Carmen Gloria Arroyo García (55), la Jueza de la Tele, se construyó con el tiempo. Se reconstruyó también. Su madre, sus tres hijos, sus más cercanos, fueron los pilares. Su padre no. Él la abandonó cuando era pequeña. Una historia que sigue latente en su vida, a pesar de los casi 40 años que han pasado. “El único que quedó en el anonimato en mi vida y que se perdió haberme visto transformándome en una mujer fue él”, dice.

Se casó, se separó y se divorció años atrás y hoy está en pareja nuevamente con el exmodelo Bernardo Borgeat. En el intertanto, durante su matrimonio, pudo cumplir el sueño de estudiar Derecho. Antes no, porque no podía pagar y tampoco optaba a becas por el sueldo de su padre, que ya no existía en su vida. Se vio obligada a tomar el camino largo: estudió otras carreras y trabajó en lo que se fue formando.

“Al principio fue un golpe fuerte porque tenía ese sueño bien claro. De chica quería ser abogada”, afirma.

Tras la separación pasó por el momento más mediático y crudo de su vida. Mientras comenzaba a aparecer en televisión con emblemáticos casos, el dinero era poco. Trabajó gratis con la esperanza de crear carrera. “Estaba sembrando para después cosechar”, recuerda. Y así fue. En esos tiempos, dice, “o pagaba la luz o pagaba el agua”.

Una historia que da para un libro… que ya está escrito.

La carrera al Derecho

Jadije, su madre, fue quien la acompañó gran parte de su vida hasta que falleció en el 2000. Todavía sigue ahí, siempre. Cuando salió del colegio a los 16 años, su padre que también murió, ya se había ido. Aunque no estuviera presente, generó el problema. “Estaban separados y teníamos una pensión de alimentos que apenas alcanzaba para sobrevivir. Tomé el camino largo hasta lograr conquistar mis sueños de estudiar”, rememora.

– Tenías las ganas…

“Lo tuve que postergar o avanzar de a uno los escalones para poder lograrlo, y así lo pude hacer”.

– En el intertanto, ¿en qué trabajaste?

“Partí trabajando de secretaria a los 18 años, en una corredora de seguros. Estuve ahí dos años, y una compañía de seguros me ofreció llevarme con ellos, con mejor sueldo. Mi primer sueldo fueron 20 lucas. Mi primer pago”.

Se ríe al recordar el monto de aquellos años. Estudió secretariado, inglés y seguros antes de entrar a Derecho. A la carrera, rememora, pudo ingresar recién a los 26 años, cuando ya se había casado. Fue su marido, afirma, quien le insinuó que no trabajara.

“Me dijo ‘sal de ahí, no estés trabajando en eso’. Duré muy poco en la casa, uno o dos años, me aburría como ostra. Necesitaba hacer algo más. Ahí él me propuso ponerme a estudiar. Él, yo creo, pensó que quería estudiar una cosa más liviana pero yo quería Derecho. Al principio no me creyó, partí con el bachiller y después seguí con Derecho”, recuerda.

“10 años después de salir del colegio recién pude ingresar. Por eso que me dediqué tan empecinadamente a terminar la carrera, a cumplir mi sueño. Estaba concretando un anhelo de años y un camino bastante largo que tuve que recorrer“, agrega.

Ser madre: “Lo perdí”

Sus dos primeros hijos nacieron cuando estaba estudiando. El tercero, el único hombre, llegó mientras se aproximaba al examen de grado. Se tuvo que ordenar, recuerda. Sus horas de estudio eran desde las 10 de la noche hasta las 4 o 5 de la mañana, mientras mudaba, daba leche y llevaba la vida de sus pequeños.

Son Constanza, Daniela y Vicente, quienes nacieron de embarazos “con tratamiento”.

– Fuiste madre mientras estudiabas…

“Estaba tan feliz, tan empecinada con mi carrera, que no siento que fue un sacrificio muy grande. Fueron las reglas que me tocaron para cumplir mis sueños y las asumí feliz de la vida”.

– ¿A qué te refieres con el “tratamiento”?

“Cuando yo quedé embarazada de mi primer hijo, lo perdí. Perdí ese embarazo como a los cinco meses”.

– Entiendo…

“Me hice exámenes para saber qué había pasado y tuve que hacerme un tratamiento de cinco años para que naciera mi primera hija. Y después de cuatro años para que naciera mi segunda hija”.

– ¿Y el tercero?

“Siempre digo que fue un regalito de mi mamá porque falleció en noviembre de 2000, y yo en marzo o abril me di cuenta que estaba embarazada. Una cuestión bastante difícil de creer, incluso, para el ginecólogo que me atendía. Y además fue hombre, que siempre había sido el anhelo de ella. Tuvo sólo mujeres y yo igual tenía sólo mujeres. Entonces siempre digo que fue un regalito de mi mamá”.

No quería pasar por una separación

El abandono de su padre la marcó. De cierta forma, dice, no quería repetir la historia. No quería separarse. “Esperaba no vivirlo por la experiencia que tuve con mis propios padres y no quería que mis hijos pasaran por lo mismo. La vida quiso otra cosa. Me tocó vivirlo“, se resigna.

– ¿Cómo fue?

“Me tocó irme con mis tres hijos sola y rearmarme en condiciones económicas muy malas. Fue, creo, la época más dura de mi vida, porque ya no solamente era yo, sino que mis tres hijos también a cargo. Tenía la responsabilidad de sacarlos adelante (…) Creo que todo lo que viví esos años es lo que me hace entender los casos con los que trato día a día en el programa y la realidad que vive mucha gente en el país. Me acerca y me entusiasma para seguir explicándole a la gente. Yo decía, ‘si para mí es difícil que tengo esta carrera y estos conocimientos, no quiero ni imaginar lo cuesta arriba que se hace para mujeres que están, igual, solas, pero sin estas herramientas académicas"”.

– ¿Qué tan mal andaba el bolsillo?

“Pésimo. Me fui con puras deudas, con compromisos, acreedores, órdenes de embargo. Sin muchos ingresos porque las causas que yo tramitaba en ese minuto eran súper mediáticas, pero absolutamente gratis, entonces no significaban ingresos económicos para mí. Con suerte, viví mucho rato en un departamento que me prestó mi primo. Me alcanzaba para pagar los gastos diarios. Y tenía que pimponear. O pagaba la luz o pagaba el agua. O era el teléfono o los gastos comunes, para llegar a fin de mes. Eso fue, por lo menos, durante dos o tres años”.

– ¿Cómo lo hacías?

“Sacándome la cresta”.

– Y finalmente te divorciaste, ¿cómo lo enfrentaste?

“Priorizando a mis hijos, la relación del padre con mis hijos, más allá de las diferencias que tuviéramos nosotros y de las dificultades. Priorizarlos a ellos fue lo mejor que pude haber hecho, porque me permitía levantarme agradecida y poner todo de mí. Me permitió también crear una relación en paz con el padre de mis hijos y que crecieran emocionalmente sanos”.

Comienzos en TV: Spiniak, Orias y la oferta

Corría 2004 cuando Rodrigo Orias, entonces de 25 años, ingresó a la Catedral de Santiago y asesinó al sacerdote Faustino Gazziero. Carmen Gloria Arroyo fue la defensora del acusado, que terminó declarado inimputable. Por esa misma fecha se destapó el Caso Spiniak, en que fue la defensora de Gemita Bueno. “Por casualidad partí. Me tocaron estas causas emblemáticas y ahí empieza mi primer contacto con el mundo de la televisión, a raíz de noticieros o programas de entrevista”, rememora.

Esos casos, recuerda, los trabajó gratis, esperando a que su carrera tuviera un empuje, un reconocimiento.

– Apostando todo con la esperanza de…

“Sentía que estaba sembrando, con la posibilidad de cosechar en el futuro. Y así fue, finalmente”.

Fue en esa incertidumbre y en la mediatización de su carrera que llegó el proyecto La Jueza de Chilevisión. Jamás pensó entrar a la televisión, afirma. Tampoco lo buscó.

-¿Por qué, entonces?

“Fue una posibilidad laboral que me permitía tener recursos para salir de la situación económica en la que estaba. Era algo de paso, temporal, que no iba a durar más allá de dos años. Y como sentía que iba a durar poco, me preocupé de que no ensuciara todo lo que yo había logrado instalar profesionalmente”.

Por eso, dice luego, “no tengo ningún pudor en decir que entré porque las lucas me permitían salir adelante en ese minuto. Si no, creo que difícilmente habría aceptado en ese momento”.

“Montón de traumas”

Frente en alto, recuerda la enseñanza de su madre: nunca llorar sobre la leche derramada. “De ahí viene esa frase que acuñé, que uno no tiene ninguna posibilidad de elegir la vida que le toca, pero sí se puede decidir todos los días qué hacer con esa vida que le tocó. Tú decides sentarte a llorar o dar la pelea. Yo decidí dar la pelea siempre“, comenta.

– Aún, queda la impresión, con todo a cuestas. ¿Qué se te viene con la imagen de tu padre?

“Esta historia que yo sentía que sólo era mía, que me hacía preguntarme ‘¿por qué a mí?’, es la historia de miles y miles de chilenos (…) Uno dice ‘¡hasta cuando, por qué no despiertan!’. Creo que el que perdió aquí fue mi papá, no yo. Yo transformé una dolorosa historia en mi vida, en la fuerza que me obliga a seguir creciendo. El único que quedó en el anonimato en mi vida y que se perdió haberme visto transformándome en una mujer, fue él… y a los maravillosos nietos que hoy día tiene”.

– ¿Es caso cerrado en tu vida?

“Arrastro secuelas. Leo a padres que se sienten tocados con mis intervenciones y dicen ‘quizás tiene traumas’. Sí. Jamás lo voy a desconocer. Tienen razón. Debo tener un montón de trancas y de traumas que se arrastran desde ahí, que tienen que ver con mis inseguridades (…) con la dificultad para interrelacionarme o para delegar funciones. Me crié y me formé siendo autosuficiente, entonces me cuesta mucho apoyarme en otro. Lo hago yo o no lo hace nadie. Doy la pelea yo o nadie la da nadie por mí. Esa forma de vivir la vida, por supuesto debe tener alguna relación con ese desapego, con ese olvido de quien debe ser incondicional toda la vida: un padre”.

– ¿Y con tu madre?

“Me voy a la mierda al tiro. Me da mucha pena que ella haya estado en los tiempos más duros de la vida, pero que toda esta época maravillosa de réditos, de cosas buenas, no la pueda disfrutar, no la pueda ver. ¡Cómo me hubiera gustado que ella pudiera ver la casa que pude comprar, el auto que logré tener! Pero ya no está. Se fue. No va a volver nunca más.

Eso es lo que más me duele al nombrar a mi madre y es lo primero que me sale al recordarla. Después de eso, cuando ya me calmo y lo digiero, doy las gracias, infinitas gracias, por haberme criado así. Una mujer luchadora, buscadora, con fuerza, buena madre. Todo eso es ella”.

– Nunca se supera…

“Nunca. Uno aprende a vivir con ese dolor. No es que uno ande todo el día llorando, pero cada vez que la nombro me voy a la mierda”.

– ¿Crees que tiene que ver tu historia con la Carmen Gloria de la pantalla?

“Por supuesto”.

– ¿Cómo?

“Uno arrastra sus experiencias de vida en todos los ámbitos de la vida. Es inevitable que cuando esté frente a un padre que abandona a sus hijos no recuerde mi propia historia, haga las preguntas que yo no hice en su minuto y que increpe como yo no pude increpar al mío (…) Es inhumano pedir que uno se olvide de su propia historia, de su propia esencia. Jamás desconocería que influye mi propia experiencia en los casos que me toca resolver”.

No vivieron felices para siempre

Por meses, la ahora conductora del programa Carmen Gloria a Tu Servicio de TVN estuvo guardando el secreto: escribió un libro. Se llama No vivieron felices para siempre y mezcla su experiencia de vida con consejos jurídicos para personas que se están separando o divorciando. “Nos llenan la cabeza de cuentos con finales felices y en la práctica pocas veces nos topamos con vivieron felices para siempre”, explica el nombre.

– ¿Qué hay en el libro?

“Todo, todo, todo lo que implique el proceso de quiebre, entrecruzado con mi propia historia porque, por suerte o lamentablemente, me ha tocado vivir en calidad de hija o de cónyuge”.

– ¿Qué historias propias cuentas?

“Casi todas. Mis primeros años de niñez, los años en que mi padre desaparece, mi matrimonio y su quiebre, mi entrada a la televisión, incluso, narro mi participación en el Festival de Viña como candidata a reina y cómo conocí a Bernardo e inicié una nueva relación.

– ¿Un libro autobiográfico?

“Diría que es una catarsis. Es sentir que esos tecnicismos del Derecho, que los bajo a un lenguaje muy cercano, los viví en carne propia. Entonces entiendo lo que están viviendo, puedo empatizar con lo que significa pasar por cada una de estas etapas (…) Comparto mi vida porque he descubierto que a veces sirve de inspiración. Y como termino diciendo en el libro, siento que no soy ni más bonita ni más inteligente ni nunca tuve un pituto. Si yo pude, cualquiera puede”.