Masafumi Nagasaki es fotógrafo de profesión y seguramente comprendió cada paisaje del que llamaba su nuevo hogar. Desde hace 29 años decidió vivir alejado de todo y de todos en la paradisíaca isla Sotobanari. Era su nuevo horizonte y así lo cumplió hasta hace poco.

A unos 2.000 kilómetros de Tokio, la capital japonesa, Nagasaki estuvo casi 3 decadas sobreviviendo lejos de la urbe. Sus 82 años no eran impedimento para desempeñarse en solitario en actividades que por lo general se disfrutan en familia y amigos. Subsistir fue la clave, acompañado de las puestas y caídas del sol, pero también del mal tiempo.

Un día, su travesía se volvió más acorde a la naturaleza, cuando un tifón arrasó con sus pertenencias, dejándolo sin una sola prenda para vestir. Entonces, se planteó la pregunta de por qué necesitaba ropa, si el lugar donde estaba le proporcionaba lo necesario. Así se quedó: desnudo y al natural como el mar de la isla japonesa al que llamaba hogar.

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Los pescadores más cercanos a la isla Sotobanari, poco frecuentada por estos, lo bautizaron como el “Robinson Crusoe nipón” o “el ermitaño nudista”. Cualquiera de los calificativos era válido para el asiático anciano, solitario por convicción pero sonriente por vocación, según consta en los registros obtenidos al conocerse su historia.

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LLevado a la fuerza de “su isla”

Fue un empresario español el que publicó hace unos días el video que da cuenta del estilo de vida del japonés Masafumi Nagasaki. Es un registro proporcionado para su agencia de viajes. Con la grabación, lograría retratar fielmente el significado de vivir como el protagonista de esta historia, con quien convivió una semana, registrando cada momento del día y la noche del ermitaño asiático.

Álvaro Cerezo, de Málaga, confirmó al periódico El País, que Nagasaki no se alimentaba de la pesca y desearía no tener que matar a los mosquitos, pues consideraba que era una actividad que atentaba contra la naturaleza.

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En medio de los relatos le confesó que “los peores males de la civilización son la religión y el dinero”. Por eso desconfiaba de los hombres que llegaban a la isla. Fue una hazaña que obtuviera estas palabras del anciano hombre, viviendo en franca comunión con la naturaleza.

Lamentablemente, la forma de vida del japonés fue transmitida en un reality de su país, lo cual, según Cerezo, frivolizó su experiencia, propiciando además que las autoridades japonesas lo llevaran a otra isla por razones humanitarias. Su extrema delgadez lo decía a gritos.

Otros sitios especializados dan cuenta que los herederos de la isla Sotobanari, pidieron expulsar al hombre del lugar y este emprendió su retirada a otro sitio similar para continuar con su estilo de vida, hasta sus últimos días de existencia.

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