Relicto es un término que procede del vocablo latino relictus, que a su vez deriva del verbo reliquere.
El bosque de Fray Jorge, las Petras, los bosques de palma chilena son también relictos: corresponden a bienes naturales de nuestro territorio que son remanentes aislados, casi extintos de remotas épocas.
Las dunas y las playas se forman por depósitos de arena que acarrean esteros y ríos que llegan al mar y que luego acumula y amolda el viento. Las Dunas de Concón y buena parte de la plataforma de este territorio comunal corresponden a depósitos de arena que ocurrieron hace al menos 140 millones de años sobre un territorio que estaba a nivel del mar y con el fluir de antiguos ríos, son casi únicas en la costa del Pacífico. Son extraños y aislados remanentes de paisajes y ecosistemas que ya no existen.
Estamos en la era del cambio climático, el calentamiento global y extinción de especies y pérdida de ecosistemas esenciales. Todos los países del planeta se han comprometido, firmado acuerdos y establecido planes para la preservación, sobre todo, de estos ecosistemas únicos.
Bajo esos parámetros, luego de un largo esfuerzo científico para demostrar lo relicto del territorio, el hallazgo de especies animales y vegetales únicas, se logró a finales del gobierno DC de Patricio Aylwin (1993) -con firma del Ministro de Educación Jorge Arrate- la declaración de 140 hectáreas de dunas relictas, como santuario de la naturaleza, un territorio único de país y el continente.
Los tres fundos desde la refinería hasta el mar, incluyendo la incipiente comuna de Concón, pertenecían a la Empresa estatal de todos los chilenos ENAP -Empresa Nacional de Petróleos-, o sea eran territorios del Estado.
Hasta allí todo bien, finalmente un territorio maravilloso, dunas de millones de años de 30 y 40 metros sobre el nivel del mar, con una vista espectacular al Pacífico, de gran atractivo para los habitantes, para la ciencia y para la conservación planetaria, quedaba por ley como parte resguardada de la patria de Todos.
Y allí comienza todo el drama hasta el día de hoy: los actores de este gran proceso de corrupción han sido casi todos desenmascarados por la prensa escrita, televisión y medios digitales.
En un acto de prestidigitación política obsceno, el santuario de 140 hectáreas quedó en una semana reducido a 12 hectáreas.
Hoy, luego de largas luchas contra los “usufructuantes” inmobiliarios, el santuario tiene 45 hectáreas, de las cuales 21,8 están protegidas, un vergonzoso desastre nacional.
El resto salió a la luz por la falla de un colector de aguas lluvias que no soportó una lluvia fuerte y desmoronó 30 metros de duna relicta hacia el mar, dejando al descubierto irresponsabilidades asombrosas de los actores de la trama, que levantó decenas de edificios de altura en un terreno sin prestaciones para ello, firmas profesionales y autorizaciones que ahora se están investigando, dado que el evento plantó dudas irremediables y perdidas de plusvalías en los compradores que pagaron hasta 500 millones por una segunda vivienda vista al mar.
Montar rascacielos, verticales tipo oblea sobre una duna de arena compacta de hasta 30 metros de profundidad, es algo que muchos ingenieros jamás firmarían. Las dunas de arena absorben entre sus granos el agua, jamás se disuelven, pero si se licuan, produciendo históricamente (yo vivo cerca y paso diariamente por allí hace décadas), grandes remociones de masa que llegan al mar (todos los años).
Con toneladas de hormigón y la técnica de “mono porfiado” miles de departamentos verticales de poca superficie de contacto se equilibran en un océano (licuable) de arenas relictas. Algunos más audaces construyeron en los bordes de la duna en altura y ofrecen hoy lindos departamentos con vistas futuras al fondo del mar, aquí funciona el adagio aplicable a todo Chile que la naturaleza recupera a la larga sus posiciones.
Considérese además que Chile es un país de desastres (ya se derrumbó allí mismo un edificio tipo oblea, “el Faro”). La mala memoria de todos es la protección en el tiempo de toda acción equivocada y perjudicial.
En resumen, nuestra mala memoria y las notables fallas a la ética, han destruido (circunstancialmente, no olvidar) un santuario de naturaleza absolutamente necesario para Chile, sus ciudadanos y el futuro.