Los partidos ya no responden a un cuerpo de ideas, sino a alianzas de conveniencia.
La dictadura, con la instalación de su modelo político y social, causó un daño profundo a la actividad política chilena. No podemos olvidar los permanentes discursos altisonantes de los gobernantes de entonces contra “los señores políticos” y los intentos de desacreditarlos como alternativas válidas en el ejercicio del poder.
Una herencia de desprestigio
La ultraderecha chilena —una especie de fusión entre nacionalistas, liberales económicos y conservadores valóricos— hizo caso omiso de la aplastante realidad que se cernía sobre el país en el mediano y largo plazo. Las violaciones de los derechos humanos, las injusticias sociales y económicas, la aguda falta de participación de la ciudadanía en las decisiones sobre su destino, el poder incontrarrestable y los beneficios especiales para quienes lo detentaban, sumados a un diseño institucional cupular y restrictivo, fueron generando, por un lado, un marco propicio para la corrupción en las esferas superiores en todas las escalas y, por otro, un desapego creciente de los chilenos hacia sus dirigentes.
Tras estos modelos no hay ideas, sino intereses. Lo que se construyó fue una forma de hacer más ricos a los ricos y, además, incorporar nuevos sujetos enriquecidos sin controles ni contrapeso.
Hoy, que se tiende a celebrar con tanto entusiasmo las acciones de la Contraloría General de la República, debemos recordar que, cuando el Contralor Héctor Humeres objetó el decreto de Pinochet por el cual se llamaba a consulta nacional para respaldarlo en su lucha contra las Naciones Unidas – objeción apoyada por Merino y Leigh, integrantes de la Junta de Gobierno –, el gobierno en lugar de recurrir al “decreto de insistencia” destituyó al Contralor e instaló allí a uno que había sido su Ministro, Sergio Fernández Fernández, allendista en su juventud y puntal de la dictadura en toda su vigencia. Un “Contralor de insistencia”.
Sin controles de ninguna especie – ni Congreso ni medios de comunicación masivos ni Contraloría General – era imposible detener la corrupción que terminó entregando a manos privadas todo lo que el Estado de Chile había construido con el esfuerzo de todo el país y que daba agua, electricidad y numerosos otros bienes y servicios a la población.
La modernización de los agentes económicos podía hacerse perfectamente en la alianza público privada que todos – o casi todos – aceptamos como válida hoy en día.
La derrota de Pinochet – que fue así, más que una victoria opositora – para prolongarse en el gobierno por 8 años más, le permitió no dejar sus espacios de poder (Comandancia en Jefe primero y senador vitalicio después) y lograr un pacto de mantención de su modelo político, económico y social.Una política diseñada desde arriba
El modelo político ideado por Jaime Guzmán y sus colaboradores más cercanos se plasmó en un texto cuya redacción y corrección final correspondió a un equipo encabezado por el mentado Sergio Fernández, Jaime del Valle, Mónica Madariaga y Enrique Ortúzar.
Se trataba de una política cupular, con distritos electorales diseñados mirando los intereses de la derecha, con pocos parlamentarios, en un esquema de perpetuación en los cargos y de restricciones a las mayorías por el efecto del sistema binominal. Paralelamente un Presidente de la República con muchos poderes que, si tuviera los medios a su favor, podría casi gobernar por decreto.
El pacto entre Aylwin y Pinochet (vía Carlos Cáceres) para que se modificara la Constitución, salvo una disposición importante (artículo 8º que permitía la proscripción por ideas) dejó igual lo sustancial.Muchas son las consecuencias de este diseño, pero la peor de todas es que los políticos se autoconvirtieron en una clase superior y creyeron que podían tener espacios de poder para siempre, sin contrapeso ni control. Lo importante para ellos fue conservar sus posiciones y cuando la presión fue muy fuerte (por parte de los propios militantes de los partidos, cansados de ver las mismas caras y pocos progresos), se aprobó la posibilidad de limitar la duración de los cargos, terminar con el binominal y hacer nuevos distritos.
¿Cambios de verdad? No, solo acomodos
¿Por qué? Pues simplemente porque el objetivo no es profundizar la democracia y generar estabilidad institucional en perspectiva de futuro, sino solo sostenerse en posiciones importantes.
Todo eso alimenta la mera lucha por intereses y no por ideas acerca de cómo organizar el país, como mejorar la vida de las personas, como asegurar la vigencia de la paz social y la justicia en todos los planos. Eso no interesa, más que eslóganes y discursos que responden a la casuística. La política de hoy es “reactiva”, en el sentido de que basta que alguien con poder comunicacional afirme ostentosamente una proposición, para que los demás deban pronunciarse y seguir sus aguas.
Alguno propone disminuir parlamentarios. Todos se hacen eco, sin detenerse a pensar en que si la comunidad está mejor representada y mayor es el número de representantes, la democracia será mejor. Pero, solo se habla del “gasto de tener parlamentarios”.
Otros dicen que debe haber menos partidos, olvidando el derecho de la ciudadanía a organizarse. Estoy de acuerdo en que para armar un partido con finalidades electorales locales, regionales o nacionales, debe haber requisitos, pero “meter la mano en las urnas” como es la propuesta de que si un partido no obtiene un cierto porcentaje a nivel nacional los parlamentarios que haya elegido no pueden asumir, constituye una aberración de la democracia. Sostengo que, como en democracia de hace 100 años, si un partido no elige parlamentarios debe disolverse. Pero, con uno que elija, debe seguir existiendo porque el pueblo lo eligió.
Se habla de reforma al sistema político, pero solo se limitan a proponer cuestiones electorales, ya que no hay una visión global de la organización democrática.
En definitiva, la discusión es “como voy en esta carrera” y no se intenta proponer una visión de país, de sociedad, de forma de gobernar, de acceso de las mayorías a espacios de poder. Todo es cupular, donde unos y otros incitados por los medios de comunicación formulan sus proyectos en base a lo que les conviene.
Los partidos ya no responden a un cuerpo de ideas, sino a alianzas de conveniencia. ¿De qué otro modo se puede entender que un grupo que nace de personas de partidos “radicales” en sus posiciones o que promovían la construcción de una sociedad comunitaria, hoy – vestidos de otro color– den su apoyo a una candidata del partido que fue puntal de Pinochet?
No hay ideas en la política chilena
¿Por qué la Democracia Cristiana está en una situación crítica? Pues simplemente porque hace unos años se le perdieron las ideas y dejaron de existir los sistemas de capacitación y la premilitancia. El partido podía ser una manera de conseguir un empleo. Y eso que pasa en el partido en el que milito desde hace 52 años, pasa en todos.
Las candidaturas tienen más que ver con la simpatía, con los ecos en la prensa, con las formas publicitarias, que con los proyectos sustantivos.
No hay ideas en la política. Hay programas inmediatistas, que revelan la mediocridad ambiente y la corrupción que se expresa en todas las líneas: desde la desidia hasta la comisión de delitos.
Hay que salvar la política chilena y para eso, rescatar las ideas y empezar a conversar entre todos. Soy amigo de los acuerdos, pero no de las componendas de intereses. Lleguemos a soluciones sobre la base de ideas y no de “cuanto para ti y cuanto para mí”.
El pueblo merece más.