este aniversario es también una oportunidad para mirarnos con honestidad y hacernos preguntas necesarias: ¿Cómo tratamos a quienes trabajan con nosotros? ¿Qué cultura promovemos en nuestras oficinas, talleres, centros y comunidades? ¿Somos verdaderamente una Iglesia que cuida, que escucha, que acompaña?

Yo los invito a que revisemos nuestras prácticas, revisemos todo nuestro quehacer y veamos de qué manera contribuimos con nuestro trabajo a una sociedad mejor, una sociedad más pacífica, más fraterna y donde estemos todos empeñados en sacar adelante la hermosa tarea que tenemos de nuestro país a partir del trabajo que realizamos.

Erradicar el acoso laboral no es solo tarea de los legisladores o de las autoridades. Es un desafío ético que nos toca a todos. Como Iglesia queremos ser parte activa en la construcción de espacios sanos y seguros, donde el trabajo dignifique, una, y sea fuente de realización personal y colectiva.

El trabajo nos tiene que recordar que somos co-creadores de la inmensa creación maravillosa que ha hecho Dios. Que podamos honrar esa vocación promoviendo el buen trato, la justicia y el cuidado mutuo en cada rincón de nuestra vida laboral.