Los teléfonos de la única línea antisuicidio en Líbano raramente dejan de sonar. El hundimiento financiero del país ha provocado una crisis de salud mental entre una población cada vez más desesperada.

En una llamada, un padre asegura que está pensando en quitarse la vida porque no puede alimentar a sus hijos. En otra, un hombre que acaba de quedarse sin hogar afirma haber perdido toda esperanza.

Son decenas de llamadas así a diario, unas 1.100 cada mes, en un país que ha experimentado un éxodo de personal sanitario y carencia de medicamentos para tratar la ansiedad, la depresión o la psicosis.

Los usuarios de esta línea telefónica se han más que duplicado en un año y esperan que sigan creciendo al mismo tiempo que disminuyen las esperanzas de una población empujada al abismo por una sucesión de calamidades.

“Recibimos llamadas similares cada día (…) La crisis ha empeorado muchísimo”, asegura Mia Atoui, cofundadora y vicepresidenta de Embrace, la ONG que gestiona la saturada línea antisuicidio.

Este aluvión de llamadas los ha llevado a ampliar las horas de atención de 17 a 21 diarias, con la esperanza de alcanzar las 24 en los próximos meses.

Una clínica de terapia gratuita de la organización está completamente reservada hasta octubre, con más de 100 personas en la lista de espera.

También crece el número de niños llamando. Los menores de 18 años representaron un 15% de los atendidos en julio.

“Mucha gente ha perdido la esperanza”, afirmó Atoui.

Epidemia de soledad

Desde el comienzo de la crisis financiera de Líbano en 2019, los detonantes de estrés emocional se han ido encadenando, como la pandemia del coronavirus o la enorme explosión en el puerto de Beirut de hace un año.

Pero los últimos cuatro meses han sido todavía más desesperantes, con cortes de energía constantes y una creciente escasez de combustible, medicina o pan a medida que menguaban las reservas de divisas extranjeras.

Con hospitales fuera de servicio y escuelas en riesgo de cerrar, muchos libaneses emigraron en masa, derivando en una epidemia de soledad que se suma a la miseria del día a día.

Fadi Maalouf, jefe del departamento de psiquiatría en el prestigioso Centro Médico de la American University de Beirut, señala un aumento en la cantidad de pacientes que acuden en busca de tratamiento.

“Definitivamente, estamos viendo más ansiedad y depresión, y también cuadros médicos más avanzados”, asegura.

Todo ello se agrava por la falta de especialistas de salud mental, con muchos de ellos emigrados, y la escasez de ansiolíticos o antidepresivos, que ha paralizado el tratamiento de muchos de ellos.

“Vemos pacientes que han cortado sus tratamientos porque el suministro que tenían ya no iba a durar más, y vinieron a nuestra clínica con un empeoramiento de su situación”, dice Maalouf.

“Incluso ha habido pacientes que detuvieron su tratamiento y pasaron a sufrir depresiones más graves, incluso con actitudes suicidas, y terminaron en nuestra unidad de emergencias”, continúa.

“Todos eran pacientes que antes estaban estables”, insiste.

“Primeros auxilios y antisuicidio”

La psicóloga clínica Nanar Iknadiossian apenas puede aguantar el ritmo de la demanda. La mujer de 29 años trabaja 13 horas al día en sesiones consecutivas y todavía recibe nuevas solicitudes que no puede asumir.

El ritmo al que se agrava la crisis requiere “terapias rápidas centradas en hallar soluciones”, dijo.

Única línea antisuicidio de Líbano colapsada La gente ha perdido la esperanza
Agence France-Presse

“Es como unos primeros auxilios psicológicos. Estamos haciendo únicamente control de daños”, explica.

Con las tasas de pobreza disparadas por encima del 80% de la población, muchos no tienen qué comer, con lo que difícilmente pueden permitirse ayuda psicológica.

“El mes pasado recibimos la llamada de una mujer viuda con tres niños a los que no podía alimentar”, dice Magalie Eid, una operadora voluntaria de 23 años en el teléfono de la línea antisuicidio. “Estaba perdida”.

Boushra, una voluntaria de 26 años que no quiere dar su apellido para preservar su privacidad, siente que está en una “misión imposible”. “Se supone que tenemos que dar esperanza en un país donde la esperanza no existe”, se lamenta.